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LA OBCECACIÓN DE MORADIELLOS

El hundimiento de una versión y un método históricos

Con Enrique Moradiellos tuve hace años un debate en la revista digital de Gustavo Bueno, El Catoblepas. Aquel mantenía una curiosa historia de la guerra civil según la cual el Frente Popular representaba a la democracia y la república, Stalin había apoyado a la democracia española con el inocente objetivo de impedir la guerra en Europa, Negrín era un gran dirigente demócrata y los nacionales habían vencido gracias fundamentalmente a la ayuda de Alemania e Italia.

Con Enrique Moradiellos tuve hace años un debate en la revista digital de Gustavo Bueno, El Catoblepas. Aquel mantenía una curiosa historia de la guerra civil según la cual el Frente Popular representaba a la democracia y la república, Stalin había apoyado a la democracia española con el inocente objetivo de impedir la guerra en Europa, Negrín era un gran dirigente demócrata y los nacionales habían vencido gracias fundamentalmente a la ayuda de Alemania e Italia.
Una interpretación tan angelical de Stalin, de Negrín y del Frente Popular choca con la evidencia más clara, que he expuesto muchas veces. Hoy no cabe dudar de que el Frente Popular destruyó la república y lo que esta tenía de democrática (a menos que se consideren democráticas, claro, las elecciones de febrero del 36 y la oleada de crímenes que siguió, un proceso revolucionario amparado desde el gobierno, que a su vez incurrió en demoledoras ilegalidades. Pero, justamente, esto es lo que parecen entender por democracia muchos historiadores). Stalin nunca quiso evitar la guerra en Europa, pues desde mucho tiempo atrás daba por inevitable una "guerra imperialista". Para él, las "democracias burguesas" eran tan dignas de ser liquidadas como los fascismos, y todo su empeño consistió en hacer que la contienda estallase entre Alemania y las democracias en lugar de hacerlo entre Alemania y la URSS (y terminó consiguiéndolo).

En cuanto a Negrín, no solo participó en el asalto revolucionario a la república en 1934, sino que fue el principal responsable del envío del oro a Moscú, del consiguiente enfeudamiento del Frente Popular al Kremlin, del saqueo sistemático de bienes públicos, privados y del patrimonio nacional, de la prolongación de la guerra, cuando estaba perdida, para enlazarla con la deseada guerra mundial (postura opuesta a la de Franco). Pero según Moradiellos, Viñas y demás, Negrín sigue siendo una gran figura, y no precisamente a pesar de tales proezas, sino precisamente por ellas: todos sus crímenes y desmanes quedan justificados porque él se oponía a Franco.

Todos estos son hechos hoy bien sabidos y analizados y, en lo esencial, no admiten duda. Moradiellos quedó bastante mal en el debate citado, que abandonó; mas no por ello rectificó, y sigue enseñando a sus alumnos sus peculiares interpretaciones. Así, dice ahora en un periódico extremeño que Negrín ha sido el personaje más difamado de la II República, en pro de lo cual alega:
Los servicios secretos británicos y fuentes del Gobierno británico, que son no intervencionistas, consideran que Negrín, como dice uno de los textos, es "el hombre de España", es el Churchill de España. Ese es un adjetivo que tú no puedes despreciar, el mejor dirigente. Y luego se exilia en Gran Bretaña y tiene correspondencia incluso con Churchill porque al final decide contestar a sus cartas. Esa figura no encaja con la visión franquista de que era el hombre de Moscú, "servil esclavo de los deseos del Kremlin" o con una visión filorrepublicana, azañista, de que es un desastre que no supo llevar adelante la política militar, que torpedeó los intentos de mediación... No cuadra.
Conmovedora ingenuidad. ¿Qué puede pesar lo que ocasionalmente digan los servicios secretos británicos (que ya empezaban a estar infiltrados a alto nivel por agentes soviéticos) o algunas cartas ocasionales de Churchill, frente a los tremendos desmanes (aunque para Moradiellos no lo son) perpetrados por Negrín? Aparte de que para los ingleses las tropelías de Negrín contra vidas y haciendas de los españoles eran asunto marginal, pues lógicamente les interesaba mucho más el modo como podían afectar a sus intereses los sucesos de España. Es como cuando, para contrarrestar la impresión por los genocidios de Stalin, se presentan cartas de niños dirigidas al tirano y a las que este responde amablemente, y cosas por el estilo. Pero así está la enseñanza de la historia en manos de tales profesores.

