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Francisco Pérez Abellán

Perdido en el palomar

La seguridad en España no es una de las bellas artes. Por ejemplo, en Dos Hermanas, Sevilla, desaparecer es ya una tradición.

La seguridad en España no es una de las bellas artes. Por ejemplo, en Dos Hermanas, Sevilla, desaparecer es ya una tradición. En 2006 Josué Monge, de 13 años, se hizo humo sin que se haya vuelto a saber nada de él. A los trece días desapareció también su padre y nadie lo ha encontrado tampoco. Ahora una nueva desaparición ha vuelto a llevar la localidad a las primeras páginas: un hombre de 59 años que estaba desaparecido, desde nadie sabe cuándo, ha sido encontrado por casualidad en el palomar de su casa, presuntamente secuestrado por sus hermanos de 76 y 61 años.

El hombre estaba desnudo sobre un colchón mugriento en un habitáculo sin techo de cuatro metros cuadrados. Hacía sus necesidades en una botella o en una lata y tenía la carne llena de heridas por falta de higiene y abandono. Presentaba signos de malnutrición y al parecer la razón de todo ello era tenerlo controlado para aprovechar su pensión de mil euros, que recibía como indemnización de un accidente que le produjo daños cerebrales. El cautivo era habitual en las calles céntricas de Dos Hermanas, donde era muy conocido con su característico caminar, secuela del golpe, y un eterno cigarrillo en la comisura de los labios. Sin embargo, un día desapareció sin que se produjera ninguna alarma. Todo lo más, los vecinos que preguntaron por él recibieron una fría respuesta de que estaba en "una residencia". A pesar de que parezca lo contrario, en la comunidad autónoma andaluza,sobre el papel hay una pomposa Consejería de Asuntos Sociales, que, como se ve, no controla demasiado. Hasta es posible que en el ayuntamiento haya una concejalía encargada de la gente necesitada de tutela. Pero no nos engañemos: es un mal común. En toda España se echa de menos la seguridad y protección de los débiles.

Esta noticia escalofriante, que parece sacada de una leyenda, nos retrotrae al abandono rural, en el que hubo casos en los que se encadenaba a los lisiados o deficientes mentales en una jaula. Pero nada de esto podía esperarse en el siglo XXI, y menos en una vivienda del mismo centro de la ciudad.

La ficción ha suplantado a la realidad. La protección social aparenta garantizar la seguridad de las personas, pero en el sitio más público los fallos son morrocotudos. El hombre desnudo, encerrado en el palomar, yacente, enfermo, sin revisión médica en un periodo muy largo, es la demostración de que no hay garantías. Se parece a los casos de ancianos que mueren solos delante del televisor y son encontrados meses o años después sin que nadie los eche de menos. No hay nadie vigilando, aunque se diga otra cosa.

Tampoco se ha aprendido nada de la doble desaparición de los Monge. Al parecer, la hipótesis que se maneja ahora es que el padre primero se llevó al niño Josué y luego se quitó de en medio. No obstante, nadie explica cómo es posible que la investigación no descubriera el magma de la tragedia durante los trece días que transcurrieron entre los dos hechos, y que solo después empezara a hablarse de malos tratos y sospechas. Ni en la investigación de estos desaparecidos hemos aprendido nada ni parece que sirva de prevención la lección amenazadora del ecce homo del palomar, que ha llevado a los hermanos, presuntos culpables, a enfrentar cargos por delitos contra la integridad moral, maltrato familiar y detención ilegal. En un cuento de García Márquez hay un ángel con las alas sucias al que tratan a escobazos como si fuera un gallinazo.

La sociedad española se vuelve descuidada. Los enfermos mentales, las mujeres maltratadas, los ancianos solitarios y los niños son las víctimas. Un afectado mental, con una pensión inusualmente alta, es tratado como una paloma sin alas en un palomar, entre suciedad y falta de comida, en pleno centro de la villa, sin que nadie se cosque, y solo la fatalidad de que el hermano tome una copita de mas lleva a la Policía, que no es tonta, a descubrir que los hermanos presuntamente lo tratan a escobazos, recluido durante años con doble puerta y el candado de una bicicleta, sin que se entere la autoridad.

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