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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Ignacio Iglesias y la mentira

El patético Wilebaldo Solano, eterno ex secretario general del difunto POUM, parece dedicarse ahora a escribir necrológicas (no es culpa suya, son los años). Dedicó hace pocos días, en El País, una a Ignacio Iglesias, recién fallecido a sus 93 años.

El patético Wilebaldo Solano, eterno ex secretario general del difunto POUM, parece dedicarse ahora a escribir necrológicas (no es culpa suya, son los años). Dedicó hace pocos días, en El País, una a Ignacio Iglesias, recién fallecido a sus 93 años.
Ignacio Iglesias.
Nada de esto se merecería un comentario, y lo que Solano escribe sobre la lejana militancia de Iglesias en el POUM no es falso. Lo grave es lo que no dice, lo que oculta, lo que censura.
 
Porque Ignacio Iglesias, en los momentos álgidos de la llamada "guerra fría", y durante treinta años, por lo menos, eligió sin vacilaciones el campo de la democracia contra el comunismo. No como Solano, que seguía siendo "de izquierdas", anticapitalista y antiimperialista y se hizo muchas ilusiones sobre la "revolución cultural" china, cosa que debe de haber olvidado con su memoria selectiva.
 
Solano conoció un instante de "gloria" con motivo de la salida de la demagógica película de Ken Loach Tierra y Libertad, cuando fue invitado a debates y platós de televisión, en París y Barcelona. Lo único que recuerdo de sus banalidades en defensa del POUM fue su afirmación de que los comunistas españoles y los poumistas se entendían perfectamente hasta la intervención soviética en nuestra guerra civil, que lo echó todo a perder, condenando (los soviéticos) al POUM como "hitlerotrotskista".
 
Que el PCE obedeciera a Moscú es un hecho; que lo hiciera a regañadientes, una mentira. Ignacio Iglesias (como otros ex poumistas, Julián Gorkin y Victor Alba, por ejemplo) fue tan firme en su compromiso anticomunista que, y no podía fallar por aquellos años tan tensos, se le tildó de "agente de la CIA". Yo le conocí en casa de otro "agente de la CIA", según Federica Montseny y Santiago Carrillo: Luis Mercier Vega, anarquista belga con más vidas que un gato y más aventuras que Zalacaín. Ambos habían colaborado en las publicaciones en español gemelas de Préuves, dirigida por Raymond Aron, e Iglesias había dirigido una, de cuyo nombre no logro recordarme.
 
George Orwell.Debo confesar que yo sólo conocía Préuves, y si luego leí las redactadas en español fue porque Mercier e Iglesias me prestaron algún ejemplar, que les devolví. Toda esta actividad intelectual, como el precursor "Congreso para la libertad del espíritu" –un movimiento liderado por Nabokov; no el novelista, su hermano, el músico–, fueron tildados de "operaciones de la CIA" porque, por aquellos felices tiempos, y aún hoy, según Solano y El País, no se podía ser tan anticomunista sin ser de la CIA. Pues lo único que puedo decir ahora es que si la CIA les subvencionó de verdad, esto significaría que no siempre se equivocaba, como tantos, en Hollywood, opinan. Y también que paga mal, ya que tanto Mercier como Iglesias vivían modestamente. Lo mismo ocurre con Orwell, a quien periódicamente se le acusa de haber sido de la CIA o del Intelligence Service, para intentar desprestigiarle.
 
Lo cierto es que en esas comidas en casa de Mercier, o en nuestros encuentros en un café desaparecido del Barrio Latino, o con motivo del romántico suicidio de Luis Mercier Vega, lo que más firmemente nos unía era el anticomunismo. Podíamos discrepar, y discrepábamos, sobre muchas cosas, pero nunca en cuanto a nuestro radical rechazo del totalitarismo, nazi o comunista, con la lógica conclusión de que la democracia burguesa, tan desprestigiada entre los “nuestros”, y pese a sus defectos, era infinitamente preferible.
 
También es cierto que Iglesias no renegaba del POUM, como yo del PCE, pero para él se trataba del pasado. Su modestia exagerada le llevaba a considerar que su vida nada tenía de ejemplar, y, pese a mi insistencia, jamás escribió cosas autobiográficas; ni siquiera cómo, en dos ocasiones, los comunistas intentaron matarle en el campo de concentración nazi. Solano no hace la menor alusión a esos intentos, para no estropear sus ilusiones en un nuevo UHP reformado, convertido en UHF: ¡Uníos Hermanos Funcionarios!
 
