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Francisco Pérez Abellán

Crímenes famosos

Los crímenes advierten, los crímenes enseñan, y si los estudias, previenen.

Los crímenes advierten, los crímenes enseñan, y si los estudias, previenen.
Portada del libro | Planeta

La delincuencia dura se ha instalado en el poder. Comparado con lo que pasa arriba los delitos callejeros no son relevantes. Los crímenes advierten, los crímenes enseñan, y si los estudias, previenen. La colección de Los crímenes más famosos de la Historia (Planeta, 2016) es un índice del comportamiento criminal. Allí se cuenta como Emilia Pardo Bazán es la escritora más valiente a la hora de contarlos y Pío Baroja el más cobarde. Como Francisco Umbral confunde, lo mismo que el gobernador de Madrid, al asesino con la víctima, y Federico García Lorca escribe Bodas de Sangre del vulgar asesinato por una herencia. También la fascinación de José María Gironella, el de Los cipreses creen en Dios, por las envenenadoras. El más fiel a la versión oficial es siempre Benito Pérez Galdós, que en el crimen de la calle Fuencarral admitió que la criada era la culpable de los pecados del señorito.

Los crímenes más famosos enseñan que la primera acción jurídica popular en nuestro país la ejerció un grupo de directores de periódicos, que el primer cacique que fue ejecutado en el lugar del crimen fue Paredes, del pueblo de Don Benito, Badajoz, donde por primera vez la justicia se cumplió a domicilio; que Aurora Rodríguez Carballeira engendró a su hija Hildegart, sin gusto ni amor, para crear un frankenstein que llevara a cabo su cruzada personal. Y que en los años treinta del siglo pasado ya había en España asesinos en serie que cometieron a la vez la muerte de la Encajera y el crimen del Arroyo de las Pavas con un tupé hipermoderno (portada del libro) que se vuelve a llevar ahora.

En los crímenes famosos hay mujeres sabias, cuidadosas, capaces de disfrazarse con una peluca negra y recoger semen en un lugar de alterne de dos boys distintos para contaminar la escena del crimen untándolo en la boca y los órganos sexuales de la víctima y despistar así a la pasma, la bofia, la madera, la pestañí, o cualquier otra policía que se encargue de las pesquisas. Mujeres que seducen a octogenarios y a otras mujeres para que colaboren en sus planes, secuestran a su casera para robarle el piso y son autoras de una serie de delitos que pagarán muy caro porque sus cómplices dejarán un pelo olvidado en el pecho de la asesinada. Mujeres que matan mujeres, incluso sin son muy viejas, con un truco sencillo y mucha violencia. Mujeres capaces de eliminar a sus hijos cuando les molestan o de tramar un asesinato político con el agravante de disfraz, crímenes en los que tanto el verdugo como la víctima son del mismo género pero de distinta condición.

Y hay monstruos como el nazi noruego Breivik nacido en el paraíso de la civilización para poner en ridículo usos de seguridad que dejan indefensas a las víctimas. El peor criminal nacido en la sociedad más privilegiada. Monstruos que imaginan descarrilar los trenes de pasajeros del Maresme y son declarados locos aunque al poco se les señala como curados de enfermedades incurables. O el asesino del Pintalabios que nunca salió de la cárcel.

Y crímenes de políticos o cometidos por políticos. Todos investigados uno a uno y estableciendo lo que de verdad pasó en contra de lo que se recuerda. El crimen del Teatro Eslava donde murió Luis Antón del Olmet a manos de Alfonso Vidal y Planas, el hombre que escribió una hagiografía de José Canalejas, asesinado por la espalda en la Puerta del Sol (1912), sin saber que él mismo moriría de un tiro por la espalda. O la tragedia de Casas Viejas que da a conocer a un Manuel Azaña distinto a todo lo conocido intentando imponer una versión en el Congreso que los grandes periodistas de la época, Eduardo de Guzman y Ramón J. Sender, perseguido por el gobierno, desmentirían para siempre.

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