Como no podía ser menos, la noticia que acapara todas las portadas del domingo es la retirada de los legionarios españoles de Perejil, tras las gestiones de “facilitación” de Colin Powell.
Las principales cabeceras, de modo unánime, valoran muy positivamente el final –presunto– de la crisis con Marruecos, felicitan al Gobierno por su tino en el gradualismo diplomático –que a punto estuvo de ocasionar la pérdida definitiva del islote–, claman por la reanudación inmediata de las relaciones bilaterales y agradecen a Powell su mediación para recuperar el statu quo ante previo a la invasión marroquí. Sin embargo, ningún medio se ha ocupado de aclarar convenientemente que ese statu quo anterior al 11 de julio no difería en nada de la acreditada soberanía española, ejercida durante siglos desde la incorporación de Ceuta a la Corona española en 1580 y defendida en repetidas ocasiones, durante el siglo XIX, de las rapiñas de los ingleses, de la codicia de los norteamericanos y de los intentos del sultán de Marruecos.
España, como gesto de buena voluntad y distensión hacia Marruecos –que, en ningún caso, implicaba renunciar o hipotecar la soberanía sobre Perejil–, durante los últimos cuarenta años se ha abstenido de destinar tropas al islote. De ahí, a sostener que la soberanía de Perejil se halla en litigio va un abismo, que diarios como La Vanguardia o El País cruzan sin ningún pudor. El diario barcelonés titula en páginas interiores “Perejil vuelve a ser tierra de nadie”, mientras que el buque insignia de Prisa afirma en su editorial que “queda por dirimir la pertenencia del islote”, la cual, según el diario de Polanco “nunca estuvo clara para la parte española”, puesto que los militares españoles “dejaron de frecuentarla 42 años atrás”.
Si hubiera que aplicar el mismo argumento, por ejemplo, a las islas Columbretes, a Alborán o a los islotes deshabitados de las Baleares, habría que admitir que también son “tierra de nadie”, de los descendientes de los piratas berberiscos o, más bien, del primero que las ocupe... siempre y cuando no sea España, claro. Todo vale para El País con tal de hacer daño a España y al Gobierno: “la diplomacia ha salvado una situación absurda, generada en el caldo de cultivo de los errores de ambas partes en los últimos meses, y en la que por el lado español la política del Gobierno no ha sido la que debe esperarse de un país que se jacta de su peso en el escenario internacional”. Habría que dar la razón a El País si su intención fuera criticar las vacilaciones de los primeros cinco días de ocupación marroquí... Pero para este diario, un país con peso en el escenario internacional debería “de forma inmediata (...) ordenar el regreso a Rabat del embajador español (...) y reducir el exagerado despliegue militar de los últimos días en el Estrecho”. Sin duda para que no se vean afectados la amistad personal y los negocios que González –a quien, por cierto, habría que preguntar, en interés de la nación, cuáles fueron las materias que abordó en sus frecuentes encuentros con Yusufi– mantiene con la camarilla que actualmente ejerce su despotismo y sus rapiñas sobre Marruecos.
El Mundo se inclina por dejar bien claro que el Gobierno no ha incumplido los dogmas de la corrección política en materia de relaciones internacionales: “La rapidez con la que el Ejército ha desalojado Perejil –ha permanecido menos de cuatro días– demuestra que el Gobierno español no tenía ningún afán colonialista”. Frase insensata donde las haya, porque abre la puerta a identificar la presencia de nuestro Ejército en Ceuta, Melilla, Canarias y Chafarinas como muestra de una ocupación colonial –tal y como desea Marruecos que se entienda– y no como una evidente necesidad disuasoria y de defensa ante las nunca disimuladas apetencias de Marruecos. Por lo demás, El Mundo considera positivo que el Gobierno “jamás tuvo intención alguna de quedarse en el islote” y que nuestro Ejecutivo “ni siquiera ha mantenido a lo largo de la crisis (...) que la cuestión de la soberanía fuera innegociable". Menos mal que, poco después, el diario de Pedro J. Ramírez afirma que “ni este ni ningún Gobierno español debe tolerar un chantaje como el que se produjo en 1975 con la Marcha Verde”. Claro, porque si los marroquíes quieren Ceuta y Melilla, deben reclamarlas educadamente en la mesa de negociaciones, ya que su petición será atendida con exquisita cortesía, ejerciendo Powell como notario...
En esta línea, ABC considera que “Powell no ha actuado como mediador, sino como testigo cualificado y como garante del acuerdo.” Según este diario, se trata de “una jugada excelente de la diplomacia española, que ha logrado que el propio Gobierno de Estados Unidos se haya convertido en una especie de notario por si Marruecos cae en la tentación de tergiversar los términos del pacto”. Es una tesis que comparten la práctica totalidad de los medios de comunicación, embelesados porque el gigante norteamericano nos ha dedicado unos minutos de su atención. Sin embargo, ninguno advierte que el recurso a EEUU, más que una “genial” jugada diplomática, muestra la tremenda debilidad de nuestro país en materia de política exterior, que necesita del “primo de Zumosol” para atajar una nimia agresión territorial por parte de una potencia de tercer orden. No es preciso señalar que, ni el Reino Unido, ni Francia, ni probablemente Italia –el único socio europeo que nos ha apoyado sin vacilaciones– hubieran necesitado de tales ayudas o “facilitaciones” para resolver un conflicto en el que nos sobra razón pero nos falta firmeza.
El statu quo post Powell garantiza que ese gesto de buena voluntad hacia Marruecos consistente en no guarnicionar Perejil será, a partir de ahora, una obligación que Marruecos nos podrá exigir de iure. Muchas "gracias", Colin Powell.

“Gracias”, Powell…
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