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CIENCIA

¡Gracias, cambio climático! (otra vez)

El pasado jueves, en una tertulia de la cadena SER, dos escritores y un presentador de televisión afirmaban "sin ningún género de dudas" que las lluvias torrenciales acaecidas en Cataluña eran "la prueba de que el cambio climático nos va a achicharrar a todos" (sic). Confieso desconocer la preparación científica de estos tertulianos (ninguno de ellos se dedica a la ciencia, ni a divulgar ciencia, que yo sepa), pero la afirmación tajante me recordó un artículo publicado hace algunos meses en este mismo diario digital bajo el título 'Gracias, cambio climático'.

El pasado jueves, en una tertulia de la cadena SER, dos escritores y un presentador de televisión afirmaban "sin ningún género de dudas" que las lluvias torrenciales acaecidas en Cataluña eran "la prueba de que el cambio climático nos va a achicharrar a todos" (sic). Confieso desconocer la preparación científica de estos tertulianos (ninguno de ellos se dedica a la ciencia, ni a divulgar ciencia, que yo sepa), pero la afirmación tajante me recordó un artículo publicado hace algunos meses en este mismo diario digital bajo el título 'Gracias, cambio climático'.
En su momento produjo cierto revuelo entre los ecologistas patrios (vamos, que lo pusieron a caldo, lo cual me hace sospechar que no debería de andar muy desatinado). En él dábamos cuenta de recientes investigaciones sobre cambios climáticos ocurridos en momentos muy incipientes de la historia de la Humanidad, y que tuvieron un beneficioso efecto sobre nuestro desarrollo como especie.
 
Andaba tentado de enviar a la SER copia de dicho artículo cuando cayó en mis manos una reseña de Space Daily sobre otro avance en la compresión del paleoclima, la ciencia que estudia el clima del pasado más remoto. Según acaba de descubrir un equipo de la Universidad de East Anglia, varios procesos de cambio climático han sido responsables directos o, al menos, catalizadores del desarrollo de la civilización humana. En concreto, el esplendor de las culturas mesopotámica, egipcia, china, y de algunas civilizaciones americanas, se produjo (hace entre 6.000 y 4.000 años) cuando una brusca modificación de los patrones del clima, causada por fluctuaciones naturales en la órbita terrestre, derivó en una reducción del flujo de los monzones y en el aumento de las condiciones de aridez.
 
En realidad, las primeras formaciones humanas de carácter urbano, los primeros embriones de la organización social en torno a un Estado, tienen lugar cuando grandes poblaciones se desplazan a la vez en busca de recursos hídricos escasos. En concreto, las cuencas de los ríos, las zonas lacustres y las áreas de tierra fértil acogen en el citado periodo el flujo de seres humanos que huyen de la sequía y los campos yermos. Según Nick Brooks, doctor de la universidad de East Anglia, "las civilizaciones más tempranas surgen como un efecto secundario de la adaptación del hombre al cambio climático".
 
El ambiente estable, apacible y climáticamente inalterado favoreció durante milenios un modo de vida trashumante, en el que los grupos humanos se desplazaban con cierta despreocupación, sabedores de que no les iban a faltar recursos allá donde fueran. Pero el deterioro de las condiciones ambientales generó una presión extra por mantener la plaza conquistada donde los recursos abundaban.
 
Leonardo da Vinci: EL HOMBRE DE VITRUVIO.Era necesario reforzar la territorialidad de la especie, aumentar el control sobre los bienes y organizar la sociedad para su correcto uso y explotación. Ese es el comienzo de lo que hoy conocemos como civilización, y el clima pudo tener buena parte de la culpa.
 
Es cierto que la organización social no siempre condujo a una mejor vida. Los hombres y mujeres empujados a reagruparse en torno a centros urbanos se vieron obligados a trabajar más para sobrevivir, renunciar a la libertad de desplazamiento y recibir el azote de mayor cantidad de enfermedades transmisibles. En algún modo, el ser humano, que no era un ser urbano por naturaleza, tuvo que modificar su conducta por culpa del clima.
 
Y aquí es donde radica uno de los mayores atractivos del estudio: si le hacemos caso, el progreso es una consecuencia de la capacidad de adaptación humana a los cambios en el medio.
 
Ustedes saben que hoy abundan las soflamas contra el progreso industrial y tecnológico por parte de aquellos que consideran que nunca el hombre vivió tan bien como en las cavernas. A menudo se acusa al progreso de ser una amenaza para el medio ambiente y producir una profunda herida en los recursos del planeta. Pero la investigación que aquí les reseño demuestra más bien lo contrario: el progreso urbano es una herramienta del hombre para defenderse de los cambios de la naturaleza.
 
Recientemente, la revista New Scientist lleva a portada los proyectos científicos de todo el mundo que se engloban en el concepto de ecourbanismo. En un mundo donde, por procesos naturales o por presión humana, los recursos verdes (bosques, ríos, selvas…) disminuyen caben dos posturas: una es cobarde e ineficaz a largo plazo: reducir la expansión de las ciudades y entregarnos al fomento de la vida campestre, ludita y anticientífica; otra, mantener el crecimiento de las ciudades y de las infraestructuras e integrar en ellas los espacios verdes que la naturaleza pierde en estado salvaje. Según algunos científicos, en el futuro los mayores pulmones de la tierra, las masas de vegetación y agua más ricas, estarán en el centro de grandes ciudades construidas con sapiencia para albergar estos espacios.
 
La ciudad, la energía nuclear, el petróleo, el asfalto, las radiaciones móviles, el hormigón no son por sí solos una amenaza al medio ambiente; es más, con rigor y criterio, pueden convertirse en el mejor albergue para la naturaleza. Del mismo modo, señores tertulianos de la SER, que el cambio en los patrones del clima no significa necesariamente que vayamos a morir achicharrados. Que se lo digan a los antiguos egipcios.
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