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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Efemérides bárbaras

Cuando se ha vivido casi un siglo (resulta impresionante, ¿verdad?, pues así es), los años nuevos no son nunca felices, sólo un año menos, y ¿cuántos te quedan? ¿tres, cinco? Lo cual quiérase o no, se confiese o se oculte, crea angustia. Pero, para no dar la lata con estas tristes banalidades, voy a hablar de catástrofes.  Concretamente, de Cataluña.

Desde luego, a partir del momento en que me convencí de que la democracia parlamentaria era el mejor de los sistemas políticos, hundidos en el infierno totalitario todos los demás proyectos, y realizaciones, de sociedades perfectas, considero absolutamente necesario aceptar todas las reglas, no poner en tela de juicio el resultado de las elecciones, cuando han sido limpias, e incluso defender otro de los fundamentales principios de la democracia: la alternancia en el poder. Pero existen otros principios, también fundamentales, de la vida democrática, entre ellos el de la libertad de expresión. Usando ese derecho, y sin acusar en absoluto “al árbitro de hacer trampas”, como tantas veces se hace, como se hizo cuando el PP obtuvo en las últimas generales la mayoría absoluta, diré que en mi opinión, los resultados de las elecciones catalanas son catastróficos.
 
Sin referirme especialmente a Maragall y al PSC —que no me parecen geniales, pero tampoco nefastos—, acaso su defecto más visible, por ahora, es que no son nada. Ocurre, y son cosas que suceden en las mejores familias, que al no haber obtenido la mayoría tuvieron que aliarse para gobernar con el loco peligroso de Carod, su Esquerra Republicana y los posos del comunismo catalán, disfrazados de Iniciativa Verde o algo así. Es muy probable que el primero en lamentar una victoria lograda en tales condiciones sea el propio Maragall, algo más sensato que sus tétricos aliados, pero no tienen más remedio. De entrada, la prensa anuncia 500 medidas sociales previstas por la nueva Generalitat. Si se trata de algo más que de propaganda electoral, podría resultar un aquelarre, porque serían 500 “limosnas” más, un despilfarro de gastos improductivos que aumentarían inevitablemente los impuestos.
 
Sería exactamente lo contrario de lo que realizan, por ejemplo, los laboristas británicos, de lo que hicieron los holandeses y de lo que están haciendo los socialistas alemanes, y hasta los suecos, modelo durante decenios, para la social burocracia europea. Muy someramente, podría resumirse como una disminución de los impuestos y paralelamente de los gastos, o “limosnas” estatales, o sea un poco de oxigeno para el enfermo, una política con pinitos liberales, insuficientemente liberales. En la propaganda electoral de la izquierda catalana nacionalista y triunfante, también se hace hincapié en la prioridad que van a dar a la cultura. Fácil es imaginar lo que entiende por “cultura” el señor Carod, que ostenta el título mafioso de “conseller en cap”: expulsar o encarcelar a todos los que no hablen en catalán.
 
Pero, claro, lo que más llama la atención es su proyecto nacionalista cara a Europa, cara a Madrid, cara al futuro y cara a la tumba de Companys; deciden que la región catalana contaría con Aragón, los países valencianos, y las Islas Baleares (¿no se olvidan de Perpiñán, Murcia y Sicilia?). Teniendo en cuenta las dificultades reales e importantes que se presentan para la gobernación de una UE con 25 o más estados, cualquiera puede imaginar lo que sería gobernar Europa con 30 estados y 130 regiones. En comparación, la Torre de Babel aparecería como un modelo de sencillez y armonía. Lo más jocoso es su incautación de Aragón. Bueno, sabido es que todo nacionalismo es expansionista, cuando no imperialista, pero con el pretexto de que el Reino de Aragón comprendía las provincias catalanas, pretenden dar la vuelta a la tortilla, declarando que Aragón “es nuestro”. Lo mismo ocurre en el País Vasco, con su pretensión de fagocitar a Navarra, también con el pretexto de que existió un Reino de Navarra. Pues sí, pero resulta que fue un reino francés, capital Tolosa, que contaba con las tres provincias vascongadas. Es como si México reivindicara España, en nombre de Hernán Cortés. Seamos serios.
 
Los Maura somos mallorquines, por lo tanto súbditos virtuales de ese “minimperio” de pacotilla, y los Semprunes vallisoletanos, pero fuéramos todos segovianos que daría lo mismo, porque, hasta que no se demuestre lo contrario, se trata de España, de una España plural, conflictiva, pero democrática, y hasta con más democracia que jamás en su Historia, con sus autonomías aceptadas, pero con el cáncer incurable del terrorismo etarra. En este sentido, hay que ser eso, Javier Pradera, para preguntarse en El País: “¿Cómo explicar el distinto color del cristal con que el PP mira la alternancia según se trate del nacionalismo catalán o vasco?” Pues te lo voy a explicar yo, ¡so cretino! Porque el nacionalismo catalán no mata. Hemos —he— criticado muchas cosas a la Generalitat de Pujol, y concretamente su reaccionaria concepción del bilingüismo, que consistía en machacar el español, sin lograrlo, por cierto, pero, repito, no matan. O sea, que se podía discutir y negociar con ellos. Se me dirá que el PNV tampoco mata, pero tampoco vamos a dejarnos tomar el pelo para siempre jamás, porque las relaciones ambiguas y la complicidad implícita del PNV con Batasuna y ETA eso lo ven hasta los ciegos.
 
En resumen, al margen de las combinaciones y proyectos de alianzas electorales, que todos los partidos planean y que el propio Maragall acaba de concretar, para su propia desgracia, el hecho de que en Cataluña no exista algo tan monstruoso como el terror nacionalista y antidemocrático, como ocurre en el País Vasco, donde se manifiesta con atentados criminales, y no sólo con atentados, me parece, se lo crean o no los imbéciles de El País, fundamental. Así pues, hay diferencias entre los nacionalismos.
 
Está visto que Artur Mas no tiene el carisma, ya que así se dice ahora, del astuto Pujol y no ha dado abasto, no ha logrado impedir la victoria de la izquierda nacionalista unida. El éxito de la Esquerra republicana —y no porque sean republicanos de izquierda, que no lo son, sino ultranacionalistas carcas— es inquietante, pero intentemos ser optimistas, puede ser un sarampión. Eso se cura, como en Galicia. Como siempre, el PP ha logrado magros resultados, aunque con Piqué peores. No es de extrañar. El “centro reformista” tendrá que pensar en algo nuevo si quiere tener cierta influencia en Cataluña. Los malos resultados de CiU, tras la jubilación de Pujol, obligatoriamente nos hacen pensar en las consecuencias que podría tener la retirada de Aznar. No es que Aznar haya sido un genio, pero, en comparación, Zapatero se queda en la alcantarilla. Entrados en 2004, si Maragall y Carod van a gobernar en Barcelona, y Zapatero, pudiera ser, en Madrid, infelices años se nos presentan.
 
 
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