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Jesús Laínz

La derecha es imbécil e inútil

A ver si esa nueva derecha desacomplejada responde a las esperanzas que en ella han empezado a depositar más españoles de los que imaginamos.

A ver si esa nueva derecha desacomplejada responde a las esperanzas que en ella han empezado a depositar más españoles de los que imaginamos.
Los dirigentes de VOX Rocío Monasterio, Santiago Abascal y Javier Ortega Smith | Europa Press

Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral.

Bien claro lo dejó Ortega y Gasset hace ya casi un siglo. Y el paso del tiempo no ha hecho más que confirmar la contundente sentencia del filósofo madrileño. Olvidémonos hoy de la izquierda, esa plaga cósmica, con el objeto de centrarnos en esa derecha que tantos votantes derechistas se empeñan en creer que todavía existe. Y no nos quedará otro remedio que cometer la impertinencia de corregir a Ortega añadiendo a sus palabras de los años 30 un adjetivo sin el que su definición se queda incompleta ochenta años después: porque la derecha, además de imbécil, es totalmente inútil.

Confiéselo, derechista lector: ¿qué es la derecha, especialmente en España, sino esa piedra en el camino que sólo sirve para obstaculizar el paso de los demás? Nunca aporta nada, nunca propone nada, nunca decide nada. Se limita a esperar sin mover un músculo. Su lema es "Me opongo", pero nunca pasa de ahí. Lenta, artrítica, paralizada y cobarde hasta el infinito. Mariano Rajoy lo personificó de manera probablemente insuperable.

Otra posible definición: la derecha es la izquierda con cinco de años de retraso. Porque ¿no se ha fijado, avispado lector, en que la derecha asume como propias las propuestas que la izquierda defendió algunos años atrás y a las que en aquel momento se opuso? Haga un poco de memoria y comprobará cómo, en cualquier campo de la política, los pasos dados por la izquierda, a los que la derecha se opuso en su día, unos años después –o últimamente tan solo unos meses o unas semanas después– pasan a fosilizarse, a eternizarse como algo dado por la naturaleza de las cosas e inamovible por una derecha que acabó haciéndolos suyos. Tan sólo tres ejemplos, aunque se podrían poner muchos más: el horror del aborto –que ya nunca volverá a ser cuestionado–, la catástrofe neopedagógica –diseñada por la izquierda y jamás tocada por la derecha a pesar del evidente analfabetismo de las nuevas generaciones– y todo lo relacionado con esa demencia totalitaria y anticonstitucional llamada ideología de género –a la que ahora la derecha se apunta con el ímpetu del converso– que tantos disparates, tantas injusticias y tanto dolor está provocando.

Por eso votar a la derecha ha provocado, durante cuatro largas décadas, los mismos efectos que votar a la izquierda. Y por eso la derecha llevará siempre las de perder. En primer lugar, porque la pillarán siempre con el paso cambiado. Y, en segundo, porque quien siempre niega y nunca da un paso al frente jamás levantará el entusiasmo de nadie. Y los que, a pesar de todo, acaben decidiendo apoyarla para evitar los mayores males provenientes de la izquierda, lo harán a regañadientes y tapándose la nariz.

A finales del XIX el Nobel noruego Knut Hamsun puso en labios de un personaje de su novela Redactor Lynge estas palabras que parecen salidas de un mitin socialista de hoy:

La derecha no ve más que peligros y malos caminos en todo cuanto damos un paso adelante. De esta manera resulta difícil entender las cosas y marchar al compás de los tiempos. Porque estos hombres que frenan y frenan, y dicen a todo que no, están totalmente atascados, y si hubieran vivido en otra época, en la suya, se hubieran opuesto también a cuanto supusiera avanzar y estaríamos como hace cincuenta años. Pero no encontrarán apoyo alguno en estos tiempos de verdadera libertad. No hay que darles importancia sino compadecerlos por pobres retrógrados, estancados, cuando el resto del mundo avanza vertiginosamente. Sin embargo, hay que estarles agradecidos en cierto modo: con su tozuda resistencia estimulan nuestros esfuerzos en pro del progreso. Pero no les dejemos nunca convencer a nadie; hay que apartarlos del camino de la libertad. Debemos oponernos a ellos con todas nuestras fuerzas, en todos los lugares y ocasiones. Que todo el mundo sepa que la derecha está condenada a ir siempre colgada del carro triunfal de la izquierda, entorpeciendo su marcha y dificultando sus leyes y decisiones. Pero la izquierda estará siempre vigilante, será la salvaguardia del progreso y su más firme defensora.

Pues bien: a esa hemiplejía moral a la que, por inercia, se sigue llamando derecha, encarnada por este, ese o aquel partido, sólo le queda la opción de remangarse y no cejar hasta quitarle la razón al novelista noruego. O ya puede ir cerrando el tenderete, retirarse a casa y dejar de molestar.

A ver si es verdad que esa nueva derecha desacomplejada que está empezando a asomar la cabeza por aquí responde a las esperanzas que en ella han empezado a depositar más españoles de los que imaginamos. Porque de la otra olvídense: ya es historia.

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