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Guillermo Dupuy

Complejos y trasvases

Lo que le reprocho a Arias Cañete y a su timorata renuencia a hablar de trasvases es que alimente infundados recelos en los territorios donde el agua es excedentaria precisamente por no atreverse a llamar las cosas por su nombre

Las aceleradas declaraciones del pasado miércoles del ministro Arias Cañete, en las que nos anunciaba la creación de un nuevo Plan Hidrológico Nacional, pero sin atreverse a pronunciar la palabra trasvase, me han recordado los esfuerzos lingüísticos empleados por Fernández de la Vega y otros ministros de Zapatero para no utilizar la misma palabra cuando nos anunciaron en 2008 la aprobación de un trasvase del Ebro a Barcelona. Arias Cañete, sin llegar a la cursi creatividad de sus antecesores, se ha limitado a hablar de "reutilización", "depuración" y de empleo "solidario" del agua y solo a preguntas de los miembros de la oposición, se ha atrevido a mentar la bicha al preguntarse "¿Quién se va a oponer a un trasvase si sobra agua en una cuenca?"

A pesar de sus timoratas declaraciones, quiero pensar que el nuevo PHN anunciado por Arias Cañete, no sólo contemplará, sino que consistirá básicamente en una amplia red de trasvases, incluido el del Ebro, pues cualquier plan que no radique en la necesidad de transportar agua de donde sobra a donde falta constituiría una auténtica farsa. Lo que le reprocho a Arias Cañete –como en su día a Rajoy en su primer debate en televisión con Zapatero- es que alimente infundados recelos en los territorios donde el agua es excedentaria precisamente por no atreverse a llamar las cosas por su nombre. El PHN aprobado por Aznar y respaldado por el Consejo Nacional del Agua que agrupaba a las asociaciones de regantes, confederaciones hidrográficas y administraciones públicas, contemplaba un transvase de menos del 10% del agua dulce que anualmente el Ebro vierte al mar. Y eso en un año normal, porque como Arias Cañete bien recordará, ha habido momentos, como en las riadas de abril de 2007, que con los más de 1200 metros cúbicos por segundo que el Ebro estuvo arrojando al mar se hubieran resuelto, en tres días, el problema de escasez del campo murciano de todo un año.

Hay, sin embargo, quien justifica la falta de claridad del PP de Rajoy sobre la base de lo difícil que es vender, por ejemplo, en Aragón, el transvase a la Comunidad Valenciana, Murcia o Cataluña, para que allí se hagan más urbanizaciones de lujo, más campos de golf o más parques temáticos, mientras el Aragón profundo se convierte en un desierto demográfico. Vamos que, en lugar de combatir tan burda, cateta y estúpida demagogia, el PP debe someterse a ella.

Al margen de que la necesidad de agua en esas zonas, como también ocurre en Almería, no se deben exclusivamente a la demanda turística, sino que afecta también y muy notablemente a la agricultura, ¿se puede saber qué hay de malo en dedicar el agua en actividades donde su uso resulta mucho más rentable? ¿Se puede saber qué gana el "Aragón profundo" impidiendo que en otras partes de España se utilice el agua que allí les sobra?

A falta de un auténtico mercado del agua que contemplara títulos de propiedad, esperemos que la demagogia y la estupidez, así como los complejos que impiden combatirlas, no desbaraten unos trasvases que pueden vertebrar a España como nación tanto como permitir que en ella impere el más elemental sentido común.

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