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ASUNTOS EXTERIORES

Venezuela: La responsabilidad española

La oposición venezolana ha conseguido reunir 2,5 millones de firmas a favor del referendo revocatorio. El presidente Hugo Chávez, que intentó desacreditar todo el proceso, se ha visto obligado a reconocer la victoria parcial de los partidos de la oposición. El Gobierno de Zapatero debe tener clara su posición en este conflicto.

Nuestro eminente presidente Rodríguez Zapatero declaró, poco después de iniciado su inesperado mandato, que Hugo Chávez debía respetar el resultado de los diversos procesos electorales venezolanos. Primero, la petición de firmas para el referéndum revocatorio de su mandato, que tuvo lugar hace algunos meses. Segundo, el proceso de rúbrica de las firmas que las autoridades venezolanas dieron por no válidas, en un acto de arbitrariedad caudillista muy propio del chavismo. Tercero, la convocatoria del referéndum revocatorio si la oposición conseguía, como así ha sido, rubricar el suficiente número de firmas.
 
Estas buenas intenciones, bien acogidas por los demócratas venezolanos, se han visto empañadas luego por otros gestos. Un día antes de empezar el proceso de rúbrica de las firmas, que en Venezuela han llamado "proceso de reparos", se presentó en Caracas Txiqui Benegas como enviado especial de Zapatero ante Chávez. Luego, en la cumbre de Guadalajara, Chávez no pudo presumir de haber sido recibido por el presidente de Brasil, pero sí se jactó de su buena amistad con Zapatero. Según dijo por radio desde México, Zapatero es el representante de una "nueva España" que comprende los auténticos intereses de los pueblos latinoamericanos y está dispuesta a enfrentarse al imperialismo de la administración Bush. En este punto, la retórica de Chávez, aunque más subida de tono que la de los socialistas españoles, es sustancialmente idéntica: las dos hablan de una guerra de ocupación "ilegal e ilegítima" contra un pueblo que al parecer está ahora luchando denodadamente por su libertad y su independencia.
 
Es posible que estos dos últimos gestos de Zapatero formen parte de una simple campaña para distinguirse de la política de los gobiernos de Aznar, nada transigente con la deriva castrista de Chávez. Deben por tanto de estar calculados para consumo interno, aprovechando la ola pacifista y antinorteamericana que ha anegado casi todos los medios de comunicación españoles y buena parte de la clase intelectual, que no pensante, española.
 
Para consumo interno, no es demasiado peligroso. Sí lo es del otro lado del Atlántico.
 
En primer lugar, para Venezuela. La sociedad venezolana ha opuesto una resistencia admirable, muchas veces heroica, a lo que el propio Chávez llama, con razón, una revolución. Ahora mismo está preso Henrique Capriles, un joven alcalde del municipio de Baruta, en Caracas, y líder del partido Justicia Primero. Justicia Primero es un partido de gente joven, alejado de las antiguas oligarquías que llevaron al país por la senda de la corrupción y la ineficiencia y crearon el caldo de cultivo del populismo chavista. Durante unos disturbios recientes ante la embajada cubana, situada en su municipio, Capriles acudió a calmar los ánimos por llamamiento del propio embajador de Cuba. Lo consiguió y el tumulto se disolvió pacíficamente. En premio, Capriles fue detenido por la DISIP (la policía política chavista) y está encerrado en una celda sin ventanas.
 
Es cierto que la sociedad venezolana se enfrenta a problemas muy serios de desigualdad y de pobreza, derivados en buena medida del monopolio gubernamental del petróleo. Pero la propia evolución del "proceso de reparos", pacífico y bastante civilizado a pesar del grado de tensión en que se ha desarrollado, ha demostrado que Venezuela sigue siendo una sociedad abierta, dinámica, autónoma, capaz de organizar procesos de consulta muy complejos y con un alto grado de compromiso cívico. La calidad y la libertad del debate público en los medios de comunicación es algo que a cualquier español le suscita admiración, e incluso envidia.
 
Zapatero no debería por tanto equivocar su mensaje: la división en Venezuela no es entre un chavismo más o menos progresista y una oposición conservadora. La división es entre chavismo por un lado, y libertad y democracia, por otro. El chavismo es un intento de romperle el espinazo a la sociedad venezolana, convertirla en un cuerpo subsidiado, dependiente y atemorizado. La revolución de Chávez consiste en aprovechar el gigantesco poder que le proporciona al gobierno el control de las reservas petrolíferas venezolanas para imponer en el país un régimen arbitrario, cada vez más autoritario y con ribetes totalitarios. Chávez, bien aconsejado por Castro al que suministra abundante petróleo, puede convertirse en el nuevo Fidel de América Latina, con la ventaja de la riqueza petrolífera a su disposición.
 
Esta es la segunda razón por la que cualquier gesto de apoyo a Chávez puede ser tan peligroso en América Latina. Todo lo que favorezca la deriva chavista contribuirá a apuntalar la posibilidad de que allí se retroceda a etapas que parecían superadas. España no puede contribuir por frivolidad, por intereses electorales de cortísimo plazo, a condenar a la pobreza a generaciones enteras de latinoamericanos y a sacrificarlos en el altar del caudillismo delirante de los múltiples "chávez" que surgirán por doquier si el original tiene éxito.
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