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"POR AHORA": DIEZ AÑOS DE CHÁVEZ EN EL PODER

Las dos Venezuelas

Un diario opositor venezolano salió a la calle este lunes con el titular "Chávez perdió", y el ex guerrillero Teodoro Petkoff firma en Tal Cual su editorial del day after sobre las municipales y regionales del domingo bajo el sonoro título "Le dimos en la madre". Que por estas desmedidas efusiones nadie se ofusque aquí, en la madre patria, que es el adúltero nombre que turbadoramente siguen dándole a España los nativos del otro lado del charco. A todos los hispanos nos hermana (y nos pierde) nuestro irrespeto a las leyes de la proporción.

Un diario opositor venezolano salió a la calle este lunes con el titular "Chávez perdió", y el ex guerrillero Teodoro Petkoff firma en Tal Cual su editorial del day after sobre las municipales y regionales del domingo bajo el sonoro título "Le dimos en la madre". Que por estas desmedidas efusiones nadie se ofusque aquí, en la madre patria, que es el adúltero nombre que turbadoramente siguen dándole a España los nativos del otro lado del charco. A todos los hispanos nos hermana (y nos pierde) nuestro irrespeto a las leyes de la proporción.
No, este lunes no perdió Chávez: ganó una cierta idea o incluso anhelo de Venezuela. Y tampoco le dieron en la madre a Chávez: algunos de sus súbditos, hartos de diez años de soportarlo, le clavaron cinco banderillas en su lomo de toro de puntas, y los picadores caraqueños lo castigaron con la lanzada de la Alcaldía Mayor de la ciudad capital del país. El toro ha recibido un escarmiento, pero aún queda mucho hasta llegar a la tercera suerte de la lidia.
 
Esta digresión, así, de entrada (que espero sepa perdonarme el sufrido lector), viene a cuento de los escasos, flojos e irrelevantes comentarios y análisis que la prensa local (nunca mejor aplicado el epíteto) ha publicado en estas últimas semanas y meses sobre lo que ha venido cociéndose en Venezuela, al menos, desde el pasado 2 de diciembre, cuando Hugo Chávez recibió su primera derrota en las urnas. Es que estamos en lo de siempre: cuando no cultivando el ombligo peninsular, que de tan generoso deja en minimalista maqueta a la plaza de Las Ventas, desgañitándonos como mandriles en celo a ver si hay suerte y nos sacan en la foto junto a los gorilas en la niebla en Washington.
 
¿En nombre de qué diremos que lo de Venezuela es más o menos democrático? ¿O es que nos hemos creído el cuento de que somos mejores que nuestro reflejo plurisecular del otro lado del Atlántico, únicamente porque consumimos más iPods que ellos o viajamos más a menudo a ver atardecer sobre el Ebro?
 
Lo que hay que oír y ver: si llevamos décadas padeciendo una clase política, con su rémora de empresarios parásitos y periodistas-piloto, empeñada en hacer buenos a los más brillantes trujamanes del populismo latinoamericano. De Felipe González y su cultura del pelotazo a los neoprogres de la ceja pintada por Barceló en el falso techo de Naciones Unidas, vivimos en un país tan puntillosamente respetuoso de las reglas de la etiqueta democrática que, por sólo citar un par de ejemplos y dejar de una vez de dar la lata con este tema, tenemos que cantarle el trágala cada día que amanece (y, de paso, regalarle nuestros impuestos) a los veterotestamentarios nacionalistas catalanes y vascos (y también gallegos: welcome on board) o chuparnos las prédicas de los catecúmenos de la SER, El País y otros seminarios de la fe única, que un día quieren convencernos, rociándonos con agua bendita en las fuentes bautismales de la memoria histórica, de que los del PP son los hijos de los que asesinaron a García Lorca (aprovechando que éste, a diferencia del PSOE, es el único partido de gobierno de la reciente democracia española fundado después de la muerte de Franco), y al otro nos educan en los sanos principios del camarada Goebbels, invitándonos a quemar los libros que no se avengan con nuestros prejuicios.
 
En fin, este desvarío peninsular, no vayan a creer, no está tan alejado como parece del tema de este artículo. Que reza "Las dos Venezuelas". Como si dijéramos "Las dos Españas". Un observador distraído pensaría: anda ya, un arquetipo. Nada de eso: por desgracia, no es un jarrón de salón historiado, es la purita realidad. Como en la madre patria, que también lo es del cordero hispanoamericano, algo sabemos de esa realidad, no debería costarnos mucho esfuerzo comprender lo que está pasando en Venezuela y, para ponerle punto final a esta serie de artículos, vislumbrar lo que razonablemente pueda suceder en un futuro cercano.
 
Casi lo de menos, en las elecciones municipales y regionales del 23 de noviembre, es que la oposición haya ganado los estados de Zulia, Nueva Esparta, Miranda, Táchira y Carabobo, el Municipio Sucre del estado Miranda y la Alcaldía Mayor de Caracas. De hecho, ese va a ser el argumento del oficialismo chavista: la oposición sólo ganó cinco de las 22 gobernaciones en liza y previsiblemente un puñado de alcaldías (casi 24 horas después del cierre de los colegios electorales, el Consejo Nacional Electoral venezolano todavía no había publicado la mayoría de los resultados en las votaciones locales). En realidad, estos resultados reflejan que casi el 30% de las gobernaciones venezolanas permanecen o han pasado a manos de la oposición, lo que también ha sucedido en el caso, importantísimo, de la Alcaldía Mayor de Caracas. Por sí solo, este resultado bastaría para justificar la sensación de triunfo de los opositores a Chávez y a su régimen: que en una contienda electoral que ha estado plagada de todo tipo de irregularidades, desde inhabilitaciones administrativas y discrecionales de candidatos opositores a amenazas tabernarias del jefe del Estado a los principales adversarios de los candidatos de su partido, la oposición haya ganado terreno respecto de los anteriores comicios regionales de 2004 es toda una hazaña. A esto se suma la alta participación (65,45% del censo, la mayor registrada en unos comicios locales y regionales venezolanos hasta la fecha) y, detalle nada despreciable, el hecho de que los estados que serán gobernados por la oposición sean los más poblados del país, por no decir nada de la alcaldía de la capital.
 
Aún queda por conocer un dato significativo: la distribución política del total de votos escrutados entre candidatos oficialistas y afines y candidatos opositores. Sólo entonces se tendrá una foto fija de la actual relación de fuerzas entre los partidarios de Chávez y sus contendientes. A ver si esta vez se esmeran las autoridades venezolanas y lo hacen un poco mejor y, sobre todo, más rápidamente que con los resultados del referéndum del 2 de diciembre de 2007: a estas alturas, el CNE aún no ha comunicado oficialmente los resultados definitivos de aquella consulta.
 
En todo caso, parece confirmarse lo que desde hace al menos casi un año es una certeza para muchos venezolanos: que su país está dividido en dos mitades, que son como dos planetas de diferentes galaxias. Puede parecer una frivolidad, pero uno de los terrenos donde más sangrantemente se manifiesta la fractura social y política de Venezuela es el de la cultura y la educación. No toca hacer aquí siquiera un somero repaso a lo que ha sido la gestión del Estado venezolano en ese terreno en las tres décadas previas a la llegada de Chávez al poder, cuando por primera vez se diseñó la gestión pública de la oferta cultural y educativa en ese país. Pero en este capítulo, el legado de Chávez es sencillamente calamitoso.
 
Para Rafael Romero, director de la Colección Patricia Phelps de Cisneros, al desmantelamiento de los grandes museos nacionales (Galería de Arte Nacional, Museo de Bellas Artes, Muso de Arte Contemporáneo de Caracas), y la destrucción de la incipiente descentralización de la década de 1990, se ha sumado el divorcio entre el sector público y el privado, para producir un efecto aparentemente paradójico, en el fondo lógico: la cultura y el arte financiados por el Estado venezolano son hoy, además de intelectualmente indigentes, perfectamente inoperantes:
La conjunción del sector público y privado, que vimos aparecer en los años noventa, prácticamente ha desaparecido. Las razones son fundamentalmente de orden político, generadas por la abierta aversión del chavismo a la participación privada en áreas que considera del dominio exclusivo del Estado. La inversión privada, en años anteriores manifestada en forma de patrocinios a proyectos generados por los museos públicos –lo que incidía positiva y directamente en su calidad y alcance, en la promoción de los artistas y en la formación de los especialistas–, ha tenido que reorientarse a proyectos generados y ejecutados por el empresariado. Así, y paradójicamente en un régimen como el de Chávez, la presencia del sector privado, su función de promotor de las artes visuales en Venezuela, se ha fortalecido, en la misma medida en que el sector público ha pasado a ser percibido como débil, parcializado y pobre.
Sagrario Berti, investigadora y curadora de imágenes fotográficas, recuerda que, "durante casi nueve años, los museos ha dejado de adquirir nuevas obras y, por lo tanto, han desaparecido las Nuevas Adquisiciones". "Según parece, la actual política está dirigida a la restauración de piezas, lo que debería de ser innecesario si existieran políticas adecuadas de conservación de obras". En el mismo orden de cosas, "desde 2001 han desaparecido las políticas de adquisición de fuentes bibliográficas, y los centros de información, como el Centro de Información Nacional de las Artes Plásticas (Cinap), están desactualizados. Algo parecido sucede con el Museo de Bellas Artes, que tenía una política de intercambio interinstitucional con algunos museos del continente y mantenía suscripciones a revistas de arte, hoy desaparecidas".
 
Centralización a ultranza, gestión ineficaz, ruptura del diálogo entre instituciones, imposición de la línea oficial en los contenidos: todos los males del espejismo revolucionario de las izquierdas han acabado dando al traste con una idea de cultura abierta y liberal. No otra cosa ha sucedido con las universidades venezolanas: Chávez y su régimen han impulsado nuevos centros de educación superior, calcados del modelo cubano, donde se estudian carreras tan esperpénticas como Gestión Social para el Desarrollo Local o Informática para la Gestión Social. Incomprensible sopa de letras, que apenas logra ocultar la indigencia del Socialismo del Siglo XXI impulsado por el régimen de Chávez.
En general –dice Alberto Barrera–, sobre todo lo oficial gravita el hechizo de cualquier revolución latinoamericana, la instrumentalización religiosa que conlleva devociones y fidelidades inauditas. Cuando el Estado comienza a comportarse como una iglesia, la diversidad cultural suele ser la primera víctima.
 
Nota: Las citas no referenciadas son respuestas a cuestionarios que la autora de esta serie ha sometido a venezolanos –periodistas, escritores y especialistas en diversas áreas– en las últimas semanas.
 
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