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DESDE GEORGETOWN

Liderazgo

Los políticos gustan de presentarse a sí mismos como líderes. El liderazgo es la forma actual del carisma, esa cualidad otorgada gratuitamente por la divinidad y que permitía que una persona tuviera un don especial para el bien común. Los líderes carismáticos tienen la capacidad de conseguir que los demás los sigan… y voten por ellos.

Los políticos gustan de presentarse a sí mismos como líderes. El liderazgo es la forma actual del carisma, esa cualidad otorgada gratuitamente por la divinidad y que permitía que una persona tuviera un don especial para el bien común. Los líderes carismáticos tienen la capacidad de conseguir que los demás los sigan… y voten por ellos.
Buena parte de la campaña electoral norteamericana se ha jugado en la capacidad de liderazgo de los dos candidatos. Cuando John Kerry se convirtió en el candidato demócrata, los republicanos decidieron presentarlo como un hombre sin capacidad de liderazgo. ¿Los síntomas? Sus cambios de opinión, una trayectoria bastante errática en el Senado, su incapacidad para atenerse a una línea de conducta. Kerry es un hombre sin convicciones, dubitativo y, en el peor de los casos, oportunista. En vez de señalar el camino, sigue la línea que marcan las encuestas.
 
El equipo de Bush tenía otras opciones para atacar la figura de Kerry. Más que la inconsistencia, podía haber optado por insistir en su progresismo, un progresismo del que Kerry es sin duda alguna un excelente especimen. Desde la campaña contra Kerry lanzada por los veteranos de Vietnam en el verano, esta línea ha ido ganando más y más fuerza, hasta que el propio Bush la explotó en los debates televisivos, cuando insistió en que Kerry era la quintaesencia del progresista de Massachussets (léase señorito de izquierdas), hasta el punto de que a su lado el senador Edward Kennedy, de la más rancia alcurnia progresista, parecía un auténtico conservador.
 
Esta línea de ataque le ha podido resultar útil a Bush para movilizar a algunos de los sectores más conservadores de la sociedad norteamericana, ya sea en la América tradicional o en la franja minoritaria pero influyente de los nuevos conservadores, decepcionados y más aún asqueados por el progresismo del que muchos de ellos proceden. Tiene el inconveniente de presentar a un Bush dogmático y encastillado. A fuerza de atacar el progresismo de Kerry, él mismo parece un hombre aferrado a sus dogmas particulares, terco, incapaz de aprender de sus errores.
 
Los demócratas han centrado buena parte de sus ataques en este punto y el conjunto del electorado parece bastante convencido por este argumento. Según una encuesta de The Wall Street Journal/NBC, el 44% de los encuestados piensan que Bush es un hombre intransigente y rígido. La imagen no es del todo cierta, porque Bush ha cambiado varias veces de opinión en asuntos muy relevantes (los "vouchers" para los colegios privados, la creación de un Departamento de Seguridad interno, la convocatoria de una comisión para la investigación del 11 S). Más aún, su gestión de la posguerra iraquí no es precisamente un modelo de consistencia, más bien todo lo contrario. Si algo demuestra la actuación de la administración norteamericana en Irak, desde los primeros nombramientos hasta las últimas indecisiones sobre la toma de Faluya, es precisamente incapacidad para diseñar un plan y atenerse a él. Kerry es sin duda un "flip-flopper", con cambios continuos de criterio. La actuación de la administración Bush en Irak no ha sido menos errática y desconcertante. Todo el peso ha recaído sobre un ejército admirablemente bien formado y preparado, capaz de aguantar cualquier cosa.
 
Ahora bien, los demócratas no han aprovechado esta debilidad de Bush y han aceptado jugar en el terreno que les han marcado los republicanos. ¿Por qué? Porque la crítica a las debilidades de Bush requiere que expongan una alternativa a la acción de Bush en Irak, alternativa que no tienen. Así que en vez de atacar, dan la sensación de estar a la defensiva y corroboran el liderazgo fuerte de Bush, o se centran en aspectos que difícilmente podrán alcanzar nunca al conjunto del electorado, como son las críticas a Karl Rove, el estratega de la campaña republicana al que se pinta como el auténtico cerebro de Bush y encarnación misma del maquiavelismo, en contradicción absoluta con el idealismo optimista preconizado por un presidente que los demócratas quieren convertir, bastante chapuceramente, en una marioneta de las fuerzas del mal.
 
El que buena parte de la campaña se haya centrado en la capacidad de liderazgo resulta revelador de muchas cosas.
 
Primero, que estamos en tiempos difíciles, tiempos de guerra. La dificultad de los demócratas para aceptarlo y encontrar una figura capaz de asumir las responsabilidades que corresponden a esta situación ha sido una de las causas de su debilidad.
 
Segundo, que los retos a los que se enfrentan las sociedades actuales son nuevos y requieren una nueva definición del liderazgo político, que tiene que ejercer su acción teniendo en cuenta hechos y complejidades que hasta hace pocos años no existían.
 
Por último, también revela que el nuevo liderazgo está todavía en período de prueba. Bush resulta más consistente que Kerry, pero probablemente lo parece más por el peligro que entrañan las inconsistencias de Kerry que por su propia capacidad de liderazgo. Si fuera de otra manera, no estaríamos discutiendo de esto y el liderazgo no centraría como está centrando una parte tan importante de la campaña electoral.
 
En cualquier caso, la sociedad americana se ha enfrentado a este debate, lo está llevando hasta sus últimas consecuencias y van emergiendo, formados por la propia opinión pública, los parámetros que caracterizarán el nuevo liderazgo democrático. Es toda una lección.
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