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EL PENSAMIENTO ECONÓMICO DE LA IGLESIA

Objetivos conflictivos

La primera de la encíclicas económicas de Juan Pablo II fue Laborem Exercens, un homenaje al nonagésimo aniversario de la Rerum Novarum que, paradójicamente, se aleja en buena medida del documento de León XIII. Se trata de una encíclica desigual, un típico ejemplo de ambiguo centrismo económico en el que algunos quisieron ver una especie de puente hacia las dictaduras marxistas.

La primera de la encíclicas económicas de Juan Pablo II fue Laborem Exercens, un homenaje al nonagésimo aniversario de la Rerum Novarum que, paradójicamente, se aleja en buena medida del documento de León XIII. Se trata de una encíclica desigual, un típico ejemplo de ambiguo centrismo económico en el que algunos quisieron ver una especie de puente hacia las dictaduras marxistas.
Juan Pablo II.
Huelga decir que semejante interpretación no podía caber en ningún caso; no sólo porque el desarrollo subsiguiente de los acontecimientos demostró la nula aquiescencia del Papa con el totalitarismo socialista, sino porque, aun tratándose de una encíclica en buena medida intervencionista, contenía en su interior una refutación formal de los fundamentos marxistas que muchos obviaron.
 
Como ya digo, en Laborem Exercens se combinan profundos y desarrollados elementos liberales con insostenibles llamadas al intervencionismo estatal.
 
La encíclica se divide en cinco partes; las dos primeras contienen un rico argumentario liberal cuyo estudio resulta incluso recomendable para los economistas (especialmente los austriacos); las dos siguientes suponen una cesión a los discursos de ortodoxia keynesiana, y la tercera se limita a exponer el trasfondo espiritual y católico del trabajo, sin efectuar consideraciones adicionales sobre economía.
 
El papel del Estado
 
Como he dicho, las llamadas a la intervención económica que Juan Pablo II efectúa en la Laborem Exercens son numerosas. Después de afirmar que el derecho de propiedad no es "absoluto e intocable" y que queda "subordinado al derecho al uso común", agrega que no "conviene excluir la socialización, en las condiciones oportunas, de ciertos medios de producción" ni la "participación de los trabajadores en la gestión y en los beneficios de la empresa". En otros epígrafes, Su Santidad se muestra partidario de la Seguridad Social pública ("se trata de un derecho a la pensión, al seguro de vejez" y a una sanidad "a bajo coste, e incluso" gratuita).
 
En otras palabras, en su primera encíclica económica Juan Pablo II abandona los principios rectores liberales de la Rerum Novarum y se adapta plenamente a su momento histórico, al Estado de Bienestar europeo.
 
Dentro de este catálogo de intervenciones destaca una, por cuanto la construcción teórica que efectúa es sumamente notable y continúa, en buena medida, la concepción empresarial propia de la Escuela Austriaca.
 
En concreto, Juan Pablo II, para justificar la legislación laboral, diferencia entre empresario directo, esto es, "la persona o la institución con la que el trabajador estipula directamente el contrato de trabajo", y empresario indirecto, entendido como "muchos factores diferenciados que ejercen un determinado influjo sobre el modo en que se da forma, bien sea al contrato de trabajo, bien sea, en consecuencia, a las relaciones más o menos justas en el sector del trabajo humano".
 
Es decir, Juan Pablo II incluye en el concepto de empresario indirecto "los contratos colectivos de trabajo y los principios de comportamiento", o, dicho en terminología hayekiana, el orden espontáneo (kosmos) y la organización construida (taxis).
 
El hecho de que la taxis, el intervencionismo gubernamental, sea nocivo para las finalidades del hombre no implica que no puedan ser entendidas como parte del "empresariado indirecto" de la sociedad, y en concreto como una obstrucción al empresariado directo. Juan Pablo II era consciente de la importancia de esta institución, y en todo momento quiso "llamar la atención sobre todo el entramado de condicionamientos que influyen en su comportamiento [el del empresario directo]".
 
Lo cierto es que la organización política –y esto es lo que no percibió el Papa– puede provocar la parálisis de la función empresarial, en un ejemplo de típica coacción socialista. Tal como señala el profesor Huerta de Soto: "Definiremos el socialismo como todo sistema de agresión institucional al libre ejercicio de la función empresarial".
 
Por eso sus reiteradas llamadas a "una planificación global" y a "realizar el plan de un progreso universal" son incompatibles con su defensa de "la iniciativa de las personas, de los grupos libres, de los centros y complejos locales de trabajo".
 
Cuanto mayor sea el grado de "planificación global" menor será la "iniciativa de las personas", por lo tanto el Papa se equivocó al creer que la acción política podía desarrollarse sin perturbar la privada.

Si las mentiras keynesianas no hubieran invadido todo el mundo académico, esto es, si no se hubiera contaminado la mente de millones de personas con la idea de que la intervención del Estado es imprescindible para la vida, el Papa nunca hubiera defendido semejante intervencionismo, del todo punto innecesario –incluso contraproducente– para garantizar la dignidad de la persona –su libre decisión moral–, que supone el centro de toda su doctrina.
 
Y digo que el Papa no era consciente de esa incompatibilidad porque finaliza su exposición acerca del empresario indirecto quejándose de que "hay algo que no funciona, y concretamente en los puntos más críticos y de mayor relieve social". Ese "algo" es sin duda el intervencionismo gubernamental, que bloquea la función empresarial.
 
