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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

El Nobel como espejismo

Con motivo del último Nobel, la jefa del suplemento literario del vespertino Le Monde, Josyane Savigneau, comentando esos premios, calificó con desprecio a William Faulkner de “granjero sudista y alcohólico”.

Para que se entere esa comisaría política y sin movernos de los EEUU, desde Edgar Allan Poe hasta William Styron, pasando por Hemingway, Scott-Fitzgerald, Carson Mc Cullers, Jack Kerouac y un larguísimo etcétera, esos y otros magníficos escritores, fueron alcohólicos. No estoy diciendo que el alcohol procure genio (¡que más quisiera yo!), sino sencillamente que muchos genios fueron alcohólicos. Pero esto es lo de menos, al tratar a Faulkner de granjero sudista, la bolchevique de pesebre, quiere decir que era reaccionario por lo tanto sin talento, por lo tanto no se merecía el Nobel. Además, empleando el término de “sudista” como insulto demuestra no sólo una trasnochada imbecilidad sino una intolerancia que se asemeja al racismo. Porque vamos a ver, ¿todos los norteamericanos nacidos en el sur son fascistas?

Da la casualidad que releía yo hace unos meses, y creo que por tercera vez, Santuario, de ese mismo Faulkner, y más que en anteriores lecturas me llamó la atención su despiadada “crítica social”, para emplear su jerga. En esa novela, todos los ricos se salvan: Temple, la niña bonita y puta, Gowan, el cobarde fofo, etcétera, culpables o no culpables, y todos los pobres son condenados, negros o no, culpables o no. En realidad, el principal culpable, el verdadero asesino es Popeye, pero es al mismo tiempo un desgraciado y por lo tanto condenado. En mi edición de esta novela en francés hay un prólogo de André Malraux, que concluye así: “Santuario es la intrusión de la tragedia griega en la novela policíaca”. Yo no veo tragedia griega, ni siquiera novela policíaca (a la que soy aficionado), en cambio veo una fábula moral, donde el destino de los ricos y los pobres está predestinado y analizado de manera despiadada. Pero, claro, sin lucha de clases ni partido de vanguardia lo que le duele a nuestra cantante calva. Pero es, ante todo y sobre todo, una gran novela, como las otras de Faulkner, cuya lectura puede ser diferente según los lectores porque Faulkner, reaccionario o no, fue uno de los más grandes novelistas del siglo XX.

Volviendo al premio, me llamó la atención que cuando en 2002 lo obtuvo Imre Kertész, todos los medios se apresuraron a declarar que lo había obtenido porque fue un deportado antinazi y comunista, o al menos viviendo en la Hungría comunista. Y este año, cuando J. M. Coetzee lo obtuvo, los mismos han dicho que se debía a su magnífico combate contra el appartheid en África del Sur. La literatura no cuenta para nada. Esto demuestra dos cosas. Primera, que todas las agencias de prensa del mundo están plagadas de progres, en su mayoría analfabetos, o que retuercen las noticias para darles un contenido progresista y la mitad, al menos, de las informaciones que leemos, o vemos por televisión, provienen de dichas agencias. La segunda es que el Nobel tiene la fama merecida de recompensar esencialmente a escritores “comprometidos”. La lista de esos es larga y de sobra conocida. Pero los jurados del Nobel son muy “pillos” y, por lo visto, les gusta sorprender porque los dos últimos premiados nada tienen de políticamente correctos, más bien al revés. Lo que tienen es talento, lo cual no cabe en la mente de los escritores de las agencias. Algún día, el famoso periodismo de investigación, debería desmenuzar la peculiar labor de desinformación de estas agencias de prensa.

