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José García Domínguez

Adiós a los 'enarcas'

Tenemos dirigiendo el planeta al claustro al completo de Harvard y Oxbridge, la élite más arrogante, endogámica, uniforme, narcisista y ensimismada.

Lo cuenta Michael Sandel en su ya imprescindible La tiranía del mérito. En el Gobierno de Clement Attlee, el equipo que sustituyó al Ejecutivo de Churchill en 1945 y que es recordado hoy como uno de más eficaces y mejor valorados que ha tenido el país a lo largo de su historia toda, solo uno de cada cuatro de sus miembros había estudiado en colegios privados. Por lo demás, siete de los integrantes del Gabinete trabajaron en alguna época de sus vidas como mineros del carbón. El ministro de Exteriores de Attle, Ernest Bevin, uno de los grandes artífices de la política occidental de la posguerra, dejó de ir a la escuela a los once años de edad. Herbert Morrison, el viceprimer ministro, la abandonó antes de haber cumplido los catorce. Su ministro de Sanidad, Aneurin Bevan, el legendario creador del Servicio Nacional de Salud del que tanto se sigue enorgulleciendo hoy en día el Reino Unido, terminó de frecuentar las aulas a los trece años para ir a picar piedra en las galerías subterráneas de una mina en Gales. 

En los Estados Unidos de Rooselvelt no ocurría algo muy distinto. El presidente por aquel entonces de la Reserva Federal, Marriner Eccles, no poseía ninguna titulación universitaria de posgrado. Y el principal colaborador personal de Roosevelt, una de las personas que más influyó en la política norteamericana del siglo XX, Harry Hopkins, era un simple trabajador social. Pero no hay que mirar sólo hacia la izquierda. Margaret Thatcher, la mujer que cambió de modo radical la faz económica, política e ideológica de la Gran Bretaña en la década de los ochenta el siglo pasado, era la hija de un tendero de barrio que, antes de dedicarse de modo profesional a la política, se había ganado la vida trabajando durante años en los laboratorios de una fábrica de helados. En cambio, ahora, y empezando por ese estirado de Macron que acaba de realizar la promesa electoralista de que piensa cerrar la ENA, tenemos dirigiendo el planeta al claustro al completo de Harvard y Oxbridge, la élite más arrogante, endogámica, uniforme, narcisista y ensimismada que hayan conocido los anales. El mundo, por su parte, nunca parece haber funcionado peor. Y aún se quejan del populismo.

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