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LA LACRA DEL HAMBRE

Un pecado de la humanidad

Un día, mientras paseaba con ella por un frívolo sector de Miami, mi hija Michelle fijó su mirada triste en un hombre de mediana edad que leía un libro sentado dignamente en una banca. Llevaba unos zapatos gastados pero bonitos, camisa a cuadros limpia y unos jeans. A primera vista, su manera de leer y distinción no indicaban que tuviera desvelos. Pero a sus pies había escrito en un cartón: "Homeless, I am hungry" (Sin hogar, tengo hambre).

Como periodista, he visto rostros famélicos en Latinoamérica, y por lo tanto reconocí que esa persona sí padecía hambre. Exenta de dudas, mi hija entendió el mensaje y me preguntó por qué le faltaba la comida a ese señor, sin tomar en cuenta que fuera, en apariencia, un decente ejecutivo enfrentado al infortunio. Si todos conserváramos la inocencia infantil, con seguridad podríamos practicar la compasión humana sin dificultad, y los que padecen hambre recibirían la atención de una mano amiga.
 
Ignorándolo, pasaban frente a él ciudadanos distinguidos que asistían a una feria de arte, y hasta le tomaban fotos, porque quizás creyeron que hacía parte de una crítica social. En esos eventos, con frecuencia los artistas hacen ese tipo de expresiones para protestar por la falta de comida en el mundo. Algunos cargaban cuadros o artefactos de artistas de renombre y, tal vez por las costosas compras, ya no les alcanzaba el dinero para caridades. Pero sospecho que la mayoría ignoró al desamparado adrede. Era invisible para ellos.
 
La humanidad ya no se asombra por las cosas malas que ve. Se perdió la solidaridad ciudadana.
 
En mis elucubraciones me pregunté: si el hambre golpea a Estados Unidos, ¿cómo estarán las cosas en el resto del mundo? Hace unos días, en Roma, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) anunció que 963 millones de personas padecen hambre cada día. Por lo menos 51 millones viven en Latinoamérica. La FAO se había trazado un programa para reducir el hambre en 2015. Ese plan falló, y ahora muchos lo ven como una quimera. Las perspectivas son desalentadoras, porque ante la crisis económica habrá más gente viviendo en la miseria y con hambre. Lo irónico es que la FAO dice que los precios de los alimentos bajaron desde principios de 2008, pero esto no solucionó la crisis alimentaria en los países pobres.
 
Por otra parte, los campesinos no aumentaron su producción porque no pudieron sufragar los costos de las semillas y los fertilizantes, pero tampoco hay compradores, debido a que la plata no le alcanza a la gente para las necesidades básicas.
 
Con mi hija regresamos donde el desamparado y le regalamos una caja de alimentos, que agradeció con una sonrisa. Ella dijo: "La familia del señor tiene comida, ¿cierto?". Preferí ignorar la cuestión para no aumentarle el sufrimiento.
 
 
© AIPE
 
RAÚL BENOIT, corresponsal internacional de Univisión.
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