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ANIMALES Y EMBRIONES HUMANOS

Hilando fino

El pasado 8 de septiembre el Parlamento Europeo aprobó una directiva que tiene por objeto la protección de los animales destinados a experimentaciones o estudios científicos.


	El pasado 8 de septiembre el Parlamento Europeo aprobó una directiva que tiene por objeto la protección de los animales destinados a experimentaciones o estudios científicos.

Esta nueva norma contiene preceptos que, en principio, no tienen por qué ser objetables: así, se obliga a los Estados miembros a buscar métodos alternativos a la experimentación y a intentar que el uso de cobayas se reduzca al mínimo, autorizando únicamente aquellos ensayos en que el sacrificio conlleve un "mínimo de dolor, sufrimiento y angustia para los animales". A tal fin, en el estilo farragoso a que nos tienen acostumbrados las instituciones comunitarias cuando legislan, se desciende incluso a detalles referentes al espacio de que debe disponer en sus jaulas cada especie de animal, en función de sus necesidades para conseguir un nivel adecuado de bienestar.

No obstante, la regulación va acompañada de una exposición de motivos completamente ideologizada, en la que se señala expresamente que el bienestar de los animales es "un valor de la Unión"; "los animales tienen un valor intrínseco que tiene que respetarse", se dice, y se añade que pueden sentir no sólo dolor, también angustia.

No se piense que la directiva se limita a los mamíferos, sino que extiende su protección a los cefalópodos: y es que, según el Parlamento Europeo, "existen pruebas científicas de su capacidad de experimentar dolor, sufrimiento, angustia y daño duradero". Vamos, que, a juicio de los europarlamentarios, un calamar puede sentir aflicción, congoja o ansiedad, que es como define angustia el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

Desde un punto de vista intelectual, directivas como ésta que comento hacen que añoremos a los ilustrados, exponentes de una modernidad para la que el hombre era un fin en sí mismo y el centro de todas las cosas. Es cierto que proponían una visión reduccionista del mismo, que le arrancaban su dimensión religiosa (a la religión le concedían, como mucho, la categoría de mero sentimiento subjetivo), pero al menos asumían que hay principios de justicia que son debidos a todo hombre, entre los cuales está el que dice que no se puede tratar a una persona igual que a un animal.

Como las ideas tienen consecuencias, la irracionalidad presente en la justificación de esta directiva sirve para poner de manifiesto los errores jurídico-políticos de la Europa contemporánea.

Aunque, afortunadamente, en una nota de prensa la Comisión Europea ha aclarado que no es obligatorio recurrir a la experimentación con embriones humanos para no tener que hacerlo con animales, la razón de semejante postura hay que buscarla en la falta de acuerdo entre los Estados miembro de la UE, no en que los embriones merezcan protección alguna. Será cada Estado el que decida si se puede investigar con embriones humanos para no causar dolor, sufrimiento o angustia a los animales. De este modo, se ha borrado la distinción establecida por los juristas romanos, para quienes el Derecho (el arte de lo justo) se divide en personas, cosas y acciones. Así, las personas no nacidas pueden ser tratadas como cosas, y algunos animales obtendrán un trato prácticamente igual al que reciben las personas.

Platón decía que no se puede edificar una comunidad política si no todos los ciudadanos son capaces de responder lo mismo a ciertas preguntas fundamentales, precisamente aquellas que versan sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto. El criterio de la falta de consenso como único capaz de explicar la protección a escala comunitaria de los embriones humanos nos muestra que los europeos no podemos responder de manera coherente a la pregunta de qué es un ser humano y qué protección merecen nuestros semejantes; sin embargo, sí somos capaces de consensuar la superficie mínima de que deben disponer las gallinas, los pavos y los gatos.

Esta crisis de sentido del Derecho y de la Política evidencia que el hombre se animaliza, y nunca mejor dicho, cuando presta oídos a la tentación perenne del "Seréis como dioses".

 

© Fundación Burke

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