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RODRÍGUEZ IBARRA

El PSOE o su complejo de doble personalidad

¿Se acuerda alguien del “Manifiesto de Mérida”? Cuando todavía no nos habíamos repuesto del sopor veraniego, el PSOE nos estaba sacando su matasuegras “marca Ibarra” destinado al público más fácil y complaciente. En esta ocasión el marco elegido y la puesta en escena fueron particularmente solemnes, al estilo Hollywood con teatro romano incluido, como para resaltar su sinceridad. Que dramatismo, aquello no lo superaba ni Leni Riefenstahl.

Aspavientos del líder extremeño que, sin embargo, a estas alturas ya no debieran engañar a nadie. No lo duden, como siempre tragará. Y es que ZP y todos los anteriores responsables del partido han manejado con maestría su técnica de titiriteros. Con una mano dirigida hacia el nor-noreste sacaban la marioneta nacionalista, al tiempo que con la otra espurreaban hacia el resto del territorio la marioneta española.
 
Uno creyó que en las últimas elecciones generales, y a pesar del 11-M, ese electorado socialista supuestamente constitucionalista castigaría duramente a una formación que consagraba el tripartito en Cataluña. Coalición con una formación de lunáticos que, a mayor abundamiento, cerraba pactos con terroristas. Pero esta reacción no se produjo provocando una amarga y sincera decepción en quien les habla. Una primera reflexión pasaba por concluir que a aquellos votantes andaluces, manchegos o extremeños les dejaba indiferente el futuro de España, su desmembramiento y su entrega a grupos que en el resto de las naciones de nuestro entorno no salen de la marginalidad. Aquí los contemplamos aterrados opinando estos días sobre los presupuestos generales del Estado, nuestro futuro constitucional, la seguridad nacional ...
 
De alguna manera aquel electorado se conformó con los cuatro golpes de pecho que ya se dieron durante el comvoluto catalán un Bono, o el propio Rodríguez-Ibarra, para, a los pocos días cerrar filas y tragar pianos de cola. Algo así como una militancia que vive en compartimentos mentales estancos, bastándoles con que el socialista de su campanario local se rasgue unos días la camisa, creerse que el tema no va con ellos, e irresponsabilizarse de los graves efectos de su voto. Otra interpretación pasa por una conclusión más triste, consistente en que a estas alturas de la película el sentimiento de clase prima sobre cualquier otra consideración. Aquella referencia emeritense a la “mesa de los señores” es digna del cuaternario superior, pero aquí todavía funciona gracias a la labor educativa de años del PSOE. Algo así como que la patria es un lujo para los ricos.
 
En otra de sus revelaciones posteriores, el muy “jacobino” de Rodríguez-Ibarra vino a endosar el problema a reminiscencias feudales fruto de la ausencia de revoluciones exitosas en nuestra historia. Solo le faltó echarle la culpa a la derechona. Sin negar la influencia parcelatoria de la reconquista, España es el primer Estado moderno de Europa obra de Fernando el Católico. El disparate nacionalista es un fenómeno mucho más reciente que, en gran parte, viene del complejo de perdedor generado en las guerras carlistas. Los liberales habían condicionado su apoyo a los Isabelinos a cambio de su democrática tesis “una nación, una ley”. Pero desde luego tuvo mucho que ver con el vector ofrecido por las izquierdas revolucionarias de principios del Siglo XX (PSOE y otros), en su apoyo a todo movimiento disgregador del Estado burgués por violento que fuera. Durante la II República, Cataluña casi se les va de las manos. Las vascongadas se quedaron en el camino por beatas. Mas cerca en el tiempo, un repaso de los experimentos radicales de algunos socialistas durante la transición, casi todos hoy en activo, termina de construir el relato del despropósito al que hemos llegado.
 
En su reciente libro Aznar hacía una reflexión que viene al pelo, supeditando el ejercicio de la tolerancia a la posesión de unas convicciones como punto de partida. El que no cree en nada no transige ni tolera, solo es indiferente. Indiferencia y oportunismo que han guiado los pasos del partido en el gobierno desde su fundación hasta sus actuales titubeos. Aquí nadie imitará a J.P. Chevenement cuando dimitió de su cartera ministerial por su desacuerdo con la modestísima reforma del estatuto corso. No niego que la última escenificación del Presidente Rodríguez-Ibarra ha estado brillante pero, insisto, tragará como siempre. Ni dimisión ni escisión, que sería lo coherente con tan abismal y supuesta discrepancia. Y Bono clavadito, en realidad les da exactamente igual. De lo contrario hace ya tiempo que habrían roto la baraja, que vamos para treinta años de lo mismo. Solo creen en el poder.
 
Y mientras su electorado podrá seguir mirando para otro lado en tanto que nuestro milenario proyecto de nación queda hechos unos zorros.
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