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LAS CAUSAS DEL TERRORISMO

Releyendo a Arana para entender a la ETA

Evidentemente, si uno cree pertenecer a un pueblo "singular por sus bellas cualidades, pero más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo, como instruía Arana, un pueblo "que difiere más del español que el ruso de los paraguayos" como enseñaba un doctrinario etarra.

Evidentemente, si uno cree pertenecer a un pueblo "singular por sus bellas cualidades, pero más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la raza española ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo, como instruía Arana, un pueblo "que difiere más del español que el ruso de los paraguayos" como enseñaba un doctrinario etarra.
Sabino Arana Goiri, racista de vocación y fundador del PNV
Y si resulta que ese pueblo tan fuera de lo común sufre secular esclavitud por parte de otro, entonces parece razonable tratar de recobrar la libertad sin vacilar para ello en el uso de la violencia.
 
Claro que, se oye decir, Arana, en contraste con la ETA, no predicó la violencia. Pero es falso: "Cuando el pueblo español se alzó en armas contra el agareno invasor y regó su suelo con sangre musulmana para expulsarlo, obró en caridad. Pues el Nacionalismo bizkaíno se funda en la misma caridad", escribió. No obstante, Arana conservaba bastante realismo para entender que por el momento carecía de fuerzas suficientes: "Me cuidaré, en las circunstancias actuales, de llamar a los bizkaínos a las armas". Mientras la situación no mejorase, se contentaba con ir creando condiciones para la rebelión., invocando fantásticas batallas liberadoras de la Edad Media, y difundiendo un odio incondicional a España: "Ese camino del odio al maketismo es mucho más directo y seguro"; "No hay odio que sea proporcionado a la enorme injusticia que con nosotros ha consumado el hijo del romano". Como todos los políticos que hacen del odio una clave de su acción, acusaba de lo mismo a los maketos: "Nos esclavizan, y no contentos con ello nos aborrecen a muerte, no han de parar hasta extinguir nuestra raza". Los maketos sólo pensaban en prostituir a las hijas de los vascos, matar a los hijos, destruirlo todo.  Si algo indignaba a Sabino era la fraternidad corriente entre los vascos y los maketos, y puede decirse que dedicó sus energías y su vida entera a destruir tal fraternidad. Por lo demás, el PNV siempre dedicó la mayor atención a formar asociaciones de montañeros, juveniles, etc., capaces de transformarse en milicias llegada la ocasión oportuna.
 
En la política y la vida corriente no solemos actuar tanto en función de los hechos como de la forma como los vemos o los queremos ver. La mezcla de narcisismo y victimismo exaltados reflejada en estas doctrinas tiene algo, o mucho, de enfermizo, y forzosamente distorsionan la percepción de la realidad; pero si uno se las cree, insisto, tenderá a obrar en consecuencia. Los etarras las creyeron y obraron en consecuencia.
 
He aquí, pues una de las raíces fundamentales del terrorismo nacionalista vasco (y de la colaboración con él por parte de los nacionalistas no directamente violentos), raíz nada oculta, pero a la que ni Rodríguez, ni Marías ni Ramoneda y tantos otros prestan la menor atención.
 
En el caso de la ETA esa propensión al odio y la violencia se ha unido a la del Manifestación abertzalemarxismo. Aun con sus muchas diferencias fundamentales, existen entre ambas formas de entender el mundo, la marxista y la peneuvista, similitudes importantes, en especial su mesianismo. El nacionalismo tradicional considera al pueblo vasco un pueblo elegido, católico por naturaleza, que no debía contaminarse con otros (esta concepción le ha ganado una entusiasta aceptación entre buena o mala parte del clero vasco); y para el marxismo existía una "clase elegida", el proletariado. El marxismo era optimista: el proletariado liberaría a la humanidad entera de sus opresiones y atrasos, mientras que el nacionalismo sabiniano era pesimista: los demás pueblos no estaban a la altura del vasco, ni probablemente lo estarían nunca, de modo que más valía aislarse de ellos, salvo para las relaciones comerciales o puramente utilitarias.
 
La ETA acusaba al PNV de "reaccionario" por esa razón. El pueblo vasco, separado de España (y de Francia), pero socialista, formaría parte del proceso general de emancipación humana. Las dos ideas no acababan de encajar, y en el seno de los terroristas siempre hubo tensiones, a veces sangrientas, entre quienes privilegiaban el aspecto "proletario" y quienes ponían en primer plano el "euskérico". Los primeros tendían a debilitar el terrorismo y a un mayor españolismo, y los otros, a lo contrario.
Éstos prevalecieron, por lo general.
 
No sé si alguien creerá, aquí llegados, que el problema se resolvería mediante un diálogo que aclarase a los terroristas la verdadera historia de las Vascongadas o del nacionalismo, que les "demostrase" que en España existe democracia y que sus asesinatos son "innecesarios", carecen de "justificación", o cosa por el estilo. Quien así piensa ignora o finge ignorar los vericuetos del fanatismo. Como decía un manual de formación de etarras, "Para nosotros nuestra verdad es la verdad absoluta, es decir, verdad exclusiva que no permite ni la duda ni la oposición, y que justifica la eliminación de los enemigos virtuales o reales". La discrepancia se mira automáticamente como prueba de traición o de complicidad con el "enemigo" español, capitalista, etc., incluso, o más aún, cuando el discrepante pretende mostrarse conciliador o "comprensivo". "Para el gudari-militante, engañar, obligar y matar no son actos únicamente deplorables, sino necesarios". Quien recorra el historial de la ETA percibirá hasta qué punto ha sido siempre consecuente con estos principios.
 
Por otra parte hay un gran trecho entre las palabras exaltadas y los hechos, entre las incitaciones al asesinato y el asesinato mismo. Existen posibilidades de diálogo sólo mientras el crimen no llega, o cuando su comienzo es reciente. Pero una vez consumado y repetido, la cadena de justificaciones y nuevos crímenes impide la vuelta atrás salvo mediante la destrucción de las organizaciones terroristas. El terrorista no puede admitir en una discusión abstracta que la sangre se haya derramado por error y menos todavía de manera criminal. La espiral del fanatismo cobra demasiada solidez como para romperse con "diálogos", y la ETA no empezó ayer a asesinar: lleva treinta años en el oficio.
 
Además, ese diálogo, en tales condiciones, significa la máxima injusticia y el máximo desprecio a las víctimas y al propio estado de derecho. El desprecio de la izquierda y de una parte de la derecha por las víctimas del terrorismo etarra se mantuvo durante muy largos años, también en la democracia (en el PNV se mantiene de lleno, salvo si son de su partido). Sólo empezó a cambiar su actitud cuando socialistas y personajes progresistas cayeron también bajo las balas o las bombas de los "liberadores de Euskadi".
 
Pero peores serían las consecuencias para la convivencia social: el estado de derecho socava sus propios fundamentos si admite el asesinato como un instrumento político e incluso lo premia con concesiones. Obrar así es convertirse en cómplice de los asesinos contra la sociedad. Por asombroso que suene, esa es la vía que propone el gobierno y una multitud de intelectuales. Las razones de ello las examinaré en un próximo artículo.
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