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Francisco José Contreras

Orwell en las Cortes

La Ley de Memoria Democrática implicará el fin de las libertades de expresión, pensamiento, cátedra y asociación.

La Ley de Memoria Democrática implicará el fin de las libertades de expresión, pensamiento, cátedra y asociación.
Carmen Calvo. | EFE/Juanjo Martín

La idea de "liquidar" o "eliminar" a todo el que no está de acuerdo con nosotros todavía no nos parece natural [en Inglaterra]. En Barcelona [1937] parecía algo completamente natural. (…) Las noticias sobre detenciones siguieron circulando durante meses, hasta que el número de presos políticos, sin contar a los franquistas, llegó a ser de varios millares. (...) Se trataba, simplemente, del reinado del terror. Yo no era culpable de nada concreto, pero era culpable de "trotskismo". El hecho de haber servido en la milicia del POUM bastaba para ir a la cárcel. No servía de nada aferrarse a la noción inglesa de que uno puede estar tranquilo mientras no viole la ley. En la práctica, la ley era lo que la policía decidía que fuese.

(George Orwell, Homenaje a Cataluña, 1937).

Los escasos críticos –todo el arco parlamentario, a excepción de Vox, parece dispuesto a aceptar la nueva Ley de Memoria Democrática– citan a menudo a Orwell cuando se refieren a esta norma, que confiere al Gobierno la competencia de rehacer el pasado según su conveniencia sectaria: un poder que, como escribía aquí Emilio Campmany, no tiene ni el propio Dios, pero sí el Ministerio de la Verdad (ya saben, “quien controla el presente, controla el pasado; y quien controle el pasado, controlará el futuro”). Rehacer el pasado significa abolir la Historia y sustituirla por una fábula en la que obispos con sombrero de teja, millonarios con puro y fascistas engominados se conjuran para destruir a los heroicos defensores de la democracia, la libertad y la cultura.

La Ley de Memoria Democrática implicará el fin de las libertades de expresión, pensamiento, cátedra y asociación, limitadas todas ellas por una prohibición de la “apología del franquismo” que el Gobierno sectario sabrá manejar con la necesaria versatilidad. Por ejemplo, el texto de Orwell, que habla del bando republicano como un reinado del terror y menciona a miles de presos franquistas, ¿no está haciendo apología indirecta de quienes luchaban en ese momento contra él? La noción de “víctima franquista” es una contradictio in adjecto, anatema para la doctrina histórica oficial que será impuesta a toda la sociedad, desde el BOE a las escuelas y los medios de comunicación.

Entre los “trotskistas” abducidos por las autoridades procomunistas de la República en mayo de 1937 figuraba el jefe del POUM, Andreu Nin. Hoy sabemos que fue desollado vivo por agentes soviéticos (el POUM era un obstáculo al creciente control del bando republicano por el Partido Comunista). Tuvo el final que él mismo deseaba para los “fascistas” (“fascista” –en 1937 y, cada vez más, en 2020– era cualquier persona de orden o católica). Declaró a La Vanguardia el 2 de agosto de 1936:

Nosotros hemos resuelto el problema de la Iglesia yendo a la raíz: hemos suprimido sus sacerdotes, las iglesias y el culto. No ha quedado ni una iglesia en pie.

Por ejemplo, fueron milicianos del POUM quienes apresaron el 8 de septiembre de 1936 a sor Apolonia Lizárraga, superiora de las Carmelitas de la Caridad de Vich, y la condujeron a la cheka barcelonesa de San Elías.

Se han encontrado testigos que compartieron prisión en la cárcel de San Elías en el año 1936. Era de dominio público que el jefe de la checa, un tal Jorobado, cebaba cerdos con carne humana. Que muchos presos eran echados a dichas piaras, y que la madre Apolonia Lizárraga fue una de dichas víctimas a la que aserraron viva, descuartizaron en cuatro partes y luego en trozos más pequeños fue devorada por dichos animales que en la citada checa engordaban en número de 42.

(Antonio Montero, Historia de la persecución religiosa en España).

También en el otro bando se fusilaba a la gente por pertenecer a partidos de izquierda. Y todo había sido perdonado en la Transición. Pero ya a mediados de los 90, el felipismo en apuros empezó a resucitar el cainismo (Carmen Hermosín en 1998: “La derecha, si pudiera, fusilaría a los socialistas, pero ya no puede”). Zapatero lo hizo ley, y Sánchez lo va a llevar a cotas orwellianas.

La izquierda era socialista: quería destruir el capitalismo, acabar con las clases sociales y colectivizar los medios de producción. Se intentó en medio planeta y terminó en fiasco, tras 70 años de tiranía y decenas de millones de muertos. Hasta el epílogo de socialismo del siglo XXI bolivariano tiene a los venezolanos rebuscando en los cubos de basura. Cuanto más patente se hace el fracaso de la izquierda, más necesita afirmarse en su superioridad moral, lo único que le queda. Necesita fabricarse un siglo XX a la medida de sus ensoñaciones maniqueas. Necesita un imaginario social dividido en opresores y oprimidos: “franquistas” contra “demócratas”, hombres contra mujeres, heteros contra homos, occidentales contra todos los demás. Necesita resucitar el odio porque su esencia siempre fue el odio.


Francisco José Contreras, catedrático de universidad y diputado nacional por Vox.

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