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Jorge Alcalde

No me toques el verano

Y ahora resulta que vienen los franceses basándose en quién sabe qué mediciones por satélite y nos quieren robar nuestro verano.¡Eso sí que no!

Según todos los datos científicos que obran en nuestro poder en el momento del cierre de esta edición, el verano de 2013 podrá comportarse de alguna de estas tres maneras: a) será más cálido que el de 2012; b) será más frío que el de 2012; c) será igual que el de 2012.

Es decir, que para tranquilidad de los miles de lectores que convirtieron ayer la pieza sobre una España sin verano en la más leída de la historia de Libertad Digital, a día de hoy no podemos confirmar ni desmentir que vayamos a pasar calor a partir de julio. Ni lo contrario.

La meteorología es una ciencia joven pero, como tantas otras cosas jóvenes, cuenta con toda nuestra admiración. Nos parece que la entendemos. Desde luego, creemos entenderla mejor que la física de partículas o la ingeniería de nanomateriales. El ser humano lleva millones de años alzando el hocico al cielo y tratando de averiguar si va a cambiar el tiempo. En demasiadas ocasiones, durante nuestro devenir por el planeta, las nubes negras del horizonte han traído lluvias, los vientos cálidos del sur han agostado nuestros campos, el olor a geosmina en el ambiente ha sido preludio de una tormenta. Y nos hemos hecho la ilusión de que controlamos las leyes que rigen la circulación de la temperie. Ha pasado así muchas veces... pero también puede pasar lo contrario. Por eso periódicamente nos desquicia el tiempo y lo confundimos con el clima y decimos que es un tiempo de locos, y que está cambiando por culpa del ser humano y que no hay quien lo entienda. Aunque básicamente el clima ha venido comportándose de manera idéntica en los últimos miles de años, esto es: produciendo tiempos atmosféricos cambiantes, fluctuantes y difíciles de predecir.

Una de las pocas cosas que tenemos claras los profanos es que el año tiene cuatro estaciones y que el invierno es más frío que el verano en el Hemisferio Norte. Así nos guardamos lo mejor de nuestras vacaciones para el estío. Y ahora resulta que vienen los franceses basándose en quién sabe qué mediciones por satélite y nos quieren robar nuestro verano. Este verano de crisis y selecciones de fútbol del que tan necesitados estábamos. ¡No! Eso sí que no se lo vamos a admitir. Por mucho que se empeñen, que España tenga un verano más cálido que Francia es una realidad tan imperturbable como que Rafa Nadal les robe Roland Garros.

El desarrollo de la meteorología en la última década y media ha sido espectacular. Las predicciones del tiempo a corto plazo (uno o dos días) alcanzan hoy una fiabilidad extremadamente alta. Pero a medida que crece el número de días observado el porcentaje de aciertos decae considerablemente.

Hace unos años, el entonces jefe del Weather Channel en Estados Unidos levantó cierta polvareda al confesar: "Las predicciones a más de 7 días vista aciertan solo en un 5 por 100 de los casos". Fue quizás una frivolidad sin gran sustento en la realidad, pero dio que pensar. Estudios más serios reconocen que la fiabilidad de un pronóstico a más de una semana de distancia debe superar el 60 por 100. Por debajo de ese umbral deja de ser un pronóstico útil. Solemos olvidar que el hombre o la mujer del tiempo que se juegan el tipo cada día dando sus previsiones en la tele lo hacen basándose en herramientas probabilísticas y no en bolas de cristal. Lo que pasa es que no nos gusta que nos pongan en el mapa porcentajes, ecuaciones y binomios. Preferimos que nos pongan un solecito o una nubecita con rayos encima de nuestra provincia. Así, donde el científico ve "Existe una probabilidad X de que la precipitación media en Cuenca sea mayor que la del periodo análogo estudiado", nosotros vemos "Mañana va a llover". Y luego, si no llueve le echamos la culpa al que dibujó la nubecita.

Hay que saber mucho de números para ser meteorólogo. Se cuenta que Winston Churchill encargó una predicción muy exigente a su equipo de asesores sobre el tiempo que haría durante el planeado desembarco de Normandía. Los científicos consultados le dijeron que había una probabilidad del 50 por 100 de precipitación. El primer ministro, visiblemente enfadado, gritó que para eso no hacen falta metorólogos, "basta tirar una moneda al aire". Churchill hacía grandes discursos y fumaba grandes puros, pero no parece que se le dieran muy bien los grandes números. Pensó que una probabilidad del 50 por 100 es, como en el caso de la moneda, cuestión de puro azar: puede caer cara tantas veces como caer cruz. Puede llover tanto como no llover. Pero ignoraba que en meteorología las predicciones probabilísticas se hacen mediante comparación con las series históricas. En Normandía, por aquella época, según las estadísticas, sólo llovía el 20 por 100 de los días del año. Una predicción del 50 por 100 supone duplicar la probabilidad de lluvia. De hecho, durante buena parte del desembarco llovió.

Lo que le faltó al político inglés fue alguien que se lo explicara bien. Afortunadamente, hoy tenemos en España muy buenos divulgadores de la cosa del tiempo. Y eso nos permite dormir un poco más tranquilos tras el susto de ayer. No, no nos van a quitar el verano, de momento. A lo sumo podemos prever con gran rango de incertidumbre que este estío va a ser algo más lluvioso. Eso se desprende, por ejemplo, de los modelos que lleva sirviendo todo el año la National Oceanic and Atmosferic Administration en EEUU. Y eso me han dicho a hurtadillas los amigos meteorólogos a los que he consultado. Si es más lluvioso, sobre todo tormentoso, y sucede a una primavera revuelta como la que estamos viviendo, no es ilógico pensar que también sea algo más fresco.

Pero será verano. Nuestros registros históricos no conciben un año sin verano salvo excepciones muy sonadas. Por ejemplo, la de 1816. A éste se le conoce como El Año Sin Verano, así, con mayúsculas. Y nada tiene que ver con este con el que nos amenazan los vecinos franceses. Una serie de anormalidades concatenadas produjo una reducción súbita de la temperatura mundial de entre 0,4 y 0,7 grados. Entre las causas: un inusitado descenso de la actividad solar y la erupción de varios volcanes, sobre todo la del Monte Tambora, la más grande desde hacía 1.300 años. Escarchas en mayo y tormentas de nieve en junio terminaron de rematar las famélicas cosechas europeas, que aún no se habían recuperado de las guerras napoléonicas. Las hambrunas subsiguientes han sido catalogadas por algunos historiadores como la mayor crisis de supervivencia del mundo occidental moderno.

Consolémonos: eso sí que eran crisis. Y eso sí que eran veranos fríos.

En España

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