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CHUECADILLY CIRCUS

Sobrevolando el terror

El 11-S le pilló en Los Ángeles. Dos días muerta de miedo sin salir de la habitación. Debía regresar a Europa en un avión marcado y temían que alguien los secuestrara. Ahora estará recién llegada a Bombay, de nuevo encerrada y con un guarda en la puerta, el uniforme de la línea aérea enrollado en el doble fondo de la maleta, el pasaporte sobre la mesilla. A los españoles no nos matan. Al menos eso dicen los del servicio secreto.

El 11-S le pilló en Los Ángeles. Dos días muerta de miedo sin salir de la habitación. Debía regresar a Europa en un avión marcado y temían que alguien los secuestrara. Ahora estará recién llegada a Bombay, de nuevo encerrada y con un guarda en la puerta, el uniforme de la línea aérea enrollado en el doble fondo de la maleta, el pasaporte sobre la mesilla. A los españoles no nos matan. Al menos eso dicen los del servicio secreto.
Ha escrito un mensaje de texto en el móvil, "Me han cogido", listo para ser enviado a su madre. Calcula que si algo ocurre aún tendrá tiempo de apretar send, así no se enterarán por la prensa. No es histeria, sino prevención. La que le faltó en Arabia Saudita cuando la policía la sorprendió haciendo lo que no debía. La que no tuvo antes de volar a Teherán, donde cogió una gripe que la dejó en cama tres días porque el médico se negó a ver a una mujer soltera y sin acompañantes autorizados (padre o hermano).
 
No le faltan razones para ser islamófoba, pero intenta no sentir rabia. Las torturas de los soldados americanos a los prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib no le hicieron mucha gracia, pero tampoco es que lo sintiera demasiado. Nadie es perfecto. Está en contra de la invasión de Irak porque varias veces sintió el terror en los rostros de los jóvenes soldados que llevaba a Kuwait, y también la euforia de los que regresaban.
Cuántos de los que iban habrán muerto, y cuántos de los que vuelven habrán perdido a sus amigos en aquellas tierras. Y todo por mí, para que pueda seguir haciendo mi vida como quiera. En el fondo nos representan a todos, o a casi todos.
Recuerda aquellos comentarios frívolos que alguna vez le oyó decir a alguna compañera:
Un secuestro corto no me vendría mal. Te dan unos día de vacaciones y te conviertes en un héroe, y en estos tiempos los secuestradores no matan a nadie. Ya no estamos en los 70.
Por alguna razón, siempre le toca lo mismo. Hace años se libró de milagro de una bomba en Tel Aviv. Salió a dar una vuelta y cuando regresó se encontró con que alguien había hecho estallar una bomba en la discoteca de al lado.
Y luego me preguntan por qué prefiero quedarme en la habitación. Para lo que hay que ver...
Una vez le enseñaron las imágenes de unas ejecuciones en un campo de fútbol. Había mujeres y niños... también entre el público.
Y luego dicen que no hay censura. ¿Por qué no lo dan en la televisión? Cualquiera puede ir, grabar y luego emitirlo todo.
No le gustan las películas de ciencia ficción ni de fantasía. De pequeña fue aficionada al terror. Quién le iba a decir que de mayor sentiría el mismo temor, la misma angustia, la misma impotencia que las protagonistas de aquellos terribles relatos. Tal vez fuera premonitorio.
 
Pero no todo ha sido así. También ha habido buenos momentos, como aquel día en el orfanato para niños con VIH en Kenia. La miraban como si se les hubiera aparecido la virgen María. Luego la directora le mostraba el libro con las fotos por si quería adoptar a alguno.
En muchos casos los anticuerpos desaparecen con el tiempo. No se sabe cuánto tiempo vivirán. La gente debería acogerlos, son muy buenos y lo aprecian todo.
También pudo hacer algo en Zimbabue. Cuando llegó tuvo que preguntar si el país había sufrido una guerra civil, porque nunca había visto una cosa así. Las tiendas cerradas, la gente caminando decenas de kilómetros todos los días por carreteras bien asfaltadas, bonitos edificios prácticamente vacíos, hoteles elegantes clausurados. En el suyo, la comida era buena. Le dijeron que era uno de los pocos lugares donde aún se podía probar la carne. Las empleadas le pedían compresas, cualquier cosa. Aligeró su maleta y sintió no haberse enterado antes. La próxima vez llevaría de todo.
– ¿Somos culpables? –preguntó vía sms.
– No, Mugabe y los suyos no pasan hambre –le respondió.
Hace tiempo un amigo le había contado que una de sus hijas trabajaba en la ONU para las naciones del Tercer Mundo. A veces no cobraba, lo hacía por ayudar. ¿A quién, a la familia del dictador?
Es que ya no se sabe si lo que haces está bien o mal, si mejoras las cosas o las empeoras. Pero tampoco te vas a quedar de brazos cruzados o volverte una cínica.
En definitiva, otro fin de semana en vela para su madre, indignada porque la empresa no ha cancelado el vuelo. Y encima llaman a su casa y le dicen que no pasa nada, que no hay motivo para preocuparse pero que hay que extremar las medidas de seguridad, y a continuación le dan una lista de instrucciones que ni a los soldados en Afganistán. No sabe si reír o llorar. Algo así no se le ocurre ni a Tom Sharpe en sus novelas de Wilt, esas historias tan raras que leía su hermano antes de que le diera por las novelas francesas truculentas. Una vez, viendo una obra de Oscar Wilde, escuchó a un personaje quejarse de la mala influencia que ejercían sobre los jóvenes ciertas historias llegadas de Francia. Supuso que serían las mismas que leían su amigo el raro y él.
 
Recordar, a veces es lo único que nos queda. Es mucho mejor que ver la tele porque el guión lo pone uno mismo, y además no hace falta llegar al final. Se puede dejar a medias y retomarlo en cualquier otro momento. Lo malo es que el comienzo es siempre mejor que el fin, y lo que queda suele ser aún peor.
 
Hace un par de meses estuvo viendo una tertulia muy divertida en un canal americano. Una chica muy simpática con apellido de aristócrata inglesa y acento pijo decía que los últimos 40 años habían sido estupendos. Hablaba de una revista llamada Mechanix Illustrated, una frikada sobre ciencia o algo así, en la que la gente escribía sobre ordenadores y robots. Contaba cómo la informática le había resuelto la vida. Por las noches, se ponía a escribir en la cama con la niña al lado.
Mientras mi hija se duerme, yo me gano unos cientos de dólares contándole a la gente lo mal que me caen los políticos.
El secreto es cocinar un montón de comida una vez a la semana y no preocuparse mucho del polvo de los muebles. También mencionó a los negros, los gays y los judíos, los cuales ya no tenían nada que temer, y decía que en la actualidad la gente podía hacer con su cuerpo lo que quisiera sin recibir castigos ni sufrir ostracismo social por ello. Siempre y cuando la explosión te pille lejos...
 
 
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