Él pone Dachau, yo creía que era Mauthausen; de todas formas, un campo en donde los kapos comunistas no tenían todo el poder, autorizado por los SS, como un Buchenwald, ya que esos intentos de asesinato fueron muy artesanales, por así decir: el primero, en el barracón de españoles donde estaba Ignacio, dominado por los comunistas, quienes decidieron matarle de hambre. Pero en el barracón de al lado, de deportados franceses, había un comisario de policía resistente (no fueron muchos) que se dio cuenta, y le preguntó a Iglesias por qué sus compatriotas le mataban de hambre. Iglesias explicó que era un dirigente del POUM, y que este partido estaba falsamente considerado por los soviéticos y el PCE como una quinta columna hiterlotrotskista. Bueno, intentó resumirle esa guerra civil dentro de la guerra civil en España.
 
Es de suponer que el comisario no entendió todos los intríngulis de este enrevesado asunto; en cambio, entendió perfectamente que a un resistente español deportado sus "camaradas" intentaban asesinarle debido a divergencias políticas, y se fue a ver al jefe del barracón español para decirle que a partir de ese mismo instante Iglesias comería lo mismo que los demás; o tendrían que verse las caras con él y los suyos. Y así fue, los comunistas se rajaron.
 
Andrés Nin.El segundo intento fue cuando Iglesias, enfermo –con pulmonía, creo–, estaba en la enfermería del campo y un médico comunista, al enterarse de que era "trotskista", le declaró curado y le expulsó de la enfermería. Iglesias avanzó dos metros sobre la nieve helada y se desplomó, sin conocimiento. Segundo milagro: dio la casualidad de que un médico –socialista austriaco, me precisó Ignacio– llegó en aquel momento, y le volvió a ingresar en la enfermería. Si no hubiera muerto. También le cantó las cuarenta a su colega comunista, que no volvió a intentar nada.
 
A principios de los años 80 realicé, para la cadena de radio France-Culture, una emisión de cinco horas sobre "Una guerra perdida y olvidada", y entrevisté a Iglesias. Por cierto, Solano estaba presente, y como se considera propietario del POUM y de su memoria siempre estaba interviniendo. Tuve que ordenarle silencio en varias ocasiones. Le entrevisté aparte. No voy a negar que me interesaban los aspectos anticomunistas del testimonio de Iglesias, quien nos estuvo contando diferentes episodios de la represión contra el POUM, y cómo él logró escapar a la policía comunista, en 1937. (A propósito, Don Wilebaldo: Andrés Nin no fue sólo detenido, como escribes; fue despellejado vivo, y murió de esa horrenda tortura).
 
Al final del testimonio sobre su deportación, en el que relató esos intentos de asesinato, nos dijo: "Y yo, que siempre fui ateo, me sorprendí rezando para que fueran las tropas aliadas y no las soviéticas las que llegaran las primera para liberarnos". Y el ingeniero del sonido, emocionado, se olvidó las normas radiofónicas que les imponen no intervenir (salvo para problemas técnicos) y, nervioso, preguntó: "¿Y qué pasó? ¿Quiénes llegaron primero?". Iglesias sonrió y dijo: "Si hubieran sido los soviéticos no estaría aquí para contarlo".
 
Súbdito de la verdad, debo reconocer que en nuestros últimos encuentros Ignacio y yo discrepábamos sobre el PSOE. Pese a los GAL, Filesa y demás conturbernios y desfalcos, que condenaba, se hacía, sin embargo, demasiadas ilusiones sobre las "fuerzas sanas" del PSOE, y cosas así. Vivía en unos suburbios "verdes", a los que resultaba complicado llegar en autobús, yo iba en coche pero siempre me perdía. Durante mi última visita recuerdo que su mujer estaba frenética, porque una vez más, en un artículo reciente, se aludía al "POUM trotskista". "¡Si no éramos trotskistas! ¿Hasta cuándo lo van a repetir?". Ignacio, con pachorra, la decía: "Pero Carlos ya lo sabe". Les perdí de vista.
 
La última noticia que tuve de Ignacio y la última cosa suya que leí fue un artículo publicado en un periódico socialista asturiano, como él, acompañado de una carta en la que me ponía: "Si mi cuerpo está pachucho, espero que consideres que mi cerebro aún funciona". El tema de su artículo constituía una condena de los nacionalismos "periféricos", y una firme advertencia al PSOE para que no sucumbiera a sus cantos de sirena.
 
No es decente hablar en nombre de los muertos: sólo puedo señalar que dicho artículo defendía tesis radicalmente opuestas a la política de Zapatero en estos momentos.
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