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BOICOTEAR O NO BOICOTEAR

Las inquietudes de El código Da Vinci

Algunos católicos se inquietan por el inminente estreno de El código Da Vinci y se preguntan por la actitud adecuada que deben mantener ante dicho film. La verdad es que caben muchas posibilidades y todas tienen su punto de razón. Pero conviene buscar aquella que tenga en cuenta el mayor número de factores posible.

Algunos católicos se inquietan por el inminente estreno de El código Da Vinci y se preguntan por la actitud adecuada que deben mantener ante dicho film. La verdad es que caben muchas posibilidades y todas tienen su punto de razón. Pero conviene buscar aquella que tenga en cuenta el mayor número de factores posible.
Fotograma de El Código da Vinci, con el 'monje' malo del Opus Dei

Hay que partir de un hecho. Nos guste o no, la película va a ser un éxito. Su calidad será mayor o menor, pero conquistará el número uno de taquilla como mínimo una semana. Si al volumen de libros vendidos añadimos la impecable maquinaria de marketing de Sony es imposible que la película no funcione. Digo esto porque plantearse, como han hecho algunos, una especie de boicoteo comercial al film, es algo tan abocado al fracaso como absurdo.

Tampoco parece apropiado rasgarse las vestiduras, hacer denuncias y movilizaciones apoyándose en el mismo derecho que tienen los musulmanes a defenderse de quienes dibujan caricaturas del profeta. Sin duda es una vía lícita, emocionalmente magnificable al ver la diferencia de trato que se da a los cristianos frente a los seguidores de Mahoma. Sin embargo, no parece que esta estrategia dé buenos resultados. Por un lado, quedaría claro que se trata de una acción minoritaria, y se interpretaría como expresión de un reducto radical de fanáticos, condición que rápidamente se aplicaría a la Iglesia en su conjunto. En los tiempos que corren, esa legítima defensa se convertiría en un argumento a favor de los que consideran a la Iglesia como una institución pre-democrática e intolerante, y mucha gente sencilla y manipulada acabaría pensando que si los católicos se ponen tan nerviosos será porque lo que dice el film es verdad. Así es la época que nos ha tocado vivir.

Más bien, lo que parece inteligente es darle a la película el mismo estatuto que le damos a X-Men o Lara Croft. Es decir, por un lado entenderla como una cinta de aventuras, y por otro, desde el punto de vista de sus referentes, considerarla una estupidez. Si en X-Men sale un personaje llamado Lobezno, que tienes las características de lo propio, pues cuando veamos a ese monje embozado y siniestro a las órdenes de un Obispo del Opus Dei, nos reiremos y diremos: ¡Qué ridiculez! Si la película es entretenida –y seguramente lo será–, pensaremos que qué lástima que siendo tan amena esté tan llena de bobadas que te hacen reír y te sacan de la historia. Dicho de otra forma, considerar las majaderías como lo que son, un lastre para la propia película. Así, lejos de comportarnos como fanáticos, nos convertimos en cinéfilos exigentes. Esto en la calle. En los foros culturales es otra cosa. Manteniendo la misma línea de moderación, habrá que desmontar uno a uno, con argumentos históricos y teológicos, los dislates de esa broma pueril que es El código Da Vinci. Y hagamos esto sólo lo estrictamente necesario. Hablar mucho de una película es el mejor marketing. Y si quieren promoción, que nos paguen.
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