Kertész fue deportado a los 15 años, por ser judío, como toda su familia, sin ser ni haber tenido tiempo de ser resistente; luego soportó como pudo el régimen comunista en Hungría, sin serlo él en absoluto y sufrió la censura pero no la cárcel como tantos (cuando no se les asesinaba). En su primera novela, que leí en francés “Etre sans destin” (“Ser sin destino”), nos relata cómo una familia judía (la suya, probablemente) fue deportada por los nazis y lo cuenta con una aparente frialdad que es tan eficaz como trágica. Primero se “va” el padre, lo llevan a un “campo de trabajo” pero lo presenta como si le hubieran ofrecido trabajo en otro lugar, sin patetismo alguno. Luego se “va” toda la familia, y cuando se sabe lo que fueron los campos nazis, da escalofríos.

Ignoro cuáles fueron, y si fueron, las acciones de Coetzee contra el “apartheid”, pero en la única novela suya que leí (y además perdida en la mudanza, hace casi un año, comme le temps passe!, pero que recuerdo, porque me impresionó mucho): “Disgrace”, también en traducción francesa, el protagonista, expulsado de la universidad por tener relaciones sexuales con una estudiante (resulta ser un hombre con sana y potente sexualidad), va a visitar a su hija que vive en un rincón, “abandonado por Dios”, de África del Sur, en donde todo resulta ser un aquelarre. Este libro es de un pesimismo desgarrado y viene a decir, con mil cosas más, pero viene a decir que la barbarie del “apartheid” está siendo sustituida por otra barbarie, y que incluso si ésta se explica por motivos históricos y políticos, la única solución es el exilio. Eso es, al menos, lo que piensa el protagonista de la novela (y el autor, ya que vive en Australia), pero, repito, se trata de una novela, y no de un tratado de sociología, y otras interpretaciones son, tal vez, posibles. Yo, en todo caso, la leí así.

El hecho de que el Nobel tenga esa fama de recompensar sobre todo a escritores comprometidos, “progresistas”, “humanistas”, etcétera, conlleva estragos, porque muchísimos son los famosos que, con el espejismo del más rentable de los premios, hacen meritos para obtenerlo. Daré sólo dos ejemplos, Mario Vargas Llosas y Philip Roth, buenos escritores ambos. Roth, con su trilogía norteamericana, quiso entroncar con la tradición yanqui del realismo social, nada desdeñable por otra parte, pero donde si bien no llega a rehabilitar al comunismo al menos rehabilita a comunistas. Creyendo que los Nobel no exigirían más, algunos estaban tan seguros de que como recompensa a sus meritorios esfuerzos iba a recibir el premio Nobel que el año pasado Savigeau se fue a entrevistarle con un equipo de la televisión francesa. Pensaba haber obtenido un scoop y fue un flop. Lo dicho, los Nobel son unos “pillos” y se lo dieron al húngaro Kertész. Debo reconocer que, como lector, no me ha gustado esa trilogía de Roth. En cuanto a Vargas Llosa, sus deseos del Nobel son tan evidentes que no vale la pena insistir.

Terminaré en un plató de la televisión francesa, hace cinco o seis años, cuyo maître d´hotel era Bernard Pivot. Entre los invitados había tres “nobelizables”, como dijo el propio Pivot: William Styron, Vargas Llosa y un tercero que creo recordar pero como no estoy seguro prefiero no meter la pata. A esta perspectiva de Nobel, Mario respondió hipócritamente que, desde luego, le hacía ilusión pero que lo más importante era no escribir con visitas al premio porque eso sería contraproducente para la obra. Y así es. Creo recordar que el tercero, jugando al humilde a secas, dijo algo así como que nunca recibiría un tal prestigioso premio. Y William Styron fue genial, absolutamente genial. Ocurre que ciertas personas que no lo son, pero que tampoco son imbéciles, son geniales en algunas ocasiones. Styron dijo que a él no le interesaba en absoluto el premio Nobel, porque era un premio geopolítico, que nada tenía que ver con la literatura. Pivot, que como tantos confunde literatura y carreras de caballos o de galgos quedó estupefacto: “¿No quiere el Nobel?”. Styron tiene razón, pero ocurre que de vez en cuando y pese a sus evidentes criterios geopolíticos, los del Nobel premium a buenos escritores como Faulkner, y que la Savigneau se vaya a freír espárragos.
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