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RIVAS VACIAMADRID

Asalto a una iglesia

Hay cosas que se ven venir sin necesidad de un especial don profético; basta sencilla­mente con aplicar el sentido común. Resulta dramático ver cómo algunos se empecinan en sus posturas y cegados se dirigen al desastre perfectamente previsible. Lo peor es cuando se trata de políticos que arrastran a los demás consigo, pero esto sólo es posible si la sociedad se deja lle­var. Aunque es verdad que ellos tienen su responsabilidad, no menos cierto es que los ciudadanos no podemos nunca hacer dejación de lo que nos corresponde, que es, entre otras co­sas, tener criterios propios y vigilar y controlar al poder.

Hay cosas que se ven venir sin necesidad de un especial don profético; basta sencilla­mente con aplicar el sentido común. Resulta dramático ver cómo algunos se empecinan en sus posturas y cegados se dirigen al desastre perfectamente previsible. Lo peor es cuando se trata de políticos que arrastran a los demás consigo, pero esto sólo es posible si la sociedad se deja lle­var. Aunque es verdad que ellos tienen su responsabilidad, no menos cierto es que los ciudadanos no podemos nunca hacer dejación de lo que nos corresponde, que es, entre otras co­sas, tener criterios propios y vigilar y controlar al poder.
Pintada en la Iglesia Santa Mónica
Una de esas situaciones que se ven venir y que bastantes han anunciado es la de la creciente violencia social. Estos últimos días han ocurrido una serie de acontecimientos que deberían, por sí mismos, poner en guardia a los que estuviesen aún dormidos. El homicidio en riña navajera en Berga, los incidentes va­rios en el Instituto Margarita Xirgu de Hospitalet –sin perder de vista que un 21'7% de los profesores en España reconocen haber recibido algún tipo de agresión física de los alumnos y un 40'6% agresiones verbales–, los intentos de agresión a Pío Moa en la Universidad Carlos III y a Francisco Caja en la Pompeu Fabra, los actos vandálicos en Festimad. Leo también en la prensa que, en el Hospital de La Paz en Madrid, se han instalado 170 cámaras y 70 pulsa­dores de seguridad, pues, al parecer, en los grandes hospitales menudean las agresiones, in­sultos y discusiones violentas. Eso sucede en los hospitales porque, en general, un 44% de los médi­cos sufre agresiones verbales, un 28% físicas y un 26% amenazas. Podríamos espigar más hechos, pero estos de los últimos días son suficientes para plantearse muchas cosas.
 
En este clima, algo pasó en Rivas Vaciamadrid (Madrid) que me trajo a la memoria, salvadas las diferencias, los acontecimientos incendiarios de mediados de mayo de 1931, apenas un mes después de pro­clamarse la Segunda República, que no fueron por desgracia los últimos. En la iglesia de Santa Mónica, tras celebrarse por primera vez en la localidad la procesión del Corpus, un grupo violento penetró en el templo causando daños cuantificados en 60.000€. Además de los des­trozos causados en la instalación de la calefacción y aire acon­dicionado, hicieron una serie de pintadas ofensivas contra los católicos y la Iglesia y una cruz invertida. Como firma, una es­trella roja de cinco puntas, propia de organizaciones marxistas. Desafortuna­damente ya se profanó en otra ocasión el sagrario y se hicieron también pin­tadas: llueve sobre mojado. Seguramente más de uno dirá que exagero en lo que estoy diciendo, pero de­terminados asuntos ocurren, entre otros factores, gracias a la complicidad de quienes di­cen que no es para tanto, que no pasa nada.
 
Hemos tenido hace unos días la masiva mani­fes­tación de la AVT y la experiencia del terrorismo nos debería de haber enseñado algo sobre el amedrentamiento de un sector de la población. El asalto a esta iglesia ha tenido lugar en un clima de creciente violencia social y en un estado de opinión pública en el que, junto a un lai­cismo beligerante, no escasean las blasfemias, insultos, calumnias y mofas a todo lo que hace referen­cia a la Iglesia católica y que va creando un ambiente que favorece el que se pueda decir, cuando ocurra cualquier cosa: algo habrán hecho. Jesús de la Cruz, párroco de Santa Mónica, declaró: "Hay muchos fieles que no se han acercado por aquí tras lo ocurrido porque, según dicen, tienen miedo a posibles represalias por alguna gente del pueblo. Ser cristiano aquí no es fácil". En este caso concreto, lo que la violencia daña es el derecho de libertad ideológica y religiosa y no hay que esperar a que seamos uno de los países que nutren la cifra de 150.000 cristianos muertos al año por serlo –casi todos lo son en países islámicos– para actuar al respecto. Lo de Rivas Vaciamadrid no es un hecho aislado, ya ha habido mu­chas y continuas ofensas verbales en medios públicos de comunicación y, por desgracia, es­tas cosas suelen ir a más: espere­mos que las autoridades y la sociedad tengan más diligencia. Una li­bertad da­ñada es un daño para todos, no da lo mismo la injusticia que pueda sufrir otro; aun­que parezca que no me afecta, siempre me afecta.
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