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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Pánico en las urnas

La peor de las respuestas al terrorismo, y la más peligrosa, es lo que acaba de ocurrir en el España, en donde ha triunfado el miedo en las urnas. Que los atentados del jueves hayan creado sorpresa y dolor es absolutamente normal, pero tras manifestaciones multitudinarias "contra el terrorismo", la expresión política de ese rechazo ha sido la cobardía, y se ha demostrado con el voto de castigo contra Aznar.

"La mezcla explosiva de pacifismo muniqués y de buena conciencia de izquierdas, que se manifiesta actualmente en las declaraciones del nuevo primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero, revela con óptica singular toda la actitud europea en la guerra antiterrorista". No es corriente leer frases como esta en la prensa francesa, y aún menos desde hace un año, con el delirio bonapartista del presidente Chirac desde la crisis iraquí y el total servilismo de los medios en torno al presidente, tan magníficamente nacionalista y antiyanqui. Quien ha escrito ese párrafo en el artículo que voy a comentar (Le Figaro 17-03-2004) es Alexandre Adler, célebre periodista galo, cuyo recorrido político del comunismo pro soviético al "chiracquismo" antiyanqui y pro ruso no tendría la menor importancia si no fuera consejero de Chirac para asuntos internacionales. No digo que sea el presidente o su secretaria de comunicación quien dicte sus artículos a Adler, me pregunto sencillamente si este artículo, en flagrante contradicción con las declaraciones del ministro Villepin, tan radicalmente favorable a la guerra contra el terrorismo y crítico con la cobardía del electorado español, y su reflejo, la cobardía de Zapatero, no puede significar el inicio de un cambio o el nacimiento de dudas en la simplista, y asimismo cobarde, visión del mundo de las autoridades francesas.
 
Veremos. En su artículo, Adler recuerda ciertos hachos casi siempre ocultados. Citaré algunos: ¿cuántos lectores de El País saben que el nazi Klaus Barbie, refugiado en Bolivia antes de ser entregado por las autoridades bolivianas a la Justicia francesa, que le condenó a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad, era el presidente del "comité boliviano de apoyo a la revolución palestina"? Probablemente junto a trostquistas y guevaristas. ¿Cuántos saben que en 1995, en Oklahoma City (USA), el atentado que destruyó el edificio de los servicios federales (FBI y otros), provocando centenares de muertos, fue realizado a la vez por terroristas islámicos y un grupito de neonazis yanquis, liderado por un tal Timothy Mac Veigh? Algo más conocida, aunque ocultada al máximo posible, es la colaboración de las organizaciones terroristas palestinas, como el FPLP y la propia OLP de Arafat, ampliamente subvencionadas y ayudadas militarmente por Siria,  Arabia Saudí, Irán, Argelia, y entonces Irak y Libia, con el terrorismo europeo, RAF en Alemania, Brigadas Rojas y otros grupos en Italia, pero también IRA y ETA.
 
Resulta difícil para gentes como Cebrián o Goytisolo, para limitarme a dos ejemplos dispares, explicar la coherencia política o ideológica de esta alianza entre marxistas-leninistas, o comunistas combatientes, y los locos de Alá, con el matiz palestino, porque mientras existió la URSS, que también les ayudaba y en ciertos casos dirigía, la OLP, por ejemplo, se presentaba como nacional-socialista laica, pero desde entonces, Hamas y otros grupos islámicos predominan. El fanatismo islámico también ha ganado esa batalla.
 
¿Qué les une? SI los terroristas comunistas son anticapitalistas, los islamistas, en absoluto, a condición de que el capitalismo y el petróleo, como los bancos, sean musulmanes. Lo que les une, lo dicen ellos mismos, es la guerra contra los "nuevos cruzados", el imperialismo norteamericano y el sionismo. Se entiende que se trata de una guerra contra los USA y sus "lacayos", y sobre todo, contra Israel y los judíos, en suma, una guerra contra la democracia y Occidente.
 
