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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

¿Y si gana Obama?

La prensa española, prácticamente sin excepciones, está presentando las campañas internas de demócratas y republicanos como una especie de circo irremediable propio de esa gente irremediable, más dada al espectáculo que al pensamiento (en el supuesto, tácitamente aceptado sin explicación alguna, de que el espectáculo y el pensamiento no sean cosas estrechamente relacionadas, al menos desde la Grecia clásica).

La prensa española, prácticamente sin excepciones, está presentando las campañas internas de demócratas y republicanos como una especie de circo irremediable propio de esa gente irremediable, más dada al espectáculo que al pensamiento (en el supuesto, tácitamente aceptado sin explicación alguna, de que el espectáculo y el pensamiento no sean cosas estrechamente relacionadas, al menos desde la Grecia clásica).
En el show, tal y como aquí se entiende, hay dos grandes figuras mediáticas y unos cuantos figurantes. Imagino que los grandes genios de la comunicación oficial española habrán deducido que, cuanto más Obama y más Hillary haya en nuestra prensa de aquí al 9 de marzo, mejor. Finalmente, son dos representantes de minorías: el 13% de la población de los Estados Unidos es de raza negra, y si bien las mujeres, allí como en todas partes, son más que los hombres, hay consenso en que son o bien una minoría mayoritaria o bien una minoridad, hasta que no alcancen un poder político más visible que el de una simple Secretaría de Estado (¡ocupada hoy por una señora de color!), es decir, la Presidencia.
 
Sobre el proceso interno del Partido Republicano, a menos que se lea prensa americana (y aun así), sólo sabemos que unos cuantos dirigentes respetados pero sin liderazgo real fuera de sus propios estados están empeñados en correr una carrera sin gran preocupación por parte del caballo favorito: Rudy Giuliani, que se incorporará en el momento oportuno o decidirá que, después de todo, sus 71 años y el cáncer superado en 2003 justifican una retirada más que honorable de la política. En cuyo caso, espero que no deje sólo en la campaña a McCain y arregle su lío con Mel Martínez.
 
Lo más terrible de todo ello es que Giuliani es el único líder auténtico con proyección nacional. Los demás son inventos de oportunidad, gente que ni siquiera hubiera dado el primer paso hacia la Casa Blanca si él hubiese estado ahí desde el principio. Y eso es lo que hace pensar que los demócratas tienen posibilidades serias de ganar las elecciones. Con Hillary Clinton o con Barack Obama. Más o menos como si el único porvenir posible para España estuviese entre Cruela de Ville y el príncipe de Zamunda, entre Fernández de la Vega y el de la Zeta de Zupermán.
 
Hillary Clinton.La Clinton, es decir, la Rodham, dice que tiene experiencia de gobierno. No se le puede discutir, porque alguien debió de gobernar mientras su marido dedicaba el Despacho Oval a entenderse con la Lewinsky, entre solo y solo de saxofón, Yeltsin se descojonaba viendo las correspondientes imágenes y Jefferson se revolvía en su tumba. Clinton, la verdad sea dicha, no gobernó demasiado. Lo intentó al final, con el mismo nudo gordiano al que ahora se enfrenta Bush, el de la paz en Medio Oriente, y Arafat le salió rana. (Como Clinton sólo lee Cien años de soledad y Bush sólo lee la Biblia, ninguno de los dos se ha enterado de la historia de Alejandro: los nudos gordianos no se desatan: se cortan).
 
Aceptemos, pues, que Hillary tiene un poco más de experiencia de poder que otras primeras damas. También tiene experiencia en el perdón, visto lo sucedido tras el desliz de su esposo con la Lewinsky. Hay cosas que pueden pasar en un matrimonio corriente y en pleno uso de su intimidad, pero hay que tener unas tragaderas de Cancerbero para airearlas en público y seguir viviendo como si nada hubiera pasado: roza el ridículo, y entre nosotros hubiese alimentado el Aquí hay tomate durante seis meses, lo cual liquidaría cualquier posibilidad de carrera política posterior.
 
De modo que la primera mujer que podría llegar a la Presidencia de los Estados Unidos (cosa que no se le ocurrió a Eleanor Roosevelt, que mandó mucho más que ella) lo haría con un currículum de cornuda aunque no apaleada. Habrá unas cuantas que se identifiquen con ella, pero que por lo mismo no se elegirían presidentas a sí mismas, como no fuera en plan venganza.
 
Por último, nos queda Obama. Un tipo al que nadie conocía fuera de Illinois (lo que no es poco, habida cuenta de que Chicago es la tercera ciudad de los Estados Unidos en población, después de Nueva York y Los Ángeles) hasta que lanzó su candidatura a la candidatura.
 
