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Javier Somalo

A Felipe sí le tocaba reinar

Lo que parece cierto, si nadie lo remedia, es que lo vamos a recibir como si fuera el único que no merece el trono, en la clandestinidad

Lo que parece cierto, si nadie lo remedia, es que lo vamos a recibir como si fuera el único que no merece el trono, en la clandestinidad
El rey Juan Carlos I, junto a su hijo, el pasado martes. | EFE

Esta semana, una crónica del diario El Mundo decía lo siguiente:

El actual equipo de Don Juan Carlos en Zarzuela ha puesto especial interés en desmentir la creciente idea de que el reinado de Felipe VI representa una "etapa nueva" en la historia de la monarquía. Ha reivindicado que la verdadera nueva etapa fue la inaugurada por el aún Rey de España, al protagonizar el paso "de 40 años de dictadura a 40 de democracia", y ha insistido en calificar el próximo reinado de "continuidad".

¿Una sucesión fruto de abdicación después de una instauración de hace 40 años no es una "etapa nueva" en la historia de la monarquía? Hay maneras más elegantes de boicotear la llegada del próximo rey. Y claro, lo de la "continuidad" lo dirán por aquello de que las monarquías son hereditarias. Pues voy a protestar. Después de Alfonso XIII, ni don Juan, ni Juan Carlos eran de "continuidad".

Alfonso de Borbón y Battemberg, primogénito de Alfonso XIII, hemofílico y de salud quebradiza, renunció al trono para casarse con la modelo de alta costura hispano-cubana Edelmira Sampedro, que acabó abandonándolo. El siguiente en la línea sucesoria era su hermano Jaime que quedó sordomudo al poco de nacer. El propio rey no paró hasta convertir la sordera en un mal incompatible con el trono y convencer a don Jaime de que renunciara a cambio de una pensión que nunca llegó. Junto a su favorito, don Juan, trataron de inhabilitarlo también para merecer la herencia económica en una maniobra infame en la que don Juan implicó con engaño a sus sobrinos, los hijos de don Jaime. Sin entrar en detalles que alargarían innecesariamente la lectura, sí es importante señalar que un tribunal médico demostró que don Jaime de Borbón y Battemberg no tenía impedimento alguno para recibir una herencia. De hecho, no tenía impedimento alguno para nada, tampoco para reinar. La mala compañía sentimental, que la tuvo, no era determinante para ese menester.

Así que después de dos saltos, autoexcluido el primero y laminado con saña el segundo, el trono pasaba a don Juan de Borbón y Battemberg. Y para sentarse sobre él no dejó palo sin tocar, desde Franco hasta el carlismo pasando por la izquierda y hasta Hitler, al que quiso hacer llegar el mensaje de que la monarquía española sería de corte nazi. Pero a don Juan tampoco le tocaba y no le tocó… Otro salto más.

Y hete aquí que don Juan Carlos sucedió directamente a su abuelo por la gracia de Franco, que a punto estuvo de dar todavía otro salto más y tirar por los caprichos de sus propios cortesanos, entre otros, los del cirujano-paparazzo Marqués de Villaverde. Pero se contuvo. Tras tres años de guerra y treinta y seis de dictadura no llegó, pues, el rey Juan Carlos. Lo puso Franco, convencido monárquico no dinástico, como heredero a título de rey. O sea que, tocarle tocarle, tampoco le tocaba pero firmó varios años de titánicas gestiones casi clandestinas a la sombra del dictador incluida la tortura de 50 días de Jefatura del Estado en funciones y más de cinco años de extraordinario reinado, siempre rodeado de un equipo digno de una monarquía que iba a cambiar y cambió la Historia de España.

El príncipe Felipe llega al trono sin saltarse más que lo que se ha querido por ley que se salte: a la primogénita Elena primero y a Cristina después y a Dios gracias. Pero eso no es culpa suya… aunque ya hay quien dice que podría elegir el nombre de Felipe Juan I para huir del recuerdo de Felipe V pese a que no fue el de Anjou el culpable de la preferencia de los varones sobre las mujeres como muy bien explicó en estas páginas Pedro Fernández Barbadillo. Lo que parece cierto, si nadie lo remedia, es que lo vamos a recibir como si fuera el único que no merece el trono, en la clandestinidad.

Aclarado este sentido de la "continuidad" lo malo sería que la Zarzuela saliente se refiriera a otro: ¿Quieren decir que Felipe también se equivocará, lo sentirá mucho y no volverá a suceder? ¿O que si sale, sale y que hablando se entiende la gente? ¿O que creerá que las víctimas del 11-M lo llevan claro? ¿O que quitará y pondrá ministros? Mejor no seguir.

Pero quizá lo más preocupante es la insistencia de la Zarzuela saliente en que la única "novedad" fue el paso de 40 años de dictadura a 40 de democracia. Como si ahora no quedara reto que afrontar. Como si no hubiera quien quisiera abrir ahora otros 40 de incierto –o infausto– destino. Como si no existiera ruptura. Si con aquellos 40 ya está todo dicho, le van a dar la razón a los que no encuentran sentido a la sucesión monárquica y optan por lo malo conocido.

En definitiva, esperemos que la "continuidad" sea sólo la dinástica y que sea verdad que llega una "nueva etapa" más allá de la novedad histórica –que la hay– de esta sucesión por abdicación. O sea, lo contrario de lo que dice el equipo que se va o que se supone que se irá.

De momento, a Felipe sí le toca reinar. A otros, gobernar de una vez. Y baja el río como baja.

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