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Jesús Laínz

Las debilidades de España

La cloaca se ha saturado, han reventado las tapas y la mierda lo ha invadido todo, incluidas las más altas esferas de la nación.

La cloaca se ha saturado, han reventado las tapas y la mierda lo ha invadido todo, incluidas las más altas esferas de la nación.
Felipe VI y Pedro Sánchez. | Moncloa

Seamos sinceros y echemos un vistazo a este maldito 2020, en el que ha caído el mito, que tanto nos complacía, de gozar del mejor sistema sanitario del mundo. Evidentemente es muy bueno, y probablemente esté entre los mejores del mundo, pero el inesperado coronavirus ha demostrado que no es oro todo lo que reluce, al menos en situaciones excepcionales. Y aquí nada, o muy poco, tienen que ver los profesionales. El problema es la estructura, la planificación, la organización, la dirección. Los sistemas sanitarios de otros países europeos, aunque hayan padecido igualmente la pandemia, han lidiado con ella sin provocar el desorden, la desatención y el inconsolable dolor que han sufrido decenas de miles de españoles. Y ahora, con la llegada del otoño, España vuelve a ponerse primera del mundo en contagios. Esperemos que no se repita la saturación hospitalaria, que ya no podría justificarse con la excusa de la imprevisibilidad.

Consecuencia del virus está siendo la grave crisis económica que azota y seguirá azotando al mundo entero por el confinamiento, la contundente reducción del turismo y la ralentización de otros muchos sectores debido al peligro de nuevos contagios. Y también en esto España vuelve a encabezar, lamentablemente, los empleos perdidos, las empresas cerradas, la caída del PIB, el incremento de la deuda y las dificultades para la recuperación una vez pasada la crisis vírica.

Todo esto demuestra la fragilidad de la economía española, excesivamente dependiente del sector servicios desde la reconversión industrial impuesta por la CEE y llevada a cabo durante los primeros gobiernos de Felipe González. La paulatina desindustrialización sufrida por España desde entonces ha provocado que el peso de la industria alemana represente cuatro veces el de la española y que la francesa y la italiana representen el doble. El ministro de Industria y Energía del primer gobierno González, Carlos Solchaga, confesó que el llamado proceso de reconversión industrial consistía más bien en el de destrucción industrial, porque no veía fácil que los puestos de trabajo perdidos en la industria fuesen a recolocarse en nuevas industrias. Efectivamente, los puestos de trabajo perdidos en aquella primera legislatura del PSOE ascendieron a más de 800.000, los mismos que había prometido crear en su programa electoral. Y el mismo Solchaga declaró que el futuro de España, por su clima y ubicación, tendría que estar más orientado hacia el sector agroalimentario, la industria del ocio y las energías alternativas que hacia la industria pesada o manufacturera. “¿Qué hay de malo –declaró– en que nos convirtamos en un país dedicado a los servicios?”.

A todo lo anterior no nos queda más remedio que sumar la singular inestabilidad de una España que está siendo el hazmerreír del mundo. Por un lado, el más enquistado de nuestros problemas: el separatismo. Golpes de Estado, huidas de los culpables, propaganda separatista nunca contrarrestada desde el Gobierno, sentencias ridículas, Estado de derecho inexistente, tribunales y fiscalías a las órdenes de los partidos gobernantes, excarcelación y homenajes a terroristas, masas pegando fuego a las calles sin que la policía pueda intervenir, golpistas en los gobiernos regionales, embajadas a las órdenes de los golpistas, medios de comunicación públicos a servicio de los golpistas, cómplices de los golpistas sentados en el Gobierno de la nación, incluido un presidente del Gobierno declarando su cariño hacia los terroristas…

Hablando del Gobierno de la nación, nunca España, en toda su larguísima historia, había alcanzado las profundidades de infamia a las que ha llegado con el actual, y eso que Zapatero pareció insuperable. Cuatro décadas de degeneración de toda una nación mediante el ataque sincronizado de gobiernos progresistas, medios de comunicación mercenarios, neopedagogías destructivas, artistas del inframundo, cine guerracivilista, periodismo canalla, televisión inmunda, intelectualidad venenosa y cultureta analfabeta ha ido convirtiendo España en una inmensa cloaca. La cloaca se ha saturado, han reventado las tapas y la mierda lo ha invadido todo, incluidas las más altas esferas de la nación. Habría sido imposible que un pueblo sano encumbrara con sus votos al prodigioso montón de escoria personal, intelectual y moral que hoy se sienta en la Moncloa.

Y por si todo esto fuera poco, el mundo contempla estupefacto que el rey emérito se haya largado al extranjero en medio de una tormenta mediática sobre sus oscuras cuentas bancarias y que el vicepresidente del Gobierno declare sin disimulo que su objetivo es acabar con la monarquía, provocando que en España no esté clara ni la forma de Estado que tendrá en el futuro inmediato.

Confiéselo, sensato lector: si usted tuviese mando en una empresa, un gobierno, una alianza militar, una entidad financiera o un organismo internacional, ¿consideraría a España un país, un interlocutor, un miembro, un aliado, un socio fiable? 

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