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Gabriel Moris

El aquelarre del 11-M

La tan cacareada y elogiada democracia española no sabe o no quiere abordar y resolver el mayor ataque sufrido por España desde la Guerra Civil.

Quizá no sea éste el término más apropiado para referirme al mayor crimen de nuestra reciente democracia y sus consecuencias, no obstante, he recurrido a él porque, en cierta ocasión, un juez de la Audiencia Nacional nos dijo a un grupo de víctimas que los atentados de los trenes de Cercanías eran obra de una mente diabólica. Si a dicho juez le asistía la razón, cosa que no parece ilógica, el término podría estar plenamente justificado.Pasados casi quince años, las personas que se han interesado en seguir las informaciones sobre esos atentados y sus tristes consecuencias puede que no se alarmen con la afirmación del juez ni con el título de esta reflexión.

Por estas fechas en España celebramos la fiesta de Todos los Santos y el Día de los Difuntos. Últimamente, Halloween, de tradición anglosajona, va desplazando a nuestras tradiciones, pero todo ello es útil para estas reflexiones.

La sentencia del único juicio del 11-M se dictó también en vísperas del denominado Puente de los Santos.

Todos los afectados por aquel atentado recordamos a nuestros difuntos. Si la muerte les llegó como consecuencia de un crimen de lesa humanidad, es un motivo añadido para que hablemos de ellos en estas fechas.

Mi hijo, aquel día en que dio comienzo el aquelarre, iba al trabajo en tren. Sus asesinos -aún desconocidos- hicieron a las 7:40 horas justo lo contrario de lo que iban a hacer él y sus compañeros de viaje: matar a unas indefensas y pacíficas personas que iban a cumplir con sus deberes. Incomprensible, ¿no? Tanto o más que los hechos que siguieron a los crímenes. Por supuesto que excluyo a los profesionales y voluntarios que se entregaron sin reservas para paliar tanto daño y tanto dolor -físico y anímico- que aún perduran, aunque casi nadie habla de ello. Para unos, padres y demás familiares, un hecho así destroza para siempre la vida. Los autores y las autoridades parecen no entender esto. Y, lo que es más grave, han eludido y eluden toda responsabilidad por los crímenes. Para mayor oprobio, han premiado y condecorado a los responsables de la prevención, investigación, enjuiciamiento y condena de los verdaderos autores y encubridores de los hechos.

A raíz de aquella fecha, España emprendió una deriva política, económica y social de consecuencias imprevisibles. La tan cacareada y elogiada democraciaespañola no sabe o no quiere abordar y resolver el mayor ataque sufrido por España desde la guerra civil de 1936-39. Mi apreciación no es la de una víctima del 11-M despechada. He escuchado juicios similares a personas muy sesudas y a ciudadanos normales, expresándose con libertad y espontaneidad. El dicho popular afirma que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

Desde el 11-M, nuestra convivencia se deterioró hasta límites insospechados. Tenemos

- el olvido -por consenso-de toda investigación y por ende de aclararnos quién, por qué y para qué se perpetró el terrible atentado del 11 -M. Hace pocos días oí a un dirigente político reclamar públicamente esta deuda del Estado. Como víctima me sentí identificado con su demanda;

- división entre las víctimas, la clase política y las autonomías;

- una Justicia que deja de ser un poder independiente para transformarse en una servidora de los intereses del Poder Ejecutivo. De ahí que las investigaciones y la incompleta y falaz sentencia de los atentados sean lo que son hasta hoy;

- un Poder Legislativo que, dejando de lado la farsa de la comisión parlamentaria de investigación, no pudo legislar de forma preventiva para evitar y castigar delitos similares (v. el punto anterior); en cambio, autorizó negociar con ETA. ¿Hay alguna lógica en esto? El Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo creo que estaba en vigor;

- el caso Faisán y la urgente aplicación de la Doctrina Parot como claros ejemplos del deterioro de nuestras instituciones;

- la entrada de partidos pseudoterroristas y antiespañoles en las instituciones;

- la desaparición de los valores que han constituido nuestra civilización occidental y su sustitución por contravalores carentes de todo principio ético, moral e incluso lógico;

- la lucha abierta contra el Estado y sus instituciones, el incumplimiento de determinadas sentencias judiciales y la sediciosa utilización del Estado de las Autonomías para la ilegal proclamación de la República Catalana. Todo ello acompañado de un ataque contra la lengua común, hablada por varios centenares de millones de personas.

No podemos olvidar, además, que asuntos como el paro, la grave deriva económica, la corrupción generalizada y la mala valoración de la clase política conforman un panorama poco alentador para nuestra patria.

Sin el aquelarre iniciado el 11-M, posiblemente la España del siglo XXI iría por caminos más optimistas para todos los españoles.

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