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PERÚ

¿Otra oportunidad perdida?

El Congreso peruano está a punto de echar por la borda una magnífica oportunidad para realizar una importante reforma de las reglas que estructuran el juego político, al no acoger la iniciativa de reforma constitucional presentada por el presidente Alan García en días pasados.

El Congreso peruano está a punto de echar por la borda una magnífica oportunidad para realizar una importante reforma de las reglas que estructuran el juego político, al no acoger la iniciativa de reforma constitucional presentada por el presidente Alan García en días pasados.
Alan García.
Desde 1980, los peruanos renovamos el mandato de los poderes Ejecutivo y Legislativo de manera muy espaciada, cada cinco años, y de forma simultánea. García propone que el Congreso se renueve por mitades cada dos años y medio.

Digan lo que digan los críticos, aumentar la frecuencia de las elecciones implica establecer un mayor control ciudadano sobre el proceso político y es una proposición válida.

Ninguno de los países que constituyen ejemplos relevantes para el Perú tiene elecciones tan espaciadas como nosotros: Argentina y los Estados Unidos celebran comicios cada dos años; México, cada tres; Brasil, Colombia y Chile, cada cuatro. Sólo en la Venezuela de Hugo Chávez se celebran elecciones –de algún modo tenemos que llamarlas– cada cinco años. Evidentemente, ésta no es una buena compañía para ningún país que quiera respetar el derecho de los ciudadanos y contribuyentes a controlar el proceso político.

Por otro lado, el modelo peruano de elecciones simultáneas –es decir, la renovación del Ejecutivo y el Legislativo el mismo año– ha tenido consecuencias nefastas, y muchos comentaristas lo han llamado "el péndulo peruano". Dicho modelo determina que se produzcan cambios bruscos en la conducción del país, puesto que cada vez que hay elecciones los peruanos repudian no sólo al postulante oficialista a la presidencia, sino a los candidatos al Congreso del partido gobernante.

En estas circunstancias, hay dos tipos de escenario político igualmente indeseables: gobiernos demasiado fuertes (García 1985-1990, Fujimori 1995-2000) o gobiernos demasiado débiles (Toledo 2001-2006, García 2006-2011), según si el partido del presidente tiene o no mayoría en el Congreso.

A diferencia de lo que ocurre en países con comicios escalonados, la ciudadanía queda al margen: no puede corregir dichas situaciones inclinando la balanza del poder político en contra del presidente abusivo o a favor del presidente arrinconado por el Congreso.

Otro país con elecciones simultáneas es Colombia. Sin embargo, allí se celebran cada cuatro años. Por tanto, el eventual impasse entre los poderes del Estado elegidos no resulta tan devastador para su proceso de desarrollo.

Ninguno de los argumentos a favor de la reforma política propuesta por Alan García es escuchado por el actual Congreso. Apañados por confusas especulaciones dizque académicas, los congresistas se traban en pueriles discusiones partidistas, sin entrar al fondo del asunto, cada vez que abordan el tema.

Pero no todo está perdido. Las encuestas de opinión indican que no menos de dos tercios de los peruanos respaldan la iniciativa. Acaso ello induzca a que, en las próximas semanas, el Congreso acoja esta buena idea. Están en juego las perspectivas de afirmación de la democracia en el Perú


© AIPE

JOSÉ LUIS SARDÓN, Profesor de la Escuela de Postgrado UPC (Perú).
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