Laura Mañá es una actriz y escritora que se dio a conocer en el mundo de la dirección con Sexo por compasión, una historia surrealista centrada en un pueblo que corre el riesgo de perder la ilusión. Ahora vuelve al mismo planteamiento con Morir en San Hilario. Lo que ocurre es que si en aquella la trama giraba en torno al sexo, ahora lo hace en torno a la muerte. San Hilario es un pueblo que vivía gracias a su espléndido cementerio y a la habilidad de sus gentes para organizar los entierros más solemnes. Los moribundos viajaban a San Hilario para morir allí. Hoy, la vida moderna han dejado al pueblo sin trabajo y por eso ahora sus habitantes esperan anhelantes la llegada anunciada de Germán Cortés, un pintor enfermo de cáncer que ha decidido morir en San Hilario. Pero Germán muere antes de llegar a su destino y, por error, los de San Hilario dan la bienvenida a un asesino fugado. Éste, por esconderse, no deshace el malentendido y asiste, atónito, a la preparación de su entierro.
Este argumento podía haber dado pie a una interesante reflexión sobre la vida y la muerte, bien en clave poética, cómica, o dramática. Además, una historia así se presta a una inteligente crítica social sobre la deshumanización de la vida materialista. La figura del cura del pueblo, que encarna Juan Echanove, también podía haber servido para mostrar una atractiva cultura de la vida y de la muerte. Sin embargo, nada de esto encontramos en Morir en San Hilario. El sacerdote es un desequilibrado hombre sin fe; el protagonista es un personaje plano y errático, y la corazón-solitario del pueblo, que interpreta Ana Fernández, es un lastre para el film.