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PREPUBLICACIÓN

Sabino Arana o la identidad pervertida

"Y el lema Jaungoikoa eta lagizarra [Señor de lo alto y Leyes viejas, o bien, Dios y fueros] (…) iluminó mi mente y absorbió toda mi atención (…) Levantando el corazón a Dios, de Bizkaya eterno Señor, ofrecí todo cuanto tengo y soy en apoyo de la restauración patria, y juré (y hoy ratifico mi juramento) trabajar en tal sentido con todas mis débiles fuerzas, arrostrando cuantos obstáculos se me pusieran de frente y disponiéndome, en caso necesario, al sacrificio de todos mis afectos, desde los de familia y de amistad hasta las conveniencias sociales, la hacienda y la misma vida". Palabra de Arana.

"Y el lema Jaungoikoa eta lagizarra [Señor de lo alto y Leyes viejas, o bien, Dios y fueros] (…) iluminó mi mente y absorbió toda mi atención (…) Levantando el corazón a Dios, de Bizkaya eterno Señor, ofrecí todo cuanto tengo y soy en apoyo de la restauración patria, y juré (y hoy ratifico mi juramento) trabajar en tal sentido con todas mis débiles fuerzas, arrostrando cuantos obstáculos se me pusieran de frente y disponiéndome, en caso necesario, al sacrificio de todos mis afectos, desde los de familia y de amistad hasta las conveniencias sociales, la hacienda y la misma vida". Palabra de Arana.
Permítanme que antes de acometer este ensayo sobre la figura de Sabino Arana, padre y principal inspirador del nacionalismo vasco que todavía hoy se reivindica, si bien entre dientes y en algunos casos hasta con no poca vergüenza, heredero del mismo, esto es, el Partido Nacionalista Vasco y sus sucesivos esquejes (de los que Eusko Alkartasuna sólo es el último), me plantee una pregunta esencial: ¿interesa realmente hoy en día un personaje como Sabino Arana más allá de lo grotesco de sus exabruptos xenófobos y sus extravagancias biográficas como aquella de empeñarse en rastrear en los archivos correspondientes los ciento y pico apellidos "euskaros", que no simplemente vascos, de su futura prometida? La respuesta no puede ser más inmediata y categórica: ni pizca.
 
Sabino Arana como personaje histórico pertenece hace ya tiempo al estercolero de la Historia adonde van a parar todos aquellos personajes que como él no contribuyeron a la felicidad de las especie humana o, por lo menos, a hacer más habitable el mundo. A Sabino Arana lo imagino codeándose, si bien de lejos porque nuestro personaje aún y todo jamás pasó de ser un raro de provincias, exentas y todo lo que se quiera, pero provincias al fin de cuentas, y por lo demás bastante inocuo si, como tiene que ser, reconocemos que nunca hizo daño físico a nadie, que lo más que llegó digo fue a irritar al prójimo con sus disparates racistas y su separatismo antiespañol a algún que otro funcionario del gobierno central y por extensión a todos los exégetas habidos y por haber de las supuestas esencias hispanas. Así pues, nada que ver con el francés Joseph Arthur de Gobineau, con su obra Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas (1853-1855), el inglés Houston S. Chamberlain con Los fundamentos del siglo XIX, con cualquiera de los ideólogos del apartheid o del Ku Klux Klan, y mucho menos con el campeón del racismo llevado hasta sus últimas consecuencias que fue, como todos sabemos, aquel cabo austriaco y mediocre pintamonas llamado Adolf Hitler. Ni mucho menos, con tanto descerebrado suelto a lo largo y ancho de las páginas de la Historia, con y sin mayúscula, no nos queda más remedio que reconocer que nuestro personaje, a lo más un simple y patético recopilador de los prejuicios de su época y muy en especial de su aldea, juega en segunda y hasta en tercera división de la liga de personajes condenados al olvido y el desprecio de ese averno particular en el que imagino a los de su calaña.
 
Sabino Arana.Ahora bien, por qué perder el tiempo y gastar papel en semejante personaje si podemos resolver la curiosidad con la reseña de turno en la enciclopedia. Pues ni más ni menos porque el elenco de sandeces que Sabino Arana inventó o dejó escritas, así como el recuerdo de otras tantas de las que hizo en vida, todavía colea y mucho, y en especial su utilización de la xenofobia como arma política. Un odio al extraño y en especial al vecino venido de fuera, máxime si también era antagonista, que perdura no tanto en la praxis diaria de sus herederos como en el subconsciente de muchos de éstos y también, he aquí lo más triste y llamativo (...) en el de no pocos de los que se les oponen, y también, o sobre todo, en la imagen en mi opinión y convicción sumamente distorsionada que tanto propios como extraños, es decir, vascos y no, tienen sobre la supuesta identidad vasca, una identidad –sin olvidar que toda identidad colectiva es a la postre una invención o cuando menos una interpretación subjetiva del sujeto– que por obra y gracia de Sabino Arana no es tanto aquello que Julio Caro Baroja definió como el resultado de las dos formas de encarar este concepto, por un lado la observación estática que hace abstracción de las transformaciones y por otro la dinámica que ve el movimiento a que está sujeto todo aquello que estudiamos, o dicho de un modo mucho más pedestre, la suma y sigue de lo que fuimos en el pasado con lo que ahora somos y hasta con lo que seremos en el futuro, sino más bien el esbozo sumamente simplista de un país todavía inexistente (o en construcción como dicen sus herederos), idealizado de acuerdo con una concepción de la realidad decididamente retrógrada y mediocre, esto es, a imagen y semejanza del mismo personaje, así como de un conocimiento más que limitado, o incluso voluntariamente cercenado, de la misma, un país cuya principal referencia inmediata no sólo era una anacrónica y apócrifa arcadia rural vasca en vías de desaparición sino también un país a espaldas de aquel otro real en el que había nacido y cuyos complejos y resquemores de hijo de un naviero arruinado y carlista vencido le hicieron odiar hasta el paroxismo.
Pronto comencé a conocer a mi patria en su historia y en sus leyes; pero no debe el hombre tomar una resolución grave sin antes esclarecer el asunto y convencerse de la justicia de la causa y de la conveniencia de sus efectos.
 
Mas al cabo de un año de transición, disipáronse en mi inteligencia todas las sombras con que oscurecía el desconocimiento de mi patria, y levantando el corazón hacia Dios, de Bizkaia eterno Señor, ofrecí todo cuanto soy y tengo en apoyo de la restauración patria, y juré (…) trabajar en tal sentido con todas mis débiles fuerzas (…) Y el lema Jaungoikua eta Lagizarra iluminó mi mente y absorbió toda mi atención.
Estoy firmemente convencido de que esta definición de nuestro personaje como un ser retrógrado y mediocre debería ser el eje alrededor del cual se teja todo trabajo sobre él, lo primero porque toda su ideología es la propia de un integrista católico que se rebelaba contra el progreso y sus consecuencias y lo segundo porque, con excepción de su proclama del derecho a la independencia de Euzkadi e incluso la concepción de este mero etnónimo, el resto de su doctrina apenas es un compendio de ideas y prejuicios ya existentes a los que él simplemente da una utilidad concreta, política. No hay nada ni en su obra ni en sus actos que nos induzca a pensar de otro modo.
 
 
NOTA: Este texto es una versión editada de la introducción de SABINO ARANA O LA IDENTIDAD PERVERTIDA, de TXEMA ARINAS, que acaba de publicar la editorial Akrón.
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