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RESULTADOS ELECTORALES 14-M

España, víctima del terrorismo

El 11-M registró más de 200 muertos y mil heridos como consecuencia de los atentados terroristas en Madrid. Pero, como efecto inmediato y daño colateral, el 14-M contabilizó un número mayor de víctimas. En suma, resultó ser todo un país, España, la víctima del terrorismo al plegarse a su mazazo e intimidación.

Finalmente, lo han conseguido. La red opositora unida ha logrado por las buenas (victoria electoral) y por las malas (artes marciales con juego sucio y golpes bajos) echar del Gobierno al Partido Popular. Cuando algunos decíamos que utilizarían para ello todas las bazas, queríamos decir todas. Y así ha sido, en efecto. No niego que algo de retórico e hiperbólico hubiese sazonado entonces el empleo de este término —“todas o “todo”—, pesado y amenazante por el aliento que despide de absoluto abarcamiento, aunque sí estuviese autorizado por una sospecha más que fundada. Ahora, la inmensa y opresiva gravedad del adjetivo se ha abatido inmisericorde sobre nuestras cabezas revelando su obscena entraña sangrante. Más de los cien cadáveres anunciados hace tiempo por los portavoces del terrorismo, para con ellos hacer doblar el espinazo y la resistencia española, se han arrojado sobre la mesa electoral. Y el pueblo soberano ha decidido: no hará frente a la embestida y exige que se declare la paz.
 
Ya sabíamos de la frívola versatilidad de la opinión pública y de la debilidad casi genética de las democracias para mantenerse en su lugar y defender la libertad aun pagando un alto precio por ella. Pero uno, afortunadamente, no acaba de acostumbrarse nunca a la terca contumacia de la cobardía y la bellaca sombra de la claudicación. Sobre todo, cuando se manifiestan con tamaña ligereza. Si bien el caso presentaba antecedentes, aturde advertir con qué presteza y frivolidad, con qué facilidad, con qué ciego automatismo, ha podido rematarse la faena. Porque no han sido las explosiones lo que definitivamente ha hecho que miles de ciudadanos tirasen el escudo de Arquíloco y echasen a correr por todas direcciones, dejándose atrás mucho de lo habían logrado. La faena nos la han hecho meras declaraciones de origen malicioso y finalidad perversa, junto al escandaloso aprovechamiento partidista de una operación mediática y militante de opereta, que ni siquiera se han preocupado de maquillar para cuidar las formas y salvar las apariencias. Así de arrojados son.
 
Cuando una gran parte de la población llega a dar más crédito a un comunicado de ETA y a un video de Al-Qaeda que a la palabra del ministro del Interior y del presidente de un Gobierno democrático, cualquier cosa puede ser posible. Cuando se acepta con estremecimiento la cruda verdad del terrorismo y con indignación se toman por mentiras los mensajes que disgustan, entonces el personal ya está dispuesto para el acto sacrificial. La mayor muestra de semejante desesperación se hizo patente en las calles de España al día siguiente de la matanza de Madrid, materializándose en una gran parada que adquirió la nítida expresión de una catarsis colectiva. Cuando, tras la brutal sacudida sufrida el jueves sangriento, la política dio paso a la emoción y a los sentimientos, el género había quedado expuesto para ser manejado por el más rápido, audaz y desaprensivo hasta quedarse con él sin resistencia alguna. Es más, incluso con alguna anuencia. El sueño de la razón tal vez produzca monstruos, pero la fantasía de la ilusión sin duda crea pasmarotes.
 
Podrá pensarse que Mariano Rajoy ha sido el gran derrotado de estas elecciones. Aunque, como muchos otros en el PP ha cometido errores en la precampaña, la campaña y aun en la antecampaña electoral, siempre podrá argüir, sin faltarle motivos, que él no se presentaba a las elecciones para luchar contra los elementos. Porque esto, ni más ni menos, es lo que ha ocurrido. Al candidato el chapapote no pudo hacerle naufragar, pero unos meses después, y tras una procelosa navegación, algo mucho peor que la onda expansiva de las explosiones del 11-M le ha impactado de lleno: las ondas radiofónicas de la Cadena Ser y la metralla de la manipulación informativa de la mayoría de los medios. Se dirá que los populares se lo andaban buscando por su patológico complejo de ser lo que no acaban de ser y por consentir pasivamente, sin rechistar ni defenderse, que se cargue sobre ellos lo que hacen sus adversarios. Se le reprochará su ingenuo entreguismo, el cual, lejos de proceder según el modelo del clásico adagio “Roma no paga a los traidores”, concede premios, ventajas, ayudas y concesiones a quienes después les acuchillan por la espalda, hecho infame ante lo que sólo se les ocurre exclamar: “brutos, vosotros también”. Sea, pero hay más.
 
El caso, el real suceso, es que España va a tener que cargar con la maldad de unos, la pillería de otros y la pusilanimidad de los de más allá. Todo ello espolvoreado de serpentina y matasuegras con los que bendecir la fiesta de la democracia y el sufragio soberano. Porque España —la seguridad, la libertad y el bienestar de los ciudadanos españoles— ha sido la verdadera víctima de este 14-M, día de los  inocentes. Aquí ha bastado con que se produjera una tragedia nacional y con organizar una burda escenificación de indignación moral para cambiar el Gobierno. Todo ello a cuenta del terrorismo como moneda de cambio. Y dirigido además por aquellos que durante la campaña electoral se empeñaban en acusar al PP y al Gobierno de instrumentalizar el tema del terrorismo. En fin… ¡vaya papeleta ha tenido que tragarse España en estos días de marzo!
 
Un hecho, con todo, es inapelable y marcará esta legislatura de principio a fin: el partido que llegará al Gobierno tras estas elecciones lo hará elevado por el impulso de una atroz acción terrorista de la que se ha beneficiado de manera impúdica. Y, según su publicitada doctrina, el partido que resulta beneficiado por el azar o la necesidad, es culpable. “¿Y qué? Así se acabará la crispación, los asaltos a sedes populares y el acoso a la derecha. Los artistas se tranquilizarán. Tendremos paz y después la gloria celestial.” Lo han conseguido.
 
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