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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

El pequeño teatro de las Batuecas

Si quieren entrar y lucirse en el escenario de ese teatrillo al borde la quiebra tienen que pagar la entrada, no hay más remedio. Son muchos los que se creen importantes porque han logrado subir al escenario, iluminados por los focos de las claves de la razón práctica, sin apenas darse cuenta de que han tenido que dejarse los cojones en el vestuario y pagar el peaje obligatorio: aquí no se entra sin haber insultado a José Maria Aznar, al PP, a Mariano Rajoy y, sobre todo, a Esperanza Aguirre; y, ¡no faltaba más! a Bush, a los USA y a Israel.

Si quieren entrar y lucirse en el escenario de ese teatrillo al borde la quiebra tienen que pagar la entrada, no hay más remedio. Son muchos los que se creen importantes porque han logrado subir al escenario, iluminados por los focos de las claves de la razón práctica, sin apenas darse cuenta de que han tenido que dejarse los cojones en el vestuario y pagar el peaje obligatorio: aquí no se entra sin haber insultado a José Maria Aznar, al PP, a Mariano Rajoy y, sobre todo, a Esperanza Aguirre; y, ¡no faltaba más! a Bush, a los USA y a Israel.
Nuestros eunucos llegan a la tribuna y expresan con voz atiplada lo que quieren decir: que el Gobierno es una mierda, que Rodríguez Z. es una mierda; que el estatuto catalán es una mierda, y el andaluz una diarrea; que el "proceso de paz" es un aquelarre, o mejor dicho, una rendición; que ETA no sólo nos está tomando el pelo, sino nuestras vidas; que todo va mal. Pero todo esto está dicho en voz tan queda, y con tantos remilgos, que se reproducen, a veces, en el boletín oficial, no del Estado, que no existe, sino del Imperio Polanco.
 
Si el insulto a Bush, Aznar, Esperanza Aguirre, etcétera, constituye el peaje obligatorio, algunos, para hacer méritos, añaden ataques al contubernio judeomasónico de Pedro Jota y la COPE, y a veces nos honran citando a Libertad Digital. Claro, tratándose de la COPE, si lo de "contubernio" puede valer, lo de "judeomasónico" no pega, y se sacan de la manga otras lindezas, como "vaticano-talibanes".
 
Salvo en lo que a Libertad Digital se refiere, yo me siento poco concernido. En la COPE he estado dos veces en toda mi vida, pero la acusación de que es monstruosa porque es "la radio de los obispos" me parece grotesca. Si los obispos autorizan magnificas emisiones, como La Mañana y La Linterna, ¡pues vivan los obispos! Con El Mundo me ocurre algo parecido: monto en cólera por los ataques de ese diario a los USA, sistemáticos y de mala fe, en relación con la guerra de Irak, y en otras cosas. En cambio, en política interior estoy bastante de acuerdo con lo que escriben allí sobre el estatuto catalán, sobre ETA y su "proceso de paz", así como con sus críticas a este nauseabundo Gobierno.
 
Esto sólo demuestra la intolerancia de la izquierda en general, y de su buque insignia, El País, en particular. De boquilla defienden la libertad de expresión, pero en los hechos quieren cerrar la COPE, prohibir El Mundo y asfixiar a Libertad Digital. (El otro día, en la televisión francesa, Octavio Martí declaraba que, en "cualquier país democrático, El Mundo estaría prohibido". ¿Qué quería decir ese mequetrefe? ¿Que España no es un país democrático, o que la democracia exige una férrea censura?). Algunos hipócritas finolis declaran que la diferencia de opiniones es respetable pero que el tono agresivo es intolerable. Pues, señores, para que se enteren y empapen: la libertad de expresión concierne tanto a la diversidad de opiniones como al tono o al estilo de cada uno. No vamos a escribir todos en el estilo informe al Comité Central de Pradera, pongamos.
 
Pero volvamos al teatro de las lamentaciones. El otro día, en El País, Antonio Muñoz Molina, de vuelta de Nueva York, creo, fingía descubrir los delirios españoles y criticaba a los nacionalismos "periféricos", que han impuesto hasta en los manuales escolares sus delirios históricos y geográficos. Pero también se quejaba de la intolerancia que reina en la izquierda. Por lo visto, según él, los intelectuales de izquierda ya no pueden ser críticos y abiertos al debate de ideas sin que sean inmediatamente acusados de "hacer el juego a la derecha", o sea al PP, porque, aunque se vista de seda "centrista", sigue siendo la derecha para la mayoría de los españoles.
 
Cada vez son más los intelectuales de izquierdas que aúllan como perros a la luna por la muerte de la democracia en España. Sus críticas, aunque veladas, afeitadas, hipócritas, y paganas del peaje progre obligatorio, son las mismas que las mías (iba a escribir "nuestras", pero ¿con qué derecho? Nuestro lema es: "Que nadie piense por ti, ni siquiera nosotros"); o sea: rechazo de la "alianza de civilizaciones", rechazo del "estatuto" catalán, rechazo de los referendos-plebiscitos sin votantes, rechazo de la rendición gubernamental ante ETA; en una palabra: rechazo a la destrucción de España. A lo que se añade, entre nuestros desdichados intelectuales, la inquietud, o la indignación, ante el clima inquisitorial que reina en la izquierda.
 
Hay mucha gente, entre los periodistas, los tertulianos radiofónicos, los escritores de medios de comunicación, que dice (y piensa) una cosa en privado y otra bien distinta en público. Porque hay miedo de perder el lugar tan ardua y peligrosamente conseguido entre las filas de los adoradores del poder, escribía hace poco Adolfo García Ortega en El País. Pero incluso entre los adoradores del poder hay inquietud y dudas. Por ejemplo, Josep Ramoneda, arquetipo del valet de chambre (Aguilar es peor), ha mostrado gran malestar ante el entusiasmo del señor Rodríguez con el reo en libertad Otegui, y le ha recomendado cautela. ¡Estás metiendo la pata, camarada! ("Navarra y la violencia", El País, 27 de febrero).
 
Se podrían dar muchos otros ejemplos, como el de Hermann Tertsch, quien, pese a estar arrinconado en los complicadísimos intríngulis de Mitteleuropa, se autoriza algún cañonazo contra la política del Gobierno. O el de Fernando Savater, pero éste constituye un caso aparte, porque ha logrado una posición de mandarín en el Imperio menguante: sus señoritos no se atreven a censurarle cuando escribe algo que les indigna, pero en esos casos lanzan contra él una jauría de perros anónimos. Savater se autoriza, pues, más desparpajo, pero lo utiliza únicamente en el "caso vasco". No ha dicho gran cosa contra el estatuto catalán, no dice nada interesante en política internacional, ni siquiera sobre el terrorismo islámico, pero no se traga la rendición ante ETA, ni el chantaje.
 
Bueno, pero ¿qué se puede sacar de estas muestras de descontento, de lamentos en el escenario? Sencillamente, que existe cabreo en las filas de la izquierda, y que las huestes sociatas no están entusiasmadas con sus líderes. ¿Tendrá este malhumor consecuencia en las próximas elecciones? Es probable, pero sólo probable. Porque, además de la eficacia del clásico chantaje: "No hacer el juego a la derecha" (lo sé, lo he vivido durante años), el PP tendría que ser mucho más audaz, combativo y liberal, si quiere sacar tajada.
 
Pero el teatro cierra, y a lo lejos se oyen las sirenas de los bomberos. ¿Otro atentado?
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