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TERRORISMO Y NEGOCIACIÓN

La banalización del mal

En la relación existente entre fines y medios, cuestión tremendamente importante para una correcta comprensión de la política, hay quienes creen que el fin justifica los medios. Por otro lado, estamos quienes creemos que una causa justa puede dejar de serlo, si no lo son los medios empleados.

En la relación existente entre fines y medios, cuestión tremendamente importante para una correcta comprensión de la política, hay quienes creen que el fin justifica los medios. Por otro lado, estamos quienes creemos que una causa justa puede dejar de serlo, si no lo son los medios empleados.
José Luis Rodríguez Zapatero, el negociador
De ello se deduce que los medios no son moralmente neutros y que, pese a que existen maneras distintas de resolver un mismo problema, no todas las estrategias tienen por qué ser moralmente aceptables, como no son, por otra parte, iguales. La cuestión de la relación entre fines y medios es, pues, una de las cuestiones clave de la vida política. En ella, aunque con muestras de no saber cuál es el verdadero sentido del debate, andan estos días embarcados quienes, haciendo gala de falsa perplejidad, se preguntan qué es lo que ha cambiado en la acción política del Gobierno para que se alcen voces en contra de algunas de sus decisiones.
 
Los españoles vivimos, desde hace aproximadamente quince días, sumidos en interrogantes serios para los que no tenemos en cada momento las respuestas adecuadas. Anhelamos la paz, pensando en el fin del terrorismo en España, y muchos se preguntan si la consecución de este bien no debiera anteponerse a cualesquiera otras consideraciones políticas y, por ende, morales.
 
Lo primero que habría que hacer en la hora presente es clarificar el lenguaje. Ésta es una de las primeras responsabilidades del Ejecutivo. Él es quien debe explicarnos si el gran anhelo de paz del que el Presidente del Gobierno nos habló en el discurso de investidura se limita al silencio de las armas, o, por el contrario, la paz que se persigue es la que nace de la garantía escrupulosa de los derechos de libertad y justicia de los que somos titulares todos los españoles. Porque la paz no es, cuando de terrorismo se habla, la simple ausencia de atentados terroristas. Y no lo es, porque el terrorismo no se limita a la comisión de atentados.
 
Si necesario es, como tarea política, evitar la deformación del lenguaje, no lo es menos cumplir con el deber de defender a los ciudadanos de quienes atentan contra la vida y la libertad mediante una estrategia de terror que busca provocar el odio y el silencio que nace del miedo. Es oportuno recordar, en este sentido, que el peor de los silencios, dice Juan Pablo II en Veritatis Splendor (6-8-1993), es el que se guarda ante la mentira. Y la peor de sus consecuencias, recuerdan los Obispos españoles en Valoración Moral del Terrorismo, de sus causas y de sus consecuencias (23-11-2004), es la deformación de las conciencias y el atentado contra la convivencia.
 
Sabemos por experiencia, que el terror engendra una cultura de la muerte, como recordó en infinidad de ocasiones Juan Pablo II. El terrorismo desprecia la vida humana y convierte a las víctimas de sus actos en medios necesarios al servicio de su lucha ideológica. Con rotundidad han dicho nuestros obispos que, cuando así se actúa, “la vida humana queda degradada a un mero objeto, cuyo valor se calcula en relación con otros bienes supuestamente superiores” (VMT 21). Esta misma convicción han expresado a lo largo de la historia todas la víctimas del terror. Primo Levi (1919-1987) nos habló de ello en Los hundidos y los salvados, y la misma convicción expresó Hannah Arendt (1906-1975) en Los orígenes del totalitarismo. El terror usa impíamente los cuerpos y los reduce a objetos de exterminio porque sólo arrebatándoles el alma puede acabar con ellos.
 
Así pues, sólo conociendo las entrañas de una estrategia al servicio del terror, como la historia nos enseña en España, será posible adoptar medios adecuados y moralmente aceptables. Al Gobierno le toca decidir si opta por una cura paliativa o una cura heroica. A él le corresponde arbitrar los mecanismos idóneos para garantizar la libertad de las víctimas hoy; porque sólo así se promueve el bien para todos. Al Gobierno le corresponde actuar según un principio incuestionable: los medios deben ser, no sólo buenos, sino proporcionados al fin que se persigue. Y éste, cuando es de naturaleza política, suele estar reñido con el éxito inmediato.
 
Buscar la instauración de relaciones pacíficas de convivencia no es, pues, caer en las trampas de un irenismo incapaz de discernir entre el bien del mal. A no ser que lo que estemos buscando sea, en realidad, la banalización del mal y, como consecuencia de ello, la negación de su existencia.
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