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PRÓLOGO A LA ECLOSIÓN LIBERAL, DE JUAN CARLOS GIRAUTA

Uno de los nuestros

Siempre me asombra la fecundidad y la facundia de los grandes columnistas de Libertad Digital, entre los que Girauta destaca por derecho propio y aquiescencia general. En este libro apasionante que tengo ahora el honor de prologar se nos dan muchas claves para entender ese fenómeno que, pese a haber ayudado a traer al mundo, a veces miro y no reconozco.

Siempre me asombra la fecundidad y la facundia de los grandes columnistas de Libertad Digital, entre los que Girauta destaca por derecho propio y aquiescencia general. En este libro apasionante que tengo ahora el honor de prologar se nos dan muchas claves para entender ese fenómeno que, pese a haber ayudado a traer al mundo, a veces miro y no reconozco.
Es el tercer hijo –el primero virtual– que me nace mucho más guapo de lo que cabía esperar. Y con sólo seis años me deja dormir sin dejar de soliviantar a los vecinos desagradables, que es como la apoteosis de la sana pedagogía. Cada mañana, a veces aún de noche, me asomo a LD y veo la floración de noticias, editoriales, columnas, blogs, foros, chats y demás criaturas maravillosas de Internet y tengo que pellizcarme para comprobar que no sigo dormido, o sea, soñando.
 
Dos columnistas hay en LD que no me pierdo jamás ni dejo para el fin de semana: los dos columnistas catalanes más brillantes de la última década, que en muy pocos meses de rodaje se convirtieron en puntales de la publicación: Girauta y García Domínguez. Yo no he visto dos tipos más semejantes y, a la vez, más diferentes. Ambos tienen, además, la misma experiencia juvenil de aquella Barcelona de los años setenta arrasada por el nacionalismo. Al leerlos, me parece que aún sigue viva, porque se la conoce de primera mano y se la recuerda como a una canción asociada a un amor inolvidable. Y ambos tienen también un punto gamberro dentro de su excelente formación intelectual que sólo pueden tener algunos catalanes, precisamente los que echaron los dientes de la política, del cuerpo y del alma en aquel milagro vastísimo de la Cataluña abierta a toda España y a todos los vientos de la libertad que alcanzó su última y fulgurante condensación con Tarradellas.
 
En este libro brilla el analista político, el estudioso y el sabueso investigador. Sin embargo, el estilo de Girauta es el de los que escriben a gusto y, por tanto, se permite las licencias que le da la gana. Al fin y al cabo, el primer lector del escritor y a veces el último es el propio escritor. Pondré el ejemplo de su penúltima columna, que cuando se publique este libro será ya antepenúltima. Trata de la Cataluña rubianesca, mucho peor que rufianesca, que a Girauta le ha tocado vivir. Veamos algunos párrafos:
 
Cataluña es un país entrañable cuyos políticos apoyan casi unánimemente al penúltimo descuartizador del cadáver de Lorca. No en balde le adorna el mérito de haber calificado a España en público del mismo modo que muchos lo hacen en privado. No reproduciré lo que todos conocen; el asunto me cansa, que se vayan a cagar ya con el puto Rubianes.
 
Cataluña es un país con sus propias normas. Si uno compra aquí El Mundo atraído e identificado con la denuncia de portada –la complicidad del socialismo catalán con el sembrador de violencia Rubianes (a ver si le explotan los cojones)–, tendrá que pasar por la cuota de un articulista fijo que, desde las prescindibles páginas de la edición regional, le enmienda la plana a su medio: 'Mi hermano Pepe Rubianes', se titula su pieza, que termina con "un beso muy fuerte, Pepe. No pasarán. ¡Salud!".
 
Cataluña es un país tan coherente que a fuerza de subvencionar la cultura catalana ha dejado en nada la esplendorosa literatura en catalán de los años setenta, justo antes de que empezara la "discriminación positiva". Un país cuyos responsables de inmigración –competencia que no tienen pero se atribuyen– priman al magrebí por encima del hispanoamericano porque éste tiene la mala costumbre de pensar y hablar en el idioma materno de la mayoría de los catalanes. Tantos años de ingeniería social no van a echarse por la borda cuando la cosa empezaba a estar fifty-fifty.
 
