La peña todavía no se ha enterado de que aquí hay dos partidos nacionales y otros dos nacionalistas con posibilidades de decidir en sus respectivos ámbitos. Punto. El resto de partiditos y partidetes son el tributo de exotismo ideológico que el sistema paga gustoso para que esto parezca una democracia aseada en la que el pueblo está adecuadamente representado.
Sin ir más lejos, las elecciones autonómicas que se están dilucidando este fin de semana han convocado a una pléyade de formaciones más o menos pintorescas, que han empleado sus escasísimos recursos en una guerra fratricida por llegar a los 800 votos y dar en la cresta al adversario. Sin embargo, ninguno de los varios cientos de partidos que están en activo difiere lo suficiente de la media como para que pueda ser considerado una opción novedosa. Aquí, el acuerdo en los grandes temas es general, con propuestas que van desde la socialdemocracia a la extrema izquierda, y no hay ningún partido que se salga de ese guión.
Ni siquiera este nutridísimo catálogo de ofertas políticas que son las mesas electorales de las autonómicas –mucho más divertidas que las nacionales, dónde va a parar– basta para que un español con inquietudes y lecturas encuentre un partido que pueda llegar a entusiasmarle lo suficiente como para perderse un domingo de playa o de campo por ir a votar.
En mi caso particular, no he podido localizar partido alguno cuyo programa no me provoque arcadas. No los culpo, porque mis exigencias, aunque sencillas, no son precisamente el pasaporte a la popularidad: abolición de las autonomías, ilegalización del aborto, prohibición de cualquier tipo de subvención, sufragio censitario sólo para los que pagan impuestos directos y sus cónyuges y libertad para elegir educación, sanidad y sistema de pensiones privados o públicos son los ejes centrales de mi propuesta programática... y el pasaporte más directo al suicidio político de cualquiera que la defienda en una sociedad tan colectivista como la nuestra.
Eso nos pasa a los de derechas, conservadores a fuer de liberales, porque los rojos están cojonudamente representados. Ellos tienen, y lo digo con sana envidia, una constelación de formaciones que van desde los que exigen la implantación de la dictadura del proletariado y los sóviets a los que tienen un cierto toque milenarista, con energías positivas, altermundismo y sentimentalismos varios.
Al final tendremos que exigir una democracia directa, en la que todos los ciudadanos votemos a diario las leyes del parlamento por medio de las nuevas tecnologías. El problema es que, al menos al principio, votarán también los espectadores de los programas de entretenimiento de las cadenas generalistas, pero en cuanto vean que no hay nominados para la expulsión y que además hay que leer varios folios sin dibujitos si uno quiere enterarse de lo que se va a votar se dedicarán a lo suyo, que es enviar mensajes de SMS a la tele poniendo a parir a la Campanario o, en su defecto, al último objetivo del odio marujil patrio.
¿Elitista? Por supuesto. Pero no es que quiera negar el voto a alguien. Es simplemente que cada uno debe opinar únicamente de aquello que entiende. Todo un signo de civilización, se pongan como se pongan los radicales democracistas.