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ANTE EL CIERRE DE VITRAL

La prensa católica en Cuba

En Cuba, el monopolio informativo del Estado se encuentra consagrado en el artículo 53 de la Constitución: "Se reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista. Las condiciones materiales para su ejercicio están dadas por el hecho de que la prensa, la radio, la televisión, el cine y otros medios de difusión masiva son de propiedad estatal o social y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada, lo que asegura su uso al servicio exclusivo del pueblo trabajador y del interés de la sociedad".

En Cuba, el monopolio informativo del Estado se encuentra consagrado en el artículo 53 de la Constitución: "Se reconoce a los ciudadanos libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista. Las condiciones materiales para su ejercicio están dadas por el hecho de que la prensa, la radio, la televisión, el cine y otros medios de difusión masiva son de propiedad estatal o social y no pueden ser objeto, en ningún caso, de propiedad privada, lo que asegura su uso al servicio exclusivo del pueblo trabajador y del interés de la sociedad".
Detalle de uno de los números de la revista VITRAL.
El Gobierno totalitario ejerce un monopolio absoluto sobre los medios de información: todos son propiedad del Estado, y los periodistas que ejercen en ellos pertenecen a la Unión de Periodistas Cubanos (UPEC), una especie de sindicato vertical al que hay que estar adscrito para trabajar como periodista en la Isla.
 
Ante la prohibición que pesa sobre cualquier tipo de publicación no oficial, la Iglesia Católica desarrolla una labor insustituible en el campo de los medios de comunicación. En Cuba no hay una sola publicación independiente fuera de las 30 que posee la Iglesia Católica, cuyos contenidos no están sometidos a autorización ni a censura previa. Esta tolerancia se circunscribe al ámbito de la prensa escrita, por lo que la Iglesia, a pesar de sus reiterados intentos, nunca ha conseguido disponer de programas autónomos en la radio o la televisión, como reivindicó expresamente Juan Pablo II en su visita a la Isla. Ahora bien, en los últimos años los medios oficiales, antes vedados a la jerarquía, han ofrecido algunos espacios radiales a los obispos en fechas señaladas.
 
Desde la persecución inicial, que duró más de veinte años, se ha llegado hasta la situación actual, que oscila entre la "guerra fría" y la "convivencia pacífica". Tras la llegada de la Revolución y la subsiguiente clausura de todas las publicaciones independientes, el panorama mediático católico se limitaba a Vida cristiana, una hoja parroquial de los jesuitas que echó a andar en 1962. Su contenido, ligado a la exégesis evangélica, y su escasa distribución hicieron que el régimen la consintiera durante los años en que los católicos eran conducidos a las UMAP, campos de reeducación en los que se encerraba a católicos, homosexuales y demás sujetos contrarrevolucionarios.
 
Sólo a comienzos de los 90, y como consecuencia del momento, el más duro del "período especial", el Gobierno prefirió callar ante la aparición de dos nuevas publicaciones católicas, Palabra Nueva y Vitral, con lo cual se evitó los problemas que le podría haber creado un enfrentamiento con la Iglesia en ese tiempo, tan delicado en el plano político.
 
Juan Pablo II.A partir de entonces, y animados por la visita del papa Juan Pablo II, se produjo una eclosión de publicaciones diocesanas: Presencia (en la provincia de Matanzas), Amanecer (Santa Clara), Puentes (Santi Spiritu), Pasos y Fides (Cienfuegos), Enfoque (Camagüey), Imago (Ciego de Ávila), Iglesia en Marcha (Santiago) y Cocuyo (Holguín). Surgieron además dos revistas de periodicidad irregular editadas por grupos de laicos, autónomos con respecto a la jerarquía: Espacios de Temática Sociocultural, editada por Joaquín Bello y recientemente desaparecida, y Ethos, editada en Santa Clara y centrada en cuestiones bioéticas.
 
Cada publicación ha ido adquiriendo un estilo propio, estrechamente vinculado al obispo de la diócesis correspondiente. Por lo que hace a los contenidos, se han mantenido siempre ajenas a la política: ofrecen información sobre las diócesis y las actividades pastorales, artículos sobre acontecimientos y personalidades de la historia y la Iglesia cubanas y reflexiones morales sobre los grandes asuntos de la vida social. Como revistas diocesanas, buscan evitar ser confundidas con la prensa de la oposición, con un mensaje dirigido a todos, cualquiera que sea la filiación política de cada cual, y han adoptado decisiones, como silenciar el Proyecto Varela, que muchos interpretaron como un exceso de prudencia, sin ser ésta sinónimo de silencio o de complicidad.
 
Su trabajo se ha desarrollado siempre en un difícil equilibrio, no entre el Gobierno y la oposición, como algunos han señalado, sino entre la acción evangélica propia de la Iglesia y su papel sociopolítico en un Estado dictatorial.
 