Cataluña es un espacio discursivo donde Artur Mas, el líder de la gente que se cree más cabal, propone la equiparación de trato de los idiomas castellano y japonés en la educación... y no tiene que dimitir inmediatamente. Cataluña es un club multitudinario que en su día se movilizó con éxito, bajo la batuta del joven Jordi Pujol, para que destituyeran de su cargo al director de La Vanguardia, Luis Galinsoga, un Rubianes anticatalanista, en más fino. Un medio privado no podía –¡en pleno franquismo!– estar dirigido por quien insultaba a Cataluña. Y Franco movió el dedo: que lo echen. Hoy, en esta democracia de entoldado que levanta prejuicios pueblerinos en mitad de una urbe compleja a la que ignora, la movilización se organiza a favor del Galinsoga inverso, simétrico y zafio. Del campanario, Pepe, del campanario.
 
Me gusta esta columna porque me gusta, es decir, porque me he divertido leyéndola; y porque además, como estaba buceando en la lectura de La eclosión liberal para escribir este prólogo, me pareció un retrato de cuerpo entero del Girauta ciudadano y del Girauta escritor. El primer párrafo pertenece al orden descriptivo y a la justicia distributiva. Del "Cataluña es un país entrañable" pasamos, con sólo una coma de ilación, a la parodia de Rubianes, aplicándoles los mismos términos a los que los jalean contra España. La sorpresa, base del gran columnismo político español, se produce según los cánones. El efecto es fulminante: alguien con esta capacidad de devolver las bofetadas no puede aburrirnos.
 
Y no lo hace. En el siguiente párrafo, la crítica a esa Cataluña rancia que cultiva el rencor como si fuera un ficus o como quien riega un cactus se traslada al periodismo catalán, quizá lo peor de Cataluña. Pero no lo hace recurriendo al Avui, que sería lo fácil y que a los lectores de Libertad Digital no les supone sorpresa alguna, sino a El Mundo, donde se nota mucho más la sinrazón, el paletismo y la odiosa complicidad en el odio de los rubianes de turno. Porque yo creo que Rubianes no existe: es un virus, es la gripe asiática en un puerto sin higiene intelectual y en una población permanentemente instalada en Babia, lugar real y mítico de donde seguramente proviene Zapatero.
 
En el párrafo siguiente, la parodia deja paso a la ironía, sin dejar de señalar el gran tabú de esta Cataluña venida a menos en casi todo menos en la represión, mayor que nunca: el español, que no es que sea la segunda lengua de Cataluña sino la primera en número de hablantes, pese a lo cual está prohibida por ley prácticamente en todos los ámbitos de la vida pública. Y el último párrafo, resumen de lo anterior, emplaza al que probablemente sucederá en el poder a Maragall, solo o en compañía de lobos: ERC y PSC. Girauta, y ahí es donde el escritor da paso al ciudadano, se niega a dejar de denunciar a cuantos quieran oírlo o leerlo que el rey está desnudo. Superviviente de la República de las Ramblas, se niega a dar por bueno el despotismo de Pujol en su actualización de almacén.
 
Por último, la historia. El Caso Galinsoga comparado con el Caso Rubianes ilustra cómo ha decaído la Barcelona brillantísima de hace treinta años, y cómo el núcleo de esa decadencia se debe, precisamente, a la pérdida del norte moral de una sociedad empeñada en descender a tribu. Con éxito, por cierto.
 
Todos estos ingredientes –la historia, la cultura, la política y las libertades– componen el Girauta girautísimo del periodismo. Pero son también las piezas con las que se ha fabricado este libro. Como no puede ser más catalán, no puede, a fuer de liberal, ser más español. Es un libro para todos desde alguien que no se priva de decir yo. Girauta, en fin, es uno de los nuestros. De los mejores.
 
 
LA ECLOSIÓN LIBERAL (MR Ediciones) sale a la venta este mismo mes.
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