La resistencia a Roma tuvo en algunas partes de Iberia tintes heroicos, y llegó a causar muy graves reveses al poder imperial. Pero ni Numancia ni Viriato, ni menos aún los cántabros, mostraron la capacidad o el designio de unificar la península bajo su hegemonía, y terminaron derrotados. Entonces comenzó en España un proceso histórico del que somos herederos y que continúa desarrollándose.
A la caída de Roma, el continente se vio sumergido en un caos del que emergieron las primeras naciones, España bajo los visigodos y Francia bajo los francos, así como intentos de fundar un imperio cristiano inspirado en el romano. El reino hispanogótico, mucho más estable que el franco, se configuró desde Leovigildo como la primera nación española auténtica, como un país razonablemente homogéneo en lo cultural –la herencia romana– y dotado de un estado. La España de entonces era el país más culto de Europa después de Italia, pero esta no logró unificarse políticamente.
La invasión islámica estuvo cerca de romper por completo la trayectoria anterior e integrar la península en una cultura afro-oriental: Al Ándalus. Pero la impronta político-cultural anterior mostró tal profundidad –al contrario de lo ocurrido en el norte de África–, que pudo generar una resistencia, la Reconquista, que consiguió expulsar a los musulmanes, reducir su presencia a la arqueología –como habría ocurrido con la herencia cristianoeuropea de haber triunfado Al Ándalus–. Fue un caso excepcional en la historia, pues ninguna otra nación del mundo logró sacudirse el poder islámico.
Las arduas circunstancias de la Reconquista propiciaron la división de España en varios reinos, creando hechos consumados que hacían muy difícil la reunificación. Sin embargo, las tendencias unitarias terminarían predominando, salvo en el caso de Portugal.
La Reconquista obró en los distintos reinos como una acumulación de energías, manifiesta en la expansión de Aragón por el Mediterráneo (Cerdeña, Sicilia, Nápoles y zonas de Grecia) o la llegada de Portugal al Índico contorneando África –rutas hasta entonces ignoradas–. Más espectacularmente, España (Castilla y Aragón) descubrió y exploró América y el Pacífico, puso en contacto, por primera vez en la historia, todos los continentes habitados y colonizó extensos territorios, en una época en que las demás potencias europeas –salvo Portugal– apenas superaban el nivel de la piratería y el tráfico de esclavos; de paso, se enfrentó con éxito a enemigos materialmente más potentes, como Francia, el imperio otomano o las potencias protestantes. Con razón se llama a aquella época Siglo de Oro –casi dos siglos en rigor–, porque fue esplendorosa no sólo en términos militares y de colonización, también en el arte, la literatura y el pensamiento.
En el primer tercio del siglo XVII comienza la decadencia político-militar de España, y algo después la cultural. Quevedo y otros percibieron el declive sin entender bien las causas, que radicaban mucho menos en los retrocesos bélicos que en el estancamiento intelectual. Estancamiento no superado del todo durante el ilustrado siglo XVIII. La Ilustración hispana fue meritoria, pero culturalmente muy inferior tanto al Siglo de Oro como a la Ilustración de otras partes de Europa. La enseñanza empeoró, y no se fundaron sociedades científicas como en otras naciones eurooccidentales, o en Rusia.
Con todo, el siglo XVIII fue testigo de una prometedora recuperación del país, que se vería dramáticamente rota por la invasión napoleónica. Una causa de la potencia pasada de España era su paz interna, muy superior –en términos de estabilidad– a la registrada en casi cualquier otro lugar de Europa; pero a partir de dicha invasión, y durante todo el siglo XIX, España se convirtió en uno de los países europeos más convulsos, con pronunciamientos y guerras civiles: perdió la mayor parte de sus posesiones de ultramar y llegó con retraso a la Revolución Industrial. La enseñanza y las universidades alcanzaron su nivel más bajo, y la economía permaneció semiestancada. Solo desde 1874, bajo el régimen liberal de la Restauración, la nación comienza un lento, pero acumulativo, progreso económico y cultural. La recuperación se vio perturbada por el surgimiento de ideologías mesiánicas, utópicas y separatistas, que provocan en 1923 la dictadura de Primo de Rivera, bastante fructífera, y luego el despeñamiento de la II República, el Frente Popular y la guerra civil, comenzada en 1934 y reanudada en el 36.
La victoria de Franco abrió una nueva etapa, con el período de paz más prolongado y fructífero que haya vivido el país en dos siglos, que continuamos disfrutando. Durante el franquismo, España se libró de la revolución, de la guerra mundial, de un nuevo intento de guerra civil, y asentó una sociedad próspera y reconciliada, libre de los odios que destruyeron la república. Sobre tales logros fue posible, desde 1975, la transición a un régimen de libertades, siendo España uno de los pocos países que deben su democracia a sí mismos y no a la intervención bélica de Usa. No obstante, hoy la democracia encara muy graves retos. España ha superado desafíos y crisis mucho más graves, pero ello no garantiza que supere los actuales sin una toma general de conciencia de su peligrosidad.
Pinche aquí para acceder al blog de PÍO MOA.