Enrique Moradiellos.En el debate mencionado, Moradiellos no pudo rebatir datos clave como que Negrín no solo dependía para subsistir del oro enviado a Moscú, sino de un partido agente de Stalin, el PCE, que se convirtió en hegemónico en el FP, aun si no pudo completar su dominio; o que la influencia de los consejeros militares y policiales soviéticos fue incomparablemente mayor que la de los alemanes e italianos en la España franquista. Por otra parte, Moradiellos se contradice: ¿por qué no iba Negrín a ser "el hombre de Stalin", si este defendía "la república y la democracia"?

También insistía Moradiellos, como tantos otros, en que el elemento decisivo en la guerra de España fue la ayuda exterior: Franco habría recibido más material bélico y más tropas, y ello habría decidido el resultado. La tosquedad del análisis revela la de sus autores. Para empezar, plantean el asunto al revés: en cualquier guerra, parte de la estrategia de cada bando consiste en buscar aliados y ayudas. Hoy sabemos que no hubo diferencias decisivas en las ayudas (compras, propiamente), pero sí las hubo en el dinero gastado por ambas partes: el Frente Popular gastó entre un 50 y un 100% más. Que con tan enorme gasto lograra, según esos historiadores, mucho menos material ya indica algo; la corrupción en las compras fue, en efecto, otro rasgo de la administración de Negrín. En cuanto a las tropas extranjeras, los moros no cuentan, ya que entraban, desde antes de la guerra, en el ejército español, y Azaña había empezado a movilizarlas cuando la Sanjurjada. Las alemanas fueron muy específicas y poco numerosas, y las italianas no dieron gran resultado: de hecho, cosecharon la única derrota importante de Franco, en Guadalajara.

En suma, por lo que respecta a las ayudas, Franco resultó más eficiente y menos corrupto que Negrín. Muchísimo más, si hemos de creer a los apologistas del jefe izquierdista.

Las contradicciones y falsedades de Moradiellos resplandecen de nuevo en otro juicio:
Pío Moa es el exponente de una lectura interesada del pasado reciente de España, en clave del presente. No tiene voluntad de conocimiento de la verdad, por dura que esta sea, sino que es una actividad inquisitorial que pretende buscar el culpable de los males con pretensiones inmediatas de legitimación de opciones políticas y deslegitimación de otras. Un historiador no utiliza esos recursos estilísticos. Un historiador no busca el culpable, sino comprender por qué suceden los hechos. Y Pío Moa es maniqueo en su uso selectivo de fuentes, en su lectura parcial de fenómenos, en su olvido bibliográfico de otras contribuciones que considera de partida prorrepublicanas o filosocialistas o liberales, cómplices útiles del comunismo.
Para Moradiellos y Cía., ensalzar a Negrín como político de gran talla, a Stalin como defensor de la libertad o al Frente Popular como democrático, ignorar la génesis de la guerra civil, disimular la oleada de crímenes de la izquierda para cargar todo el acento y las culpas sobre los nacionales, etc., es "conocer la verdad, por dura que sea". Replicar a esos disparates, en cambio, es una actividad "inquisitorial", "maniquea", interpretar "el pasado en clave del presente", etc. Alucinante, en verdad. Pero tiene razón el profesor al predicar que "un historiador busca comprender por qué suceden los hechos" y en que no debe usar las fuentes de modo parcial. Lo malo es que él nunca ha practicado esas virtudes, y en mis libros cualquiera puede comprobar que, en lugar de olvidarlas, utilizo muchas más fuentes de la izquierda que de la derecha, y que explico las motivaciones y políticas de cada cual recurriendo a sus propias palabras, contrastándolas con los hechos y señalando sus contradicciones, en lugar de interpretarlas gratuitamente, vicio habitual de la historiografía lisenkiana o progresista.

Por esta razón, encontrando difícil rebatir honrada y concretamente mis tesis, necesitan estos historiadores ideólogos recurrir a tales retóricas, cuando no a la petición abierta o implícita de censura contra mis libros. En todo lo cual vuelven a ponerse en evidencia ellos solos.


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