
El que ganó las elecciones es el ex primer ministro Mahmoud Abbas, más popularmente conocido como Abú Mazén. Fue un asistente y protegido personal de Arafat, escaló posiciones en las filas de Fatah, la facción más grande de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Abbas rompió con Arafat cuando le quedó claro que éste tenía un compromiso implacable con el terrorismo y la violencia política, y que ambas cosas sólo socavaban los intereses del pueblo palestino. Como primer ministro no logró diluir el poder de Arafat, y lanzó reformas que habrían mitigado el tráfico de influencias desenfrenado, la corrupción y la arbitrariedad del autoritarismo de aquél. Pero el astuto Arafat frustró sus esfuerzos y lo forzó a renunciar, en septiembre de 2003.
Desgraciadamente, durante esta campaña electoral Abbas ha hecho hincapié en sus lazos con Arafat, en vez de marcar diferencias, para fomentar el apoyo de las varias facciones palestinas. Mientras que esto es políticamente prudente, ahora le será más difícil para romper con el legado terrorista de Arafat después de las elecciones.
Abbas, de 69 años, puede que no tenga otra opción que recurrir al legado de Arafat. Muchos palestinos ven en Abbas la figura suave en un traje gris; no tiene carisma personal ni encanto popular, especialmente a los ojos de los más jóvenes, que cada vez están más impacientes por ser protagonistas importantes en la política palestina. Maruán Barguti, rival muy fuerte, líder militante, que goza de gran apoyo entre esos jóvenes, había planeado hacer campaña contra Abbas desde la celda de la prisión israelí donde está encerrado por organizar crímenes terroristas. Pero tuvo que retirar su candidatura bajo presión de la clase dirigente de la OLP, que se temió una campaña política discordante que fomentase desunión y que socavase su poder.
Entre los otros 6 candidatos, el principal rival de Abbas era el doctor Mustafá Barguti, pariente lejano de Maruán Barguti. El Dr. Barguti ha pedido amplias reformas en la Autoridad Palestina, el fin al nepotismo y un mejor sistema sanitario y de servicios sociales. El 63% de los palestinos apoya a Abbas, mientras que casi el 20% apoya al Dr. Barguti.
La agenda de Abbas
Abbas ha criticado los ataques palestinos contra Israel, argumentando que son contraproducentes. Ha dicho que "militarizar" la intifada fue un "error histórico" que ha hecho más daño a los palestinos que a los israelíes. Pero durante la campaña electoral se aferró a los militantes palestinos y les prometió protegerlos del alcance de las fuerzas israelíes. "No olvidaremos a los buscados, a los héroes –proclamó el 1 de enero en un mítin–. Ellos pelean por la libertad". También ha dicho claramente que él no perseguirá a Hamas, el movimiento radical islámico que ha perpetrado numerosos ataques terroristas contra israelíes, incluidos muchos de los más horrendos atentados suicidas. El Gobierno israelí resta importancia a la retórica de Abbas. Raanan Gissin, portavoz del primer ministro, Ariel Sharon, dijo: "Quien sea el ganador del 9 de Enero será juzgado de acuerdo a su desempeño y no a sus palabras". Pero las palabras siguen siendo importantes. Defendiendo a los terroristas durante la campaña y proclamando su solidaridad con el legado de Arafat, Abbas se lo está poniendo más difícil a sí mismo y a cualquier otra Administración que quiera frenar a las facciones militantes y detener el terrorismo después de las elecciones.
Además, el enorme valor que Abbas pone a la unidad palestina y a asegurarse la cooperación de Hamas significa que estará severamente maniatado en las futuras negociaciones de paz. Porque es muy dificil ver cómo una paz duradera entre israelíes y palestinos sea posible a largo plazo sin una guerra civil palestina que resulte en la derrota decisiva de los terroristas, los cuales están en posición de sabotear los procesos de paz.
Una vez elegido, es más factible que Abbas tenga grandes éxitos reformando la Autoridad Palestina que en las negociaciones de paz. Aunque el Gobierno Blair está empecinado en auspiciar una conferencia de paz árabe-israelí después de las elecciones palestinas, no es muy probable que esta conferencia lograse algún avance significativo. Abbas necesita tiempo para consolidar su poder, establecer su control sobre los muchos servicios de seguridad palestinos y las milicias rebeldes, así como para mejorar el estándar de la vida diaria de los palestinos, antes de que pueda arriesgarse a hacer cualquier gran concesión a Israel.
La Administración Bush debería promover un acercamiento prudente y paciente ante las negociaciones de paz palestino-israelíes. No hace falta apresurarse a una cumbre prematura como la de Camp David en julio de 2000, promovida por el ex-presidente Bill Clinton en un esfuerzo vano por salvar su mancillado legado presidencial. En lugar de ello Washington debería cooperar con los esfuerzos británicos para revivir las negociaciones de paz, pero sólo en el entendimiento de que éstas serán el principio de un proceso largo, arduo y gradual.
Inicialmente, las negociaciones deberán centrarse en medidas que poco a poco produzcan un ambiente de confianza, para reconstruir esa fe mutua que las políticas de Arafat hicieron añicos. Washington debería ayudar a conseguir la cooperación palestina apoyando la retirada de la franja de Gaza impulsada por Sharon, programada para este año. Pero debe aceptar que Abbas no está en posición de mover ficha rápidamente en las negociaciones de los meses venideros. Las más que retrasadas reformas palestinas y una ruptura irreversible con la herencia de Arafat en materia de terrorismo y traición deben llegar antes de que ningún plan de paz sea negociado.
James Phillips es miembro especialista en estudios de Oriente Medio del Instituto Kathryn and Shelby Cullom Davis para Estudios Internacionales de la Fundación Heritage.©2005 The Heritage Foundation
©2005 Traducido por Miryam Lindberg
Libertad Digital agradece a la Fundación Heritage el permiso para publicar este artículo.