Lo que escribe Adler, refiriéndose a los atentados en Madrid, es que, como en otras ocasiones, ha podido existir una colaboración entre terroristas islámicos, marroquíes o lo que sea, y terroristas europeos, en este caso ETA. Y esta mezcla resulta particularmente peligrosa. Unos ponen el pez, los otros el agua, y matan. Esta guerra subversiva tiene aspectos inéditos, pese a que el terrorismo sea tan viejo como es viejo el mundo. Diez personas en una ciudad, doscientas en otra, pero apoyadas, en el caso de los islamistas, por millones de fanáticos a través del mundo arabo-musulmán pueden cometer destrozos impresionantes. Pero al revés de lo ocurrido en el siglo XIX, con los nihilistas rusos o los anarquistas europeos, quienes faltos de medios económicos no podían superar un armamento muy artesanal, digamos, los nuevos terroristas, abundantemente provistos de petrodólares, no tienen dificultades para comprar armas y explosivos (también los roban).
 
A diferencia de aquellos utopistas criminales, los terroristas actuales son esencialmente mercenarios, al servicio de intereses y de estados potentes y multimillonarios. Claro, tampoco me olvido un segundo del aspecto religioso, del fanatismo islámico, en esta guerra. No es, por lo tanto, del todo extraño que los gobiernos, estados mayores y servicios de inteligencia cometan errores; son pesadas administraciones burocráticas y conservadoras, y ocurre que ni siquiera ven la bomba que está bajo su escritorio.
 
Pero la peor de las respuestas, y la más peligrosa, es lo que acaba de ocurrir en el España, en donde ha triunfado el miedo en las urnas. Que los atentados del jueves hayan creado sorpresa y dolor es absolutamente normal, pero tras manifestaciones multitudinarias "contra el terrorismo", la expresión política de ese rechazo ha sido la cobardía, y se ha demostrado con el voto de castigo contra Aznar (quien, dicho sea de paso, ni siquiera era ya candidato), culpable de "habernos metido en estos líos que conducen a estos atentados".
 
Los culpables del crimen no serían, pues, los terroristas, sino Aznar. Echándole a éste, piensan que van a obtener paz y tranquilidad eternas para España. A esa cobardía se la califica, a veces, de "síndrome de Estocolmo": si te arrodillas ante tus asesinos, puede que te perdonen la vida, y si quieren matarte es porque algún pecado habrás cometido. Este síndrome no se refleja sólo y desgraciadamente en las urnas, se refleja también, o sobre todo, en las declaraciones del futuro presidente del Gobierno, Zapatero, reiterando que va a retirar los 1.300 soldados españoles de Irak. Y los islamistas le felicitan: "Muy bien, chico, pero a ver si cumples, si no, volveremos a matar en España. Mientras tanto, mataremos en otros lugares". Y a Zapatero no se le cae la cara de vergüenza, al revés, los suyos crean un clima de guerra civil en las calles con gritos de "Aznar, asesino", y tampoco se les cae la cara de vergüenza, porque no la tienen.
 
A estas alturas, ni siquiera vale la pena volver sobre la mentira, de la que se hizo eco tanta prensa española como internacional, a propósito de las "mentiras" del Gobierno sobre la responsabilidad de ETA (falta por demostrar que nada tiene que ver), de la que todos estuvimos convencidos, porque es el miedo el que ha ganado estas elecciones, un miedo irracional, visceral y suicida. Porque no es con miedo como se vence al terrorismo.
 
Estamos en los comienzos de la 4ª Guerra Mundial, como la califican algunos, y la guerra de Irak constituye una etapa, un episodio de esta guerra, una intervención militar a todas luces inconclusa y que no terminará por la deserción de las tropas españolas (hasta Jonh Kerry le pide a Zapatero que reconsidera su posición), pero una etapa necesaria. Y la postura del Gobierno español, menos firme y comprometida que la del Gobierno del Reino Unido, fue, lo he dicho y lo repito, una postura acertada de solidaridad con la democracia internacional, contra las tiranías y el terrorismo. Pero bueno, a la hora de la derrota, es habitual echar cuentas e intentar hacer balances: es posible que el Gobierno, y Aznar personalmente, no supiera explicar suficientemente, no supiera convencer a bastantes españoles, de lo que estaba en juego: la democracia. Estuvieron demasiado a la defensiva. Lo contrario de Tony Blair.
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