Algo no cuadra en este mozo. Parece haber pasado nada menos que cuatro años en una madrasa de Indonesia, pero niega cualquier vinculación con el islam y asiste como un buen feligrés a los oficios de la Iglesia Unida de Cristo. Es hijo de padre keniata y madre natural de Kansas. Ésta, a la que imagino descalza y con amplias faldas floreadas en los 60, cuando nació su presidenciable vástago, que ahora tiene 45 años, enviudó y se casó con un musulmán practicante, con el que vivió en Indonesia mientras el hombre vivía en su religión y a menudo llevaba a su hijastro a los oficios. Hay un exceso de rumores y una llamativa tibieza en sus respuestas. Curiosamente, siendo un candidato negro, cosa impensable cuando nació, la gran preocupación del electorado no pasa por su color, sino por su religión.
 
Es el candidato progre por excelencia. Se asemeja sospechosamente a Zapatero en su ingente producción de majaderías buenistas, adanistas y pacifistas. Ha titulado su último libro, que no escribió Suso de Toro, La audacia de la esperanza. Dice, al igual que el susodicho (y nunca ha habido término más adecuado) que saldrá de Irak tan pronto como pise la Casa Blanca. No ha explicado cómo, pero chiíes y sunníes han de estar frotándose las manos, sobre todo porque no hay nada mejor que un enemigo que anticipe las jugadas con semejante antelación. También pretende, y que vayan tomando nota los que quieran vivir en los Estados Unidos, dar papeles a todos los inmigrantes. Y tiene el apoyo de todos los payasos que visitan a Hugo Chávez con una exagerada asiduidad, desde el ideólogo de las izquierdas irredentas, Oliver Stone, hasta el amigo de Sadam Husein, Sean Penn.
 
George Clooney.Naturalmente, le apoya Will Smith, el príncipe de Bel Air, el único tahúr negro del Mississippi (Mark Twain no dejó testimonio de ninguno) y el último habitante del mundo, aunque a Richard Matheson, descendiente de noruegos, no se le ocurriera jamás que ese hombre fuese negro (de hecho, las dos versiones anteriores de Soy leyenda tuvieron como protagonistas a Vincent Price y Charlton Heston, y en ésta, que en principio iba a realizar Ridley Scott, el papel era para Schwarzenegger). También George Clooney, a quien no se sabe por qué los nigerianos han convocado como mediador en su desastre tribal bañado en petróleo. Y Steven Spielberg, ese dudoso judío empeñado en buscar nazis buenos, como Jonathan Little, que ha repartido alrededor de 1.500 (sí, ha leído bien, mil quinientos) dólares por candidato. Y tiene el apoyo televisivo de Oprah Winfrey, se dice que la periodista televisiva más influyente de la nación, algo así como una suma de Sardá, Ana Rosa Quintana y un panel de 59 segundos en total acuerdo.
 
La lista es demasiado grande para los límites de este artículo. Pero trate usted de imaginar a todos los participantes de todo ese cine de izquierdas que se nos sirve a diario en las salas de proyección y en la televisión como propaganda del imperio, un cine de día en día más antiamericano. Hasta las series de propaganda, como las que Donald Bellisario ha pergeñado a mayor gloria de los servicios de la Marina de los Estados Unidos (NCIS y JAG), caen constantemente en una corrección política nauseabunda. Piense o haga una lista: Morgan Freeman, Eddie Murphy, Wesley Snipes, Denzel Washington, Lawrence Fishburne, Isaiah Washington, Halle Berry, Angela Basset, Forest Whitaker, y los blancos Robert Redford, Paul Newman, Michael Douglas, Barbra Streisand, Jennifer Anniston, Ben Stiller. Excepciones: Chuck Norris, que apoya a Huckabee, y Bein Stein, que da su voto a Giuliani.
 
(Permítaseme una digresión ante la abrumadora nómina de bardemes americanos: la especialidad de los bardemes españones consiste, sobre todo, en quejarse de la cuota de pantalla del cine español: ¿no será que ellos hacen un cine de derechas que no gusta precisamente por eso?).
 
Pues bien: Obama puede ganar. Un publicitario dijo hace tiempo que si F. D. Roosevelt hubiese hecho campaña en la época de la televisión no habría llegado jamás a la Presidencia, porque nadie hubiera votado a un lisiado en silla de ruedas. Pues bien: la corrección política ha invertido esa relación: las minorías parten con ventaja. Obama es minoría. Dice imbecilidades, y si no se ha apuntado a la alianza de civilizaciones es porque Moratinos no se lo ha contado bien. No sabemos qué piensa de las leyes de aborto. No sabemos qué piensa de economía, aunque es de temer que pretenda resolver el problema de Medicare recaudando más. Pero es joven, buenista, habla de esperanza y de paz, como el Dalai Lama, que rara vez menciona a los chinos, y también de igualdad real (o sea, de superioridad).
 
Zapatero es una realidad soportable por aquí, en el limes. ¿Pero lo imagina usted en Roma, retirándose de Cartago y arrancándoles los dientes a los leones del Coliseo? Un desastre. Dios nos coja confesados.
 
 
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