Donde mejor se puede apreciar esta diferencia de estilos es en las dos cabeceras más importantes: Palabra Nueva y Vitral. Palabra Nueva nació en abril de 1992 y es, sin duda, la publicación más "profesional", por su presentación, su elaboración y la experiencia de su equipo. De periodicidad mensual, su tirada ronda los 10.000 ejemplares. Palabra Nueva, a la que algunos han definido como "cristianamente correcta", pretende ofrecer a los fieles una respuesta cristiana a sus preocupaciones sociales, culturales, económicas, filosóficas y religiosas, así como transmitir a la sociedad el pensamiento de la Iglesia.
 
Vitral, la revista de la diócesis de Pinar del Río, se fundó en 1993 y debe su fama a la personalidad y audacia de sus colaboradores, así como a la publicidad involuntaria que le hizo la prensa oficial en la primavera de 2000, cuando Granma, en dos editoriales sucesivos, tomó como blanco a Dagoberto Valdés y al obispo de la provincia. Granma denunciaba las empresas "contrarrevolucionarias" de ambos y la radio y la televisión oficiales hacían de casa de resonancia. Dagoberto llevó a cosechar 87 epítetos difamatorios en cuestión de una hora...
 
Dagoberto, entonces presidente del Consejo Técnico de Plantaciones de Tabaco de Pinar del Río, y como tal responsable de un centenar de ingenieros agrónomos, fue degradado a la condición de yagüero, el obrero agrícola encargado de recoger la yagua, la corteza de palma que sirve para embalar el tabaco recolectado durante el primer período del secado de las hojas. Por lo que hace a sus tres hijos, fueron sometidos a una "reunión revolucionaria" en la escuela, en la cual hubieron de escuchar, ante sus condiscípulos, un discurso, digamos, poco edificante sobre su padre.
 
A resultas de todo ello, Vitral consiguió un centenar de nuevos abonados y Dagoberto, que Juan Pablo II lo nombrara para la comisión pontificia Justicia y Paz. Lo hicieron "yagüero del Papa", como comenta con ironía el propio Dagoberto.
 
Juan Pablo II y Dagoberto Valdés.Vitral se presentaba como una revista sociocultural, y en sus páginas se trataban temas como la división de poderes, el pluralismo, la democracia representativa, la investigación, la educación popular, etc. Desde el principio estuvo abierta a todo tipo de colaboraciones, y a pesar de su distribución, restringida al ámbito eclesial, llegaba a todo tipo de lectores.
 
Aunque algunos pensaban que sobrepasaba los límites, comprometiendo así las frágiles prerrogativas conquistadas por la Iglesia en los últimos diez años, contó siempre con la complicidad del obispo de Pinar del Río, monseñor Siro González, que sufría con cada número las protestas de la responsable departamental del Comité Central del Partido Comunista, Caridad Diego, que situaba a la revista en "el límite de lo insoportable".
 
El temor a la clausura, o a poner en peligro las ya difíciles relaciones entre la Iglesia y el Estado, ha hecho que la prensa católica se debata siempre entre la crítica implícita y explícita a las autoridades, eso sí, desde un tono respetuoso para con éstas y la Administración. El dilema no es sencillo: elegir entre la prudencia, que busca apuntalar el margen de autonomía conquistado por la Iglesia tras la visita del Papa, y la afirmación, irremisiblemente polémica, de los principios cristianos, lo que, dado el carácter totalitario del régimen, supone arriesgar esta autonomía, tan valiosa para el pueblo cubano.
 
Aunque la prensa católica no tiene ni los medios ni la libertad para rivalizar con la prensa oficial, representa la única excepción al monopolio informativo del Estado. La autonomía de la Iglesia ha sido desde hace años el mejor aliado del pueblo cubano, un refugio de libertad, un espacio de diálogo. El miedo no traspasa sus muros, y en sus actividades los cubanos se expresan en libertad.
 
Su gran valía reside en que ofrece un refugio a la realidad frente a la propaganda de los medios oficiales, un espacio de diálogo y libertad ajeno a la acción del Estado totalitario. La fuerza de su mensaje contrarrevolucionario se encuentra en su reivindicación de la dignidad del hombre, un ser hecho para la libertad, y de los Derechos Humanos. De ahí su aportación impagable a la reconstrucción y el fortalecimiento de la sociedad civil cubana, el único camino que garantiza a la Isla un futuro en democracia.
 
Quizás el Gobierno cubano celebre el cierre de Vitral con algunas concesiones a la Iglesia; incluso puede que algunos dentro de la Iglesia piensen que las relaciones con el Estado son ahora más fluidas que nunca, y que la clausura de Vitral no es sino un elemento más en la enorme lista de daños colaterales que la Iglesia viene sufriendo desde el triunfo de la Revolución. Lo que no pueden olvidar es que nada de eso hubiera sido posible sin Vitral. Lo que deben saber es que todo será mucho más difícil ahora, sin esa revista, ya inmortal, que hacía en cada uno de sus números una defensa incondicional del hombre y su dignidad.
 
 
RAFAEL RUBIO, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Asociación Española Cuba en Transición.
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