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IRAK

¿Y luego qué?

He aquí la pregunta que ha de hacerse a quienes exigen que nos vayamos de Irak inmediatamente. Ahora bien, no cabe esperar respuesta sincera alguna de cínicos como el líder de la mayoría en el Senado, el demócrata Harry Reid, pues han apostado por la derrota en Irak como pasaporte a la victoria en las elecciones de 2008.

He aquí la pregunta que ha de hacerse a quienes exigen que nos vayamos de Irak inmediatamente. Ahora bien, no cabe esperar respuesta sincera alguna de cínicos como el líder de la mayoría en el Senado, el demócrata Harry Reid, pues han apostado por la derrota en Irak como pasaporte a la victoria en las elecciones de 2008.
"¿Y luego qué?". Qué pregunta. No hay manera de que la afronten quienes, desde las tribunas políticas y los medios de comunicación, instan a la retirada inmediata. Aquellos que se manejan a golpe de lema quizá crean (por lo menos, eso es lo que algunos proclaman) que no tendremos que hacer frente a consecuencia alguna,  pero quienes han de hacer frente al mundo real saben que retirarse ahora no hace sino garantizar un desastre infinitamente superior a nada que hayamos visto hasta el momento en Irak.
 
¿Deben, pues, las tropas norteamericanas quedarse en Irak por tiempo indefinido? Nadie, nunca, ha deseado tal cosa. La historia muestra que nuestras tropas se retiran cuando las guerras tocan a su fin y el mantenimiento del orden ha alcanzado unos niveles que permiten que los naturales del país en cuestión asuman las riendas.
 
En el asunto que nos ocupa, la batalla política enfrenta a quienes piensan que la retirada ha de depender de las condiciones que se den en Irak y quienes propugnan la adopción de un calendario de salida que no vaya más allá de las presidenciales de 2008 y fijado arbitrariamente por unos políticos que cerecen de la más mínima experiencia militar.
 
Los que afirman que la guerra de Irak no tiene nada que ver con la guerra contra el terrorismo no parecen darse cuenta de que los propios terroristas piensan todo lo contrario. Los terroristas están inundando Irak, con la ayuda de Irán, de hombres y equipos, y sirviéndose a modo de los atentados suicidas. Y reconociendo que se están jugando el todo por el todo en esta guerra, aun cuando un creciente número de norteamericanos rechacen en estos momentos hacer lo propio. 
 
La retirada norteamericana de Irak representaría una formidable victoria para los terroristas: atraería a sus filas nuevos miembros y apoyos, y provocaría que numerosos países se replantearan sus relaciones con Washington.
 
La cooperación internacional es esencial para frustrar las actividades terroristas; es esencial, por ejemplo, intercambiar información de Inteligencia y ocluir las fuentes de financiación de los grupos terroristas. Llegados a este punto, la pregunta es: ¿cuántos países seguirán cooperando con nosotros si observan que los terroristas están aquí para quedarse y, en cambio, EEUU podría dejarles tirados en cuanto las cosas se pusieran difíciles?  
 
Si Irak cayera en sus manos, o en las de Irán, los terroristas cobrarían una gran importancia en otros países del Medio Oriente. El precio del petróleo, ese recurso vital para las economías occidentales, dependería entonces, en gran medida, de unos enemigos implacables y despiadados. Y si tuvieran a su disposición más fondos para financiar un mayor número de actividades terroristas, ¿alguien piensa que se iban a olvidar de Estados Unidos?
 
Mucho se ha hablado del tiempo que llevamos ya en Irak, de las bajas que hemos sufrido y de los errores que hemos cometido. Tanto las bajas como los errores son inherentes a la guerra. Por lo que hace a la duración, el coste de un conflicto bélico no se mide por el tiempo, sino por el número de vidas perdidas.
 
Ahora que nuestros medios esperan con impaciencia el momento en que se registre la víctima norteamericana número cuatro mil, para restregárnosla por la cara (ellos hablan de "honrar a las tropas"), es preciso que comprendamos que el número de bajas en esta guerra es, por el momento, bajo. Cuatro mil vidas es lo que costó hacerse, en la II Guerra Mundial, con una isla del Pacífico. Cuatro mil vidas, en una sola jornada, perdió el ejército de la Unión en batallas como la de Shiloh o la de Gettysburg.
 
Por cierto, lo de "guerra contra el terror" mueve a engaño. Estamos inmersos en una guerra que nos han declarado los terroristas, y no podemos retirarnos unilateralmente. Lo único que podemos hacer es elegir dónde librarla: aquí o allí.
 
 
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