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UNA DEFENSA DE LA 'ESTADIDAD'

Un espejo para Puerto Rico

El  pulso y la alta temperatura política en Puerto Rico resultante de la controversia electoral, alargada desde el 2 de noviembre, invitan a la reflexión. Ante lo ajustado de los resultados iniciales, se han sucedido debates legales y apelaciones sobre la jurisdicción del caso. Ha habido protestas, cuestionamientos de la legalidad, denuncias de corrupción, ataques personales y polémicas que, al margen de quién sea el próximo gobernador, deben ponerse en perspectiva.

El  pulso y la alta temperatura política en Puerto Rico resultante de la controversia electoral, alargada desde el 2 de noviembre, invitan a la reflexión. Ante lo ajustado de los resultados iniciales, se han sucedido debates legales y apelaciones sobre la jurisdicción del caso. Ha habido protestas, cuestionamientos de la legalidad, denuncias de corrupción, ataques personales y polémicas que, al margen de quién sea el próximo gobernador, deben ponerse en perspectiva.
Un pin con las banderas de EEUU y Puerto Rico entrecruzadas.
Quienes desde fuera contemplamos el debate electoral y el recuento de votos sin el lógico apasionamiento del local y sin filiación alguna a ningún partido no podemos estar ajenos a la batalla ideológica que se está librando.
 
Es de esperar que la sentencia del Tribunal de Apelaciones de Boston, que señala la no jurisdicción federal, lleve a un recuento justo y ponga fin a unas semanas de incertidumbre. Pero el necesario respeto a la legalidad y a esa decisión judicial no borra una realidad incontestable: que Puerto Rico está extremadamente polarizado y que, más temprano que tarde, el país debe mirarse al espejo. En la historia de sus elecciones el voto independentista ha sido siempre escasísimo. En estas últimas no llega al 3% del número total de los votantes. La inmensa mayoría de puertorriqueños se divide entre quienes apuestan por la continuidad del 'Estado Libre Asociado' y los que desean el avance hacia la plena 'Estadidad', ser el Estado cincuenta y uno de los EEUU.
 
Puerto Rico tiene su propia cultura hispano-norteamericana. Tiene su propia lengua, el español, pero también tiene el inglés. Y lo más importante: tiene un Estado de Derecho, derivado de la democracia liberal, que ha funcionado y que debe seguir siendo garantía de convivencia entre los puertorriqueños como ciudadanos norteamericanos que son. Negarlo es alejarse de la realidad. Por eso Puerto Rico debe mirarse al espejo y valorar que lo importante ahora es respetar la democracia y la legalidad, sea quien sea el inquilino de La Fortaleza.
 
Una estadidad bien planteada y como proyecto común para todos los puertorriqueños, a pesar de sus diferencias ideológicas, es un camino para salir del letargo ambiguo que significa la idea de 'Estado Libre Asociado'. Porque no parece de recibo que los puertorriqueños sigan siendo ciudadanos de EEUU y que no puedan votar en las elecciones presidenciales. Tampoco parece sostenible que la mayoría de los puertorriqueños no tengan que pagar los impuestos federales que gravan la renta y que tal gasto salga primordialmente de los bolsillos de los demás contribuyentes norteamericanos. Los puertorriqueños deberían aspirar a ser ciudadanos a todos los efectos. Porque la situación de Estado libre y a la vez asociado pudo tener su sentido hace más de medio siglo, pero requiere ya de un avance decisivo, ante los nuevos tiempos y las nuevas realidades del siglo XXI.
 
La estadidad completa debería ser también una vía para espantar los riesgos de una difícil situación que, como muestra esta elección, permite al independentismo (minoritario) jugar una baza clave en los resultados finales. El separatismo aboca a Puerto Rico, cuando menos, a serias incertidumbres políticas y a tremendas dificultades socioeconómicas. Existen muchos puertorriqueños que viven en otras áreas de EEUU, junto a otros hispanos que son ya también norteamericanos. Hablamos de casi cuarenta millones de ¨hispanounidenses¨ que cada día contribuyen al crisol cultural norteamericano sin perder su identidad. Hablamos de los chicanos, los cubano-americanos, los centroamericanos, los colombianos y hasta los españoles que pueblan ya el territorio actual de EEUU.
 
Puerto Rico, sin perder sus raíces ni su identidad, sería así el primer gran Estado hispano de los EEUU, con todos los derechos y posibilidades, donde se hablaría español y también inglés, donde seguirían sintiéndose culturalmente identificados con sus raíces. El crecimiento hispano en EEUU es ya irreversible, y hace más que viable una propuesta estadista bien diseñada. Su contenido cabe meditarlo y explicarlo bien a la población. El Congreso norteamericano parece estar cada vez más preparado para aceptar a Puerto Rico como Estado de pleno derecho, porque cada día hay más presencia hispana en la política de EEUU que valora lo positivo de vivir con dos lenguas y dos culturas.
 
El panorama para Puerto Rico, si se sigue dando alas al simple maniqueísmo ideológico, a las prebendas partidistas y al antiamericanismo independentista, es el de un paisaje lleno de dudas, al que se opone abiertamente la gran mayoría de los puertorriqueños. Ellos son, sea cual sea el partido al que voten, los que deben decidir su futuro. Por eso sorprende que sea ese mismo separatismo el que –teniendo un número tan escaso de votos– pueda acabar inclinando la balanza de las decisiones políticas en Puerto Rico. En España conocemos muy bien esa historia de constantes peticiones al Gobierno central desde las exigencias del secesionismo independentista vasco y catalán. Conocemos muy bien el antiamericanismo, el ruido de las pistolas y la dinamita de las bombas.
 
Puerto Rico debería decidir en un no lejano plebiscito qué quiere hacer. EEUU fue el país que lo acogió cuando Puerto Rico ya tuvo su auténtica y justa independencia colonial de España, en 1898. La mirada en el espejo pensando en el valor de defender la democracia asegura un Puerto Rico donde triunfe el respeto inquebrantable a la libertad, no la opresión; a las instituciones, no al personalismo; a la limpieza electoral, no al fraude; a la decisión de las mayorías, no al chantaje de las minorías. Asegura un respeto a la verdad, a la justicia y a la seguridad nacional para todos los puertorriqueños, sea cual sea su ideología y como defensa de la voluntad soberana de la mayoría.
 
En Puerto Rico lo que más ha de importar es la democracia y la libertad para todos. Que gane Pedro o que gane Aníbal debería ser lo secundario. Las personas pasan, las instituciones permanecen. Y en medio del fanatismo partidista, del insulto y del caos, el antiamericanismo es el que triunfa. Tal es la imagen. Y no es un espejismo.
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