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COMER BIEN

Salud, dinero y amor

Salud, dinero y amor; las tres cosas más importantes de la vida, según afirma una popular canción. Es ahí, y no en otras hipotéticas razones, donde debemos buscar la causa del a nuestros ojos desaforado consumo de especias que hacían nuestros antepasados en tiempos medievales o renacentistas.

Se han esgrimido, cualquiera sabe por qué, otras razones para explicar esa afición a los productos exóticos, que es lo que eran entonces las especias. La más usada, la necesidad de disimular el olor de unos alimentos que no estaban del todo frescos, dadas las condiciones de vida de la época y la lentitud de sus transportes.
 
No era eso, como no era eso lo que hacía que los romanos usasen el 'garum' -salsa elaborada mediante la fermentación de diferentes pescados azules- como condimento de casi todos sus platos. Pues buenos eran los romanos en lo tocante a la conservación de los alimentos en buen estado... Un pueblo que ya sabía hacer que las ostras de la Bretaña llegasen vivas a Roma, que guardaba en viveros los pescados vivos, no necesitaba "tapar" ningún defecto.
 
En la Edad Media, en el Renacimiento, el olor que hubiera parecido extraño a un habitante de Aquisgrán o de Toledo sería el del pescado fresquísimo, asequible sólo a quienes vivían junto al mar. Lo del pescado "pasado" es cosa de anteayer, paradójicamente de cuando el desarrollo del ferrocarril hizo posible llevar pescado fresco a los mercados del interior, que antes lo consumían cecial, es decir, seco, curado, como hasta hace nada nosotros el bacalao.
 
Cuestión, también, de paladar, de costumbre. Hoy día, un mexicano que llega a España suele quejarse de que la comida española "no le sabe a nada". Los españoles pueden argüir que la que "no sabe a nada" más que a picante, a chiles, es la comida mexicana. A los mexicanos, como a los húngaros y, en su día, a los romanos, les gustan los sabores potentes, la comida muy condimentada.
Pero volvamos a nuestra trilogía de salud (buena forma), dinero (poder) y amor (sexo). Las especias, en las épocas a las que nos referimos, eran un signo externo de riqueza. Un anfitrión que las escatimase era fácilmente acusado de tacaño: se esperaba de él que demostrase su poderío, su riqueza, utilizando en la comida los ingredientes más caros. Y ésos eran las especias, llegadas al Mediterráneo desde Oriente a lomos de caravana. De modo que ofrecer una comida muy especiada demostraba que sí, que se tenía dinero, o sea, poder.
 
En cuanto a la salud... En la Edad Media, la mejor medicina del mundo era la medicina árabe; ellos eran los herederos directos de los antiguos saberes clásicos. La farmacopea árabe usaba abundantes especias; de ahí a considerarlas una especie de panacea universal no había más que un pasito tan pequeño como el famosísimo de Neil Armstrong sobre la superficie lunar... y se dio ese pasito.
Respecto al sexo, los cruzados trajeron a Europa numerosas narraciones árabes, del estilo de Las mil y una noches. En ellas se nos habla de sultanes que tienen a su disposición muy nutridos harenes y que, además, cumplen a plena satisfacción con todas sus componentes. Esos sultanes, ricos y sanos, ingieren en su comida gran cantidad de especias, así que...
 
Los europeos medievales, en lugar de reaccionar a estas historias con algo equivalente a nuestro actual "menos lobos, Caperucita", se lo creyeron, y vieron en las especias una especie de poderosísimo e infalible afrodisíaco; y ya se sabe que no hay más afrodisíacos que los psicológicos, de modo que si ellos estaban convencidos de que las especias eran buenas para el amor... a tomar especias, por si la cosa funcionaba.
 
Tan vehemente era el deseo de especias de los europeos que no reparaban en gastos para conseguirlas. Y ya sabemos que una de las consecuencias más importantes de este afán fue el viaje de Colón, que no buscaba un mundo nuevo, sino otro bien viejo, las míticas Islas de las Especias, a las que sí llegaron, por la vía oriental y circunnavegando Africa, los portugueses. Colón, Vasco da Gama, Magallanes... no eran, en el fondo, sino candidatos a hacerse millonarios monopolizando el comercio de las especias.
 
Hoy, hablando en general, somos más moderados, más partidarios de que las cosas sepan a sí mismas. Pero no lo duden: cuando a un romano de tiempos imperiales, a un borgoñón del siglo XIV o a un florentino del XVI les olía mal algún alimento, hacían exactamente lo mismo que hacemos nosotros: lo tiraban a la basura. Pero, al igual que nosotros hoy, el poder, la salud y el sexo servían para justificar casi cualquier cosa. Entre otras, la obsesión por las especias; y no le demos más vueltas, que nos mareamos.
 
 
© EFE
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