Sello soviético en homenaje a Karl Marx.Frente a semejante vacío explicativo, Juan Pablo II siempre tuvo claro que "el progreso en cuestión debe llevarse a cabo mediante el hombre y por el hombre y debe producir frutos en el hombre". Por tanto, no cabe dudar de que si la teoría económica mayoritaria le hubiera dotado de herramientas explicativas suficientes el Papa hubiera sido un férreo oponente del intervensionismo; en la misma medida, al menos, en que lo fue del socialismo. Al fin y al cabo, el intervencionismo no deja de ser una forma de socialismo sectorial.
 
La refutación teórica del marxismo
 
Sin duda, el principal mérito liberal de una encíclica dedicada, casi en exclusiva, a la cuestión laboral consiste en despojar a la Iglesia católica de las nocivas influencias del valor-trabajo.
 
Marx continuó la tradición ricardiana por la cual el valor de los objetivos dependía de la cantidad de trabajo "incorporada" en ellos. Semejante conclusión le arrastró a concluir que al proletario le correspondía el valor íntegro del producto, pues el valor de éste derivaba del trabajo que aquél había incorporado. Se dio pie, así, a la doctrina de la explotación, en la medida en que, si todo el valor era trabajo, no podía aceptarse que el empresario vendiera las mercancías a un valor superior al del pagado en forma de salario. Esa diferencia constituía un robo, una apropiación no pagada del trabajo incorporado, una intolerable plusvalía.
 
Juan Pablo II refuta los fundamentos de esta teoría del valor diferenciando entre trabajo en sentido objetivo y trabajo en sentido subjetivo. Aquél se refiere a la técnica y el esfuerzo humano (fatiga), y éste a la finalidad del trabajo. En otras palabras, el trabajo objetivo vendría a ser la percepción exterior del fenómeno laboral, mientras que el  subjetivo sería la impresión que el sujeto tiene de su propio trabajo.
 
"El fundamento para determinar el valor del trabajo humano no es en primer lugar el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona", puede leerse en Laborem Exercens. Así, Juan Pablo II se desvincula por completo de una teoría del valor basada en consideraciones exógenas y pretendidamente "objetivas" para asentarse en la utilidad que el sujeto le confiere al trabajo.
 
Todo esto, obviamente, "no quiere decir que el trabajo humano, desde el punto de vista objetivo, no pueda o no deba ser de algún modo valorizado y cualificado. Quiere decir solamente que el primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto". Juan Pablo II, pues, no niega la posibilidad de valorar el trabajo objetivo, esto es, de fijarle un precio; sólo recuerda que éste emana de las distintas utilidades.
 
En la planificación socialista los "datos objetivos" sobre el trabajo y las actividades más valiosas determinan el curso del hombre. En cambio, Juan Pablo II sostiene que "el trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función del trabajo".
 
No tiene sentido que el sistema comunista imponga a los hombres cuáles deben ser los trabajos objetivamente buenos. La planificación socialista es indigna en tanto olvida que el hombre trabaja para servir a sus fines y no a elevados valores objetivos.
 
Ludwig von Mises.Ahora bien, tampoco debemos entender que las finalidades de los hombres (y por tanto el fruto del valor) vienen determinadas por finalidades más omnicomprensivas como "las fuerzas históricas", fuerzas que pueden ser descubiertas por científicos marxistas y asignar, a través de estos, a los hombres las tareas más adecuadas para alcanzar esas finalidades. La finalidad que sigue el hombre al trabajar se incardina en su propia dignidad, en su propia naturaleza. "La finalidad del trabajo" es "siempre el hombre mismo", que es el "verdadero fin de todo el proceso productivo".
 
Por tanto, si el hombre es el fin, "el sujeto y autor" de todo el proceso productivo, es evidente que el trabajo no puede considerarse como "una fuerza anónima" ni homogénea, sino que tenderá a producirse una división social del trabajo y del conocimiento en cada sociedad. "Considerando sus direcciones objetivas, hay que constatar que existen muchos trabajos: tantos [como] trabajos distintos. El desarrollo de la civilización humana conlleva en este campo un enriquecimiento continuo".
 
O, en palabras muy similares de Ludwig von Mises: "La división del trabajo, con su corolario la cooperación humana, constituye el fenómeno social por excelencia. (…) El principio de la división del trabajo es uno de los grandes motores que impulsan el desarrollo del mundo, imponiendo fecunda evolución".
 
Conclusión
 
Pese a llegar a numerosas conclusiones intervencionistas, la primera encíclica económica de Juan Pablo II contiene una imprescindible refutación de las bases teóricas del marxismo.
 
Como ya hemos indicado, el apego al intervencionismo parece derivar de una mala comprensión de algunos fenómenos económicos, en especial de las consecuencias de la coacción institucional sobre la función empresarial.
 
Aun así, carece de todo fundamento hacer de este documento un intento de reconciliación con los totalitarismos comunistas, por cuanto éstos atacan frontalmente la dignidad humana y, por tanto, los principios inspiradores de la Laborem Exercens.
 
 
EL PENSAMIENTO ECONÓMICO DE LA IGLESIA: Rerum Novarum (I)  Rerum Novarum (y II).
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