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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

La opinión pública

Estamos perdiendo la batalla en los medios, hay que ser conscientes de ello. No diría la batalla de las ideas, porque no se trata de ideas sino de sofismas. No se trata de la batalla de la información, porque no hay información, sólo mentiras y propaganda, pero estamos perdiendo la batalla ante la opinión pública.

Esta situación, por otra parte, no es nueva, pero se ha agravado considerablemente. Todos recordamos, bueno, los mayores y los viejos, las ilusiones que despertó la URSS en el mundo entero y concretamente en Europa. Todos recordamos cómo en Francia, en Italia y en otros países europeos, mucho menos en Reino Unido, el marxismo, un marxismo de pesebre, pero el que era, dominó durante años el mundo intelectual, universitario, editorial.

Pero entonces existía una oposición y para limitarme a algún ejemplo citaré, en Francia, Le Figaro, con Raymond Aron como editorialista, o la revista Preuves, y pese a la fuerza considerable, sindical y política, de los comunistas, siempre fueron derrotados electoralmente en los países de Europa Occidental, en los que eran los más potentes, o sea Italia y Francia. Dejemos de lado, para no alargar demasiado el asunto, el sarampión maoísta, el único que en un periodo, y en esos medios, pareció poder contrarrestar el comunismo “ortodoxo”, moscovita. Seguía siendo comunismo totalitario, pero duró mucho menos.

A mediados de los años ochenta, en Nueva York, un amigo de mi hijo y de su compañera, profesor de dibujo, nos preguntó: “¿Por qué tantos europeos sienten recelo hacia la URSS?” Nina le contestó: “Porque no nos da la gana de vivir en sociedades tan monstruosamente totalitarias”. Se quedó boquiabierto y patidifuso: “La URSS ¿totalitaria?” No se trata de la opinión aislada de un profesor de dibujo neoyorquino —a fin de cuentas yo conocí en el Var a un garajista nazi—, porque en los medios universitarios, en el New York Times, en el partido Demócrata y hasta en la administración del presidente Carter, bastantes fueron quienes se hicieron exageradas ilusiones sobre la URSS, para decirlo de forma diplomática.

Sabido es que el capitalismo ha triunfado, que el totalitarismo ha sufrido una rotunda derrota, acontecimiento éste históricamente fundamental, y asimismo sus diferentes disfraces: “el socialismo real”, “el socialismo de rostro humano” o el “eurocomunismo”. Y, sin embargo, muchas de las tesis de ese marxismo de pesebre (no hay otro), ese anticapitalismo carca, siguen prosperando. Pero lo que jamás habíamos conocido antaño es esta casi unanimidad de las opiniones públicas, de los medios informativos y de la clase política europea en contra de los USA. Elegiré sólo dos ejemplos, —hay muchos más, pero estos son particularmente graves: Israel e Irak.

El antisemitismo, ya ni siquiera disfrazado de antisionismo, rebosa por doquier. Quien afirme sencillamente que Israel tiene derecho a existir y a defenderse contra los incesantes ataques terroristas y la agresividad de los países árabes es considerado fascista. Y si dices que Israel es el único país democrático de la región, sacan sus pistolas. En la cumbre antisemita de Durbán (África del Sur), patrocinada por la ONU y presidida por el mismísimo secretario general, Kofi Annan, se declaró la guerra a Israel “porque era peor que los nazis”, pero, cuando, al mismo tiempo las ONG cubrieron la ciudad de carteles con la foto del Führer y el lema: “Hitler tenía razón” —por asesinar a millones de judíos, se entiende— el resultado lógico de ese cachivache fue la condena absoluta de los judíos, tanto frente a los nazis, como frente a los “palestinos”. Los únicos que se retiraron fueron los USA y, claro, Israel. Las demás delegaciones, europeas, latinoamericanas, asiáticas, etcétera, permanecieron encantadas y la tonta de nacimiento, Nicole Fontaine, entonces presidenta del Parlamento Europeo, declaró: “Si nos hubiéramos ido; hubiera sido peor” ¿Peor que qué? ¿Su presencia evitó la apertura de un campo de concentración para judíos en África del Sur?

