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CUBA

La patada de Fidel Castro

En las postrimerías de los Juegos de Pekín se produjo un raro y penoso incidente: un atleta agredió a un árbitro. El individuo en cuestión, Ángel Valodia Matos, era la esperanza de Cuba para conseguir un oro en taekwondo. El juez, Chakir Chelbat, sueco, decretó la derrota de Matos luego de que éste se tomara más tiempo del permitido para recuperarse de la lesión que sufrió en el segundo asalto. Enfurecido, el cubano le dio una patada en el rostro. A Chelbat hubieron de darle varios puntos para suturar la herida. Matos, por supuesto, ha sido descalificado de por vida.

En las postrimerías de los Juegos de Pekín se produjo un raro y penoso incidente: un atleta agredió a un árbitro. El individuo en cuestión, Ángel Valodia Matos, era la esperanza de Cuba para conseguir un oro en taekwondo. El juez, Chakir Chelbat, sueco, decretó la derrota de Matos luego de que éste se tomara más tiempo del permitido para recuperarse de la lesión que sufrió en el segundo asalto. Enfurecido, el cubano le dio una patada en el rostro. A Chelbat hubieron de darle varios puntos para suturar la herida. Matos, por supuesto, ha sido descalificado de por vida.
Ángel Valodia Matos, en una imagen de archivo.
El incidente, aunque lamentable, no merecería mayor atención si no fuera por la extraordinaria reacción que provocó en Fidel Castro. En un artículo publicado tras la clausura de los Juegos, el secretario general del Partido Comunista de Cuba escribió: "Asombrado por una decisión que le pareció totalmente injusta, nuestro atleta protestó y lanzó una patada contra el árbitro (...) No pudo contenerse (...) Para él y su entrenador, nuestra total solidaridad".
 
Es raro que un atleta agreda a un árbitro, pero lo que no tiene precedentes es que un dirigente político, un hombre que a todos los efectos prácticos es un jefe de Estado, se solidarice con semejante brutalidad. Creo que es un incidente sobre el que muchos simpatizantes de la revolución cubana debían reflexionar. Es sumamente revelador.
 
Lo primero que hay que señalar es que Fidel Castro no ha cambiado. La personalidad básica de un individuo no cambia con los años. Lo que pasa es que ahora está menos preocupado por el futuro y, por consiguiente, tiene menos paciencia y menos cuidado con lo que dice. Pero siempre ha sido un hombre violento, lleno de desprecio por las convenciones sociales, es decir, por la cultura. De joven, en la Universidad de La Habana, era un gángster. Fue acusado de asesinato en dos ocasiones.
 
Su transformación en líder político tuvo mucho de casual. El golpe de estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, fue profundamente impopular. La lucha civil contra su dictadura estaba sumamente limitada, puesto que Batista contaba con el apoyo del ejército, en gran medida creación suya. De aquí que el pueblo contemplara con gran simpatía la lucha armada contra el régimen, que Castro organizó con singular efectividad. El desmoronamiento de la dictadura lo convirtió en una figura enormemente popular, y, al poder disolver un ejército desprestigiado, tuvo las manos libres para entronizar su propia dictadura.
 
En esas condiciones, decidió hacerse comunista y abrazar el marxismo-leninismo. No lo hizo por gusto. Es una ideología que supuestamente defiende a los oprimidos y en realidad justifica la barbarie. Uno de sus postulados fundamentales es que las ideas de una sociedad dependen de su estructura económica y reflejan intereses de clase. Una sociedad considera moral lo que beneficia a la clase dominante. De más está decir que es una idea singularmente útil para cualquier ambicioso sin escrúpulos. Todos sus crímenes dejan de serlo, puesto que sólo lo son desde el punto de vista de las clases opresoras. Desde el punto de vista de las clases oprimidas, los mismos actos pueden interpretarse como meritorios y plausibles. Eso permite defender el patear a un árbitro: basta interpretarlo como un acto de legítima defensa ante una agresión política.
 
En sus reflexiones sobre las Olimpiadas, Castro se refirió a varios arbitrajes que consideró injustos afirmando que "la mafia" había logrado "burlar" las reglas del Comité Olímpico. "Fue criminal lo que hicieron con los jóvenes de nuestro equipo de boxeo para complementar el trabajo de los que se dedican a robar atletas del Tercer Mundo (...) En su ensañamiento, dejaron a Cuba sin una sola medalla de oro olímpica en esa disciplina".
 
Obviamente, uno tiene que preguntarse si, por ejemplo, las derrotas de Cuba en béisbol y voleibol femenino fueron también obra de un arbitraje injusto y manipulado por la "mafia". En todo caso, nada más elocuente que su visión sobre los próximos Juegos. "No nos dejemos engatusar por las sonrisas de Londres. Allí habrá chovinismo europeo, corrupción arbitral, compra de músculos y cerebros, costo impagable y una fuerte dosis de racismo".
 
No es una apreciación personal, es una visión marxista que le permite considerar todo –también el deporte, por supuesto– desde un punto de vista político, desde el punto de vista de los intereses de clase. Es precisamente por eso que los comunistas politizaron tanto el deporte durante la Guerra Fría. Para ellos, los que se enfrentaban no eran simples deportistas, sino supuestos representantes de la burguesía y del proletariado. Los éxitos de los primeros debían considerarse pruebas de la superioridad del socialismo sobre el capitalismo. En realidad, por supuesto, los comunistas sólo estaban defendiendo los intereses de una nueva clase: una nomenklatura explotadora y represiva.
 
Muchos anticastristas se irritan cuando se habla del marxismo-leninismo de Fidel Castro. Insisten en que es sólo un gángster, un oportunista sin verdaderas convicciones políticas, y que calificarlo de marxista-leninista es glorificarlo, darle una talla intelectual que no tiene. Siempre he creído que es un error. Fidel Castro es un marxista-leninista no porque tenga una gran talla intelectual, sino precisamente porque no la tiene. Es marxista justamente porque el marxismo es una ideología capaz de justificar la barbarie, el fundamento cultural de las dictaduras más represivas, sanguinarias y estériles de la historia.
 
 
© AIPE
 
ADOLFO RIVERO CARO, editor de En Defensa del Neoliberalismo y columnista de El Nuevo Herald.
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