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Habló Assad

La intervención en Libia ha supuesto demasiadas tensiones en las cancillerías occidentales como para aventurarse en cualquier otro país. Más aún, todos parecen de acuerdo en no hacerlo.

Tercer discurso del presidente sirio desde que las protestas empezaron a mediados de marzo. Y en él Assad se ha mostrado acorralado, pero con tan pocos escrúpulos y con la misma intención de seguir luchando que siempre. Su discurso del lunes giró en dos direcciones. Por un lado anunciar medidas de gracia y amnistía para muchos de los detenidos, reconociendo que comprende las protestas, adoptando un tono parternalista que hemos visto en otros dictadores en apuros. Y anunciando reformas futuras, siempre supeditadas al fin de las protestas. Pero por otro lado, Assad anunció firmeza del régimen contra los "vándalos", "saboteadores" e "intelectuales blasfemos" que estarían engañando a los que se lanzan a la calle contra él. En la práctica, trata de rebajar la tensión mediante el conocido "he entendido el mensaje", pero se reserva el derecho de aniquilar a los que vayan más lejos de lo que él considera oportuno. Que equivale a decir que continuará la represión.

Si el contenido del discurso era predecible, la reacción también. En el interior, sólo los círculos más cercanos al régimen lo han considerado, lógicamente, suficiente. Entre los opositores, lo anunciado no hizo sino despertar las iras ayer mismo, cuando miles volvieron a lanzarse a la calle desafiando la dura represión. Tal vez por ello, hoy anunciaba el régimen la segunda amnistía desde marzo hacia todos los detenidos antes del discurso presidencial de ayer. Reconocimiento explícito de que la cosa no funciona, y que le pone ante la disyuntiva futura: nuevas cesiones o más brutal represión.

En el exterior, la comunidad internacional lo ha juzgado un avance, aunque insuficiente. Tampoco parecía el destinatario del discurso, aunque con él trató Assad de calmar las susceptibilidades turcas, tan a flor de piel por la crisis migratoria que la represión está causando en la frontera con este país. Más allá de Turquía, Assad fue poco convincente y la Casa Blanca –que rápidamente comunicó la conversación con Erdogán– pide más, aunque sin convicción alguna en ser escuchada. Tampoco Assad parece muy preocupado por la reacción occidental. La intervención en Libia ha supuesto demasiadas tensiones en las cancillerías occidentales como para aventurarse en cualquier otro país. Más aún, todos parecen de acuerdo en no hacerlo. Y a diferencia de lo ocurrido contra Gadafi, donde finalmente cedió, aquí Rusia ha manifestado que ejercerá su derecho a veto para impedirlo, de manera incuestionable.

¿Qué queda? De menos a más, a Occidente le queda en primer lugar la presión diplomática y las declaraciones más categóricas, de escaso impacto dadas las circunstancias; poner en marcha sanciones más duras que sí pueden hacer efecto en Siria, aunque sólo si son unánimes y sinceras. Y en tercer lugar, el proporcionar ayuda a los opositores no islamistas y reforzar a aquellos que busquen una Siria más cercana a los intereses democráticos occidentales.

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