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Francisco Pérez Abellán

Casas de muerte

He ido a la televisión a decir que eso de tenerle miedo a comprarse una casa en la que ha ocurrido un grave crimen es una soberana tontería.

He ido a la televisión a decir que eso de tenerle miedo a comprarse una casa en la que ha ocurrido un grave crimen es una soberana tontería. El miedo a que ocurran en ella fenómenos extraordinarios o se repitan los crímenes solo es ignorancia y superstición. Esta tara hace que muchos se pierdan la estupenda oportunidad de comprarse una gran casa a precio de ganga.

En la actualidad se venden varias mansiones en las que sucedieron hechos horribles, como la del asesinato de la niña china Asunta, la del crimen de los niños de Bretón y la de las muertes del descuartizador de Pioz. Estos tres ejemplos, desde el punto de vista inmobiliario, son auténticos chollos, con la oportunidad de adquirir a mitad de precio lugares espaciosos, bien situados y bien construidos. Ahora bien, al destacarse la noticia con tintes negros de Las Quemadillas, donde José Bretón dio muerte y quemó a sus dos hijos, la finca subió instantáneamente de precio.

La joya de la corona es la mansión gallega de la familia de Asunta, construida por capricho de la abuela, que era la que de verdad quería una nieta, que finalmente se la tuvieron que ir a buscar a la China. Es un lugar de lujo, de enormes dimensiones y excelente gusto, ideal para disfrutar de un periodo veraniego -y de cualquier fecha del año- en la Galicia más hermosa y selecta. Cierto es que pensar que fue donde la madre imaginó el asesinato e incluso lo llevó a cabo por asfixia es doloroso e insoportable, pero todos los lugares han sido alguna vez escenario de hechos espantosos. Si deciden darse cuenta de lo que digo, les bastará con visitar los camposantos de Madrid y verán que los allí enterrados no cabrían en la ciudad actual, aunque pasearon, vivieron y murieron sobre esta tierra, quizá agonizando alguno de ellos justo donde nosotros hemos reído. La vida está llena de estas paradojas, en una mezcla agridulce de sueño, dolor y risa, que a veces se turnan en el mismo lugar.

Renunciar al beneficio económico por un estúpido prejuicio resulta antieconómico y retrógrado. Por poco dinero se puede comprar la casa de Pioz, donde el brasileño Patrick dio muerte a sus pequeños sobrinos y a su tía, por la que dicen que estaba obsesionado, y luego se dio un lote de limpiar y fregar para quitar la sangre vertida, a la espera de que llegara el tío, el cuarto de los asesinados en ese lugar. Mientras mataba, estuvo retransmitiendo los hechos en directo con su teléfono móvil, con fotos y videos, a un morboso amigo con el que comparte un retorcido Club del Crimen, llamado Marvin, al que las autoridades brasileñas no consideran cómplice de los hechos. Pero, más allá de este relato, la casa es grande, bien situada, tranquila, y una vez al gusto del nuevo propietario será una construcción resultona, donde se puede y se debe ser feliz.

Y no es que no haya casos en los que se repitan los crímenes en el mismo edificio, que los hay, como el de la calle Antonio Grilo, centro de Madrid, en el que hubo hasta tres horribles crímenes, uno de ellos múltiple, sino que es un porcentaje muy pequeño, que también tiene lugar en otros sitios que no están marcados como casas malditas. Lo mismo pasa con la aparición de fantasmas, ruidos y fenómenos paranormales, que también surgen donde nadie fue nunca asesinado.

Personalmente, recuerdo que, cuando la gente se moría en su casa, a la noche siguiente se dormía en esa habitación, en la misma cama y, a veces, con el mismo colchón, que era de lana y habría sido un despropósito tirarlo. En sus memorias, el conde de Romanones recuerda que su padre fue a la muerte de la abuela, que falleció de peste, y lo hizo en la mejor habitación de la casa; y una vez enterrada, dice, el padre pasó la noche en la misma cama. Para que vean que no solo los pobres, a los que la necesidad obliga, deben ahorrarse el miedo y la superstición.

El caso es que he visto a lo largo del tiempo las dificultades para vender el espléndido chalet de los Urquijo, único en su género, porque allí habían sido asesinados los marqueses, y cómo me arrebataron en el último momento el local de los crímenes del Lobo Feroz, local en el que el dueño mataba mujeres y las enterraba debajo de la escalera del subterráneo, cuyo precio por su fama era de auténtica risa. Igualmente sé de compradores e inquilinos que fueron eternamente felices tras comprar o alquilar el piso donde tuvo lugar un horrible crimen.

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