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Jorge Alcalde

La banda del nasciturus

Que yo sepa, es la primera vez que en la prensa se utiliza la palabra 'nasciturus' como un insulto.

Leo en un diario digital de izquierda, extrema inquina contra el gobierno y prosa vehemente, un artículo titulado "La banda del nasciturus". Permítanme por una vez que renuncie a la cortesía de internet y me ahorre lincar desde aquí el texto. No sé por qué no me apetece un ápice servirle tráfico gratuito. Pero, como San Google lo sabe todo, les invito a que tecleen el título y conozcan de primera mano de qué y de quién les hablo.

Su autora, brillante y militante, depone su justificado asco que es también el mío ante la muerte de decena y media de ciudadanos subsaharianos en las costas de Ceuta. Y a aquellos a los que considera culpables los tilda de "banda del nasciturus". Que yo sepa, es la primera vez que en la prensa se utiliza la palabra nasciturus como un insulto. Sorprende que el hallazgo estilístico, por nauseabundo que resulte, haya pasado tan inadvertido.

El nasciturus, el que va a nacer, el proyecto de vida, convertido en palabrota tabernaria, taco de refriega, grito de hooligan cervecero y descompuesto. Menuda cumbre del potaje argumental que cocina en el mismo plato al guardia civil de gatillo fácil, al ministro ausente, al enemigo derechón, a los grupos provida y a todo lo que se mueva allende el ideario del padre-punto-es .

Lo que la autora opine acerca el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo ya es lo de menos. Su aportación al debate cosiste en renunciar a pensar que el no nacido es en todos los casos, en todos los casos, en TODOS los casos, una víctima inocente. Reducido a la cualidad de insulto se convierte en un despojo, en un obstáculo para alcanzar el objetivo político. Eres un nasciturus, como quien dice "eres basura", "no eres de los míos". Sólo las mujeres de derechas, preñadas por hombres de derechas, conciben nasciturus.

Porque lo que se insulta se odia. Y me niego a pensar que una mujer en trance de tener que interrumpir su embarazo odia al que ya no va a nacer. Da igual que esté convencida de su derecho a abortar o que milite en un grupo antiabortista. No permitirá que se utilice el nombre de su dolor en vano, como misil propagandístico en ninguna campaña politiquera y gris.

Hemos olvidado que las palabras nacen de las ideas y las ideas de los valores, y que los valores generan sociedades y las hacen progresar o hundirse. Y las escribimos como si tal cosa, porque suenan bien, porque caben en la matriz del texto, porque producen el sonoro aplauso de la cla. Hubo un tiempo en el que Dámaso Alonso podía escribir cincuenta folios por una palabra de Rubén Darío. Hoy las palabras no valen nada. Ni siquiera la palabra que designa al ser humano que va a nacer. Nadie da nada por ellas.

Querida colega, predadora de latinajos, violadora de versos, okupa de semánticas, ignoro si fuiste consciente del cóctel molotov que fabricabas con tu insulto o simplemente te despeñaste por la pendiente de tu propio argumento (nos pasa de cuando en cuando a todos). Quizá te haya ocurrido lo mismo que a quien utilizó por primera vez la palabra moro como insulto, o la palabra judío o la palabra rojo o la palabra extranjero o la palabra homosexual. Quizá lo hicieron sin darse cuenta ("era-solo-una-broma"), sin caer en el valor de las palabras, sin querer que pasara lo que luego pasó… Pero lo hicieron. LO HABÉIS HECHO. Y pasó.

Y tras el insulto que se escapa, como sin querer se escapa una pelota de goma, viene siempre el activismo. A lo mejor no tardamos en ver camisetas de "Nasciturus no, gracias", "Nasciturus go home", “Fuck you, nasciturus” . Porque lo que escribes, en ocasiones, en más ocasiones de las que crees, tiene éxito, moviliza; cuaja. Tiemblo solo de pensar qué icono pintarán entonces para ilustrar en sus camisetas quienes quieran gritar tu nuevo insulto, tu nueva palabra, la que te acabas de inventar ya para siempre: “Pedazo de nasciturus”.

En España

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