Francia tiene el “complejo de Vichy”, su colaboración con los nazis, también en la deportación de judíos, menos profundo, y se entiende, que el complejo nazi en Alemania, pero real. Por lo tanto, su discurso oficial es esquizofrénico, o sea, favorable a los países árabes, según sea su producción de petróleo, y opuestos, más o menos tajantemente, a Israel, pero en relación con los judíos franceses, ese discurso afirma que no tolerará el menor antisemitismo, ni el menor racismo en Francia, cerrando sin embargo y muy púdicamente los ojos ante las violencias antisemitas que van en aumento. Pero el antisemtismo se ha convertido esencialmente, las cosas como son, en la panacea de la izquierda y de la extrema izquierda. Pero todo ello, las diferencias, las pocas polémicas, se convierte en unanimidad tratándose de los USA y de su intervención militar en Irak, en estos temas ya no hay ni izquierda, ni derecha, ni centro, ni nada, todos a una detrás de Chirac, pero únicamente debido a su “antiyanquismo”.

En España, las cosas son aún peores en la opinión pública y en la prensa, porque el Gobierno español, como el británico, el portugués, el polaco, el checo, etcétera, tuvieron, y tienen, en relación con la crisis iraquí, una actitud más decente, más democráticamente solidaria contra las tiranías y el terrorismo que el francés, el alemán y el belga. O sea, la minoría, pero que ha sabido “apoderarse” de Europa frente a los USA. Pero bueno, los que defendemos la existencia de Israel en España somos infinitamente menos que en Francia o Alemania, y ya es decir. Y los que defendemos, para decirlo deprisa, la postura de Aznar en esta crisis, somos aún menos. No hablaré de El País, ese engendro mortífero de “capitalismo-comunista”, y que es el primer periódico de España, lo cual plantea ciertos problemas éticos sobre nuestro país, pero tomemos, siempre para limitarnos a algún ejemplo, El Mundo. Su lectura durante ese periodo fue un aquelarre. Lo peor de la España negra, la peor imbecilidad antiyanqui, la más grotesca defensa de Irak y de la “civilización árabe”, el más repugnante sensacionalismo, llenaban páginas y más páginas. Y, sin embargo, en ese niágara de mierda, seguía publicando sus columnas Federico Jiménez Losantos, a contracorriente absoluta, Gabriel Albiac, lo mismo, y de vez en cuando, José Maria Marco, cuya “tribuna”, del 30 de abril “Por qué he apoyado a Estados Unidos” me encantó. Bueno, yo también he publicado cosas, y otros, no estamos en la URSS, tan añorada, ni en Cuba, tan ayudada, ni evidentemente, en un país árabe, cuya censura es absoluta, pero seamos realistas, somos una ínfima minoría quienes nos oponernos al conformismo progre, heredero del gulag, y a la reacción europea, que se juntan, contra Israel y los USA.

Terminaré hoy con una cita que, será por motivos familiares, me indigna más que otras, porque desde luego las citas de la vergüenza no faltarán. En un artículo publicado en La Vanguardia, el 27 de agosto 2003, cito esta frase de Jorge Semprún, el cual defiende, no faltaba más, la política de Francia y Alemania, en la crisis iraquí: “Ya se ha demostrado que el peligro tan cacareado de dichas armas (de “destrucción masiva”) fue una mentira de Estado, la más desvergonzada, la más cínica de las que la historia mundial haya conocido. Y es lamentable, no sólo desde un punto de vista ético, que una mentira de dimensión tan infecta, tan infausta —ninguna de las dictaduras del siglo XX se ha atrevido jamás a tanto, para justificar una intervención imperial— haya sido concebida, articulada e instrumentada en una gran democracia”. Si uno sabe leer, resulta que Bush y Blair son peores que Hitler y Stalin, resulta que Irak quiso conquistar Irán con fresas, ocupó Kuwait con rosas, masacró a los kurdos iraquíes con perfumes de Oriente, y a los chiítas con chupachups, y los cientos de miles de víctimas de la represión, en realidad, murieron de pulmonía. La situación es demasiado grave y complicada como para hacer bromas, pero peor es mentir. Evidentemente, la tiranía iraquí de Sadam Husein no utilizó gases o armas químicas contra la coalición, pero tampoco utilizó su aviación, por ejemplo. ¿Quiere esto decir que no tenía aviones? Ver a Jorge Semprún rebajarse en su demagogia a niveles de José Bové, o de Pepín Vidal, no es que te extrañe, nos tiene acostumbrados, pero a mi me da ganas de vomitar. Como aviso a navegantes, señalaré que en la abundante producción actual de su service après vente, con motivo de la publicación de su nuevo libro, no dice una palabra sobre el terrorismo islámico. No existe. Familles, je vous hais, escribió André Gide.


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