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DRAGONES Y MAZMORRAS

De repente, el silencio

Esta mañana me ha llamado X por teléfono. Mi amigo, además de poeta, es un lector de estos Dragones, y esperaba encontrarme la semana pasada en lo de Octavio Paz cumpliendo con mi deber de cronista cultural. En un primer momento yo no recordaba qué me impidió, efectivamente, acercarme al importante evento (se celebraba en el Círculo de Lectores, calle O’Donnell, como ya creo haber anunciado) en que se daban cita tantos talentos poéticos e incluso patéticos.

Esta mañana me ha llamado X por teléfono. Mi amigo, además de poeta, es un lector de estos Dragones, y esperaba encontrarme la semana pasada en lo de Octavio Paz cumpliendo con mi deber de cronista cultural. En un primer momento yo no recordaba qué me impidió, efectivamente, acercarme al importante evento (se celebraba en el Círculo de Lectores, calle O’Donnell, como ya creo haber anunciado) en que se daban cita tantos talentos poéticos e incluso patéticos.
Jaime Altieri: SILENCIO.
No fue la melancolía que me podría producir el reencuentro con el pasado lo que me impidió hacerlo, como suponía X, sino –lo recordé de repente– que estuve junto a otros amigos acompañando hasta bastante tarde a Z, que acaba de publicar la última entrega de sus diarios y estaba abrumado y deprimido, como cada vez que saca uno nuevo. Z, le contaba yo a X, teme que, como ha ocurrido con anterioridad, le salgan unos cuantos enemigos, de los que no se halla precisamente escaso. Se extraña tanto de que esto ocurra que los presentes le miramos con conmiseración. ¿Será posible, se pregunta una, que no se dé cuenta de lo que hace? Parece que no.
 
Sigue lamentando que la gente se empeñe en leer esas páginas que –protesta– en modo alguno han sido publicadas para eso. ¿Y para qué las publica Z, si nadie le obliga? Porque lo considero un deber para conmigo mismo, pero no para que me lean, contesta. Muchos de los que aparecen por sus páginas se suelen enfadar con razón, pues lo hacen bajo una luz poco favorable, cuando no francamente adversa. Lo que más le molesta a Z es que ellos no se han enterado directamente, sino que un buen amigo –nunca faltan– les avisa y se lo lee, generalmente por teléfono. El teléfono como instrumento de delación tiene mucha importancia en esta historia, lo que da a los diarios de X un aspecto premoderno, muy del siglo XX.
 
Precisamente por teléfono me invitó X a que me olvidara de Z –él también lo lee a escondidas– y le acompañara a la lectura de poemas de Julio Martínez Mesanza, en la Fundación Juan March de Madrid, calle Castelló, esquina Juan Bravo. Él se había citado ahí con R, M, W, y casi todo el abecedario, para escuchar a ese poeta madrileño, por segundo día consecutivo. Así podría yo compensar mi ausencia poética del otro día. Con ese talante redentor llegué a la cita, cuando caía la medialuz o antumbra del crepúsculo. No podía darse mejor ambientación. Una lectura de poemas es como un concierto o una misa. Hay que escucharla con recogimiento. La diferencia está en que los oyentes poéticos son al mismo tiempo fieles creyentes y no hay distracciones ni toses frenéticas entre poema y poema.
 
Yo había leído el libro Europa de JMM. O al menos eso creía, porque desde que lo hice se había enriquecido con cosas que yo no conocía o apenas recordaba. Y fue como redescubrirle de nuevo. Viajaba-mos con él, como por ensalmo, por el espacio y el tiempo, en un mundo inmerso en la belleza de la catástrofe y el desastre, de la guerra. Su segundo libro, Las trincheras, me es sin embargo totalmente desconocido, pero al escuchar algunos de los poemas me resultaba gozosamente familiar. Era Europa otra vez, era yo, salvada, por la deslumbrante belleza de esos versos. En medio del ruido atronador, de repente, el silencio. Un ejemplo:
 
La vida retirada
Ya no salgo de casa. Otros no salen
después de haberlo visto todo; en cambio
yo me encierro después de no ver nada,
o sólo las estrechas pasarelas,
las altas pasarelas pavorosas.
 
Alguien entre el público le preguntó por qué escribía "triste", y él contestó que era algo superior a sí mismo, como un impulso de su yo secreto. Conozco esa pregunta, también a mí me la han hecho en alguna lectura. Comparto con JMM esa disociación del espíritu y creo sinceramente que la poesía es o celebración o lamento. El resto es prosa.
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