Menú
VENEZUELA

Nace una estrella

El comandante, coronel, camarada, paracaidista y presidente (así, todo con minúscula) Hugo Chávez ha tenido que morder el polvo de la más humillante derrota. Su demagogia barata jaleadora del odio de clases no le bastó para vencer en las legislativas.


	El comandante, coronel, camarada, paracaidista y presidente (así, todo con minúscula) Hugo Chávez ha tenido que morder el polvo de la más humillante derrota. Su demagogia barata jaleadora del odio de clases no le bastó para vencer en las legislativas.

No le sirvieron sus interminables peroratas –emitidas tanto por los canales estatales como por los de los adictos al gobierno, como el de ese pobrecito ricachón de Cisneros–; tampoco el todavía formidable presupuesto oficial, que se nutre de la riqueza petrolera; ni la utilización impúdicamente parcial de los medios del Estado; ni las amenazas a los opositores, tantas veces ejecutadas, como atestiguan –por poner sólo unos ejemplos– los casos de Alejandro Peña Esclusa, Guillermo Zuluaga y Oswaldo Álvarez Paz.

Nada le alcanzó. Se jugó entero y la perdió entero. El pueblo libre de Venezuela le ganó la partida.

El fraude se cometió antes de las elecciones. Con menos votos que la oposición, el oficialismo sacó muchas más curules. Alquimia electoral es eso. Pero lo cierto es que a Chávez le volvieron trizas. Le pulverizaron en los centros más poblados y educados, donde el elector es más independiente y menos desinformado. Le molieron a palos en los estados clave de la economía venezolana. No solo le quitaron la unanimidad en la Asamblea, sino que le arrebataron la mayoría que le permitía hacer cuanto en gana le viniera. Y le notificaron que para el 2012 ya todo está perdido.

¡Qué largo me lo fiáis!, diría el coronel golpista, como el Don Juan de Tirso cuando le prometen las llamas del infierno. Y en verdad será muy larga la espera. Porque Chávez seguirá dilapidando la gigantesca fortuna del pueblo más rico de América, que él se ha ingeniado para convertir en uno de los más pobres. Seguirá destrozando la ya muy débil estructura productiva del país, para que los venezolanos tengan que comer de prestado, curarse de prestado, satisfacer sus necesidades más elementales de prestado. Seguirá rodeándose de majaderos y matones que le apoyan para mejor robar. Y seguirá regalando lo que es del pueblo como si fuera suyo.

Pero los días están contados, como le dijo el ángel al déspota de Babilonia. Los venezolanos probaron el sabor de la Victoria y nadie se lo podrá quitar. Vieron la luz de la Libertad, y no se dejarán encerrar entre sombras. Descubrieron el camino a la Gloria y no volverán a transitar senderos de humillación y deshonor. La oposición pudo unirse, por primera vez, y entendió que era formidable, grandiosa, invencible. Y, si muy mal no estamos, descubrió quién será su símbolo, su guía, su norte.

María Corina Machado es una mujer excepcional. A su juventud, a su belleza, a su gracia, une la preparación técnica y científica de los mejores. Y las condiciones naturales del líder, que no se estudian en Salamanca, ni en Oxford, ni en Harvard. Dios, tan pródigo en todo, castiga a los pueblos con escasez de jefes naturales. La tierra venezolana habría quedado exhausta después de engendrar a Simón Bolívar, el más grande americano de todos los tiempos. Por eso, tal vez, Venezuela quedó condenada a la dura travesía por el desierto que ha sido su historia política. Hasta rodar por los despeñaderos del chavismo. Siempre nos preguntamos, viendo la lucha de Venezuela por encontrar su camino, dónde estaría guardado el hombre o la mujer excepcionales que convocaran las prodigiosas energías aletargadas bajo el peso de la riqueza petrolera y luego asfixiadas por la retórica nauseabunda y estúpida del Socialismo del Siglo XXI.

Chávez muerde el polvo de la derrota. Y la nueva era, la que llevará a Venezuela al sitio que la naturaleza le tiene reservado, nace con nombre de mujer. La "burguesita" María Corina Machado hará estremecer este continente. Así son los designios de Dios. A Juana de Arco la llamaron la loquita de Domrémy. Antes, claro, de que coronara un rey de Francia en la catedral de Reims.

 

© Diario de